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El mercado libre es el único desarrollo sostenible posible

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Según el popular informe Brundtland, de 1987, el desarrollo sostenible es el que "satisface las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones del futuro de satisfacer las suyas". Suena muy bien, pero la misma definición es absurda, porque no quiere decir nada. El concepto de necesidad es completamente subjetivo, de modo que resulta imposible evaluar qué son las necesidades del presente y mucho menos aún las del futuro. Además, las necesidades humanas son infinitas, de modo que es imposible satisfacerlas, ni ahora ni en el futuro. Pero es que incluso el concepto de "comprometer" no pertenece a la lógica simple, de síes y noes. Todo compromete algo del futuro en cierto grado. ¿Dónde se pone el umbral?

Quizá haya sido esa indefinición lo que lo ha hecho popular. Cualquier político o comentarista puede mostrarle su adhesión sin que se le pueda echar nada en cara. Y los ecologistas pueden emplearlo para incluir en él sus mantras preferidos, sin que nadie pueda reprochárselo. La interpretación más dura del concepto implicaría la obligación de preservar los recursos naturales, usándolos sólo al mismo ritmo en que se regeneran, y eso sólo los que lo hacen. Como eso es impracticable y nadie les haría caso, han pasado a una concepción más suave, que admite el consumo de recursos sólo hasta el punto en que el bienestar humano no decaiga. Crecimiento cero, en suma, sería la traducción del concepto de "desarrollo sostenible". En palabras del informe Stern, "las generaciones futuras deberían tener derecho a un estándar de vida que no sea menor que el actual". Que no sea menor, ojo, no que sea mayor. De modo que, si todo consumo de recursos pone en riesgo el bienestar de los futuros habitantes del planeta, debe consumirse sólo lo necesario para quedarnos como estamos, para que éstos tengan un nivel de vida equivalente al nuestro. Los africanos, también. Y si son pobres, que se jodan. Que hubieran nacido antes de que se hiciera popular el ecologismo.

Otro problema es que ni siquiera esta última acepción tiene alguna lógica. Por ejemplo, en 1970 disponíamos de unas reservas conocidas de 1.170 millones de toneladas métricas de aluminio. Entre ese año y 1999 consumimos 430 millones. Un partidario del crecimiento cero nos diría inmediatamente: "¿Veis? Por vuestra culpa las generaciones futuras no dispondrán de suficiente aluminio para sus necesidades. ¡A la hoguera!" Sin embargo, lo cierto es que para 1999 las reservas conocidas de aluminio eran de unos 34.000 millones de toneladas métricas. ¿En qué hemos perjudicado, por tanto, a nuestros nietos? Como ven, si algo se puede decir del desarrollo sostenible es que no se sostiene por ningún lado. Y sí, ya sé que es un chiste fácil, no hace falta que me lo digan.

En realidad, la base sobre la que se asienta cualquier formulación de desarrollo sostenible es la costumbre, muy humana pero ridículamente errónea, de intentar adivinar el futuro viéndolo como una mera continuación de las tendencias del presente, sin considerar los posibles cambios radicales que con toda seguridad tendrán lugar. Es normal que hagamos eso, precisamente porque somos incapaces de predecir esas variaciones que se salen de lo acostumbrado. Pero nos lleva a conclusiones ridículas y arrogantes, como pretender saber qué necesidades tendrán los hombres del mañana y qué recursos necesitarán para satisfacerlas.

En realidad, lo único que podemos hacer por las generaciones del mañana es dejarlas en la mejor posición posible para que ellas mismas puedan seguir su propio camino. Y para cumplir con ese objetivo lo mejor es crecer a la mayor velocidad posible, pues toda nueva riqueza se crea a partir de la riqueza ya existente. De ese modo, nuestros nietos dispondrán de muchas más opciones que nosotros. Ese es el único desarrollo sostenible que, en realidad, responde con lógica a la definición del informe Brundtland, pues no requiere que se establezcan objetivamente necesidades subjetivas ni que se precise lo que se entiende por comprometer, pues es precisamente la satisfacción de las necesidades presentes la que deja en una posición inmejorable a las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Y la única herramienta que nos puede permitir alcanzarlo es, como ha demostrado tanto la teoría como la historia, ese mercado libre que los teóricos ecologistas quieren suprimir.

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