Skip to content

El mito de la omnipotencia del Estado

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Cuando el Estado se excede de sus funciones básicas, comienza a perder eficiencia.

Un debate recurrente en los círculos liberales es si resulta posible –o no– mantener el tamaño del Estado dentro de límites aceptables. La tendencia al crecimiento desmesurado de las funciones estatales se explica porque existe la fantasía popular de que el Estado es omnipotente. Por ende, ante cualquier insatisfacción en cualquier campo, sobreviene la demanda de que el Estado intervenga para cubrir ese requerimiento. Como siempre hay demandas insatisfechas, la tendencia al crecimiento del Estado deviene inexorable. Por eso hay quienes sostienen que no es posible el mantenimiento de una estructura estatal dentro de límites acotados y que la sola existencia del Estado lleva inevitablemente su crecimiento hacia el infinito.

Ese razonamiento que afirma que el crecimiento del Estado es inexorable es falaz porque omite considerar la premisa en la que la tendencia a la expansión estatal está basada: la creencia colectiva de que el Estado es omnipotente. Es cierto que en la sociedad de masas esa idea está muy arraigada. Bastante antes de que los Estados adquirieran las dimensiones elefantiásicas que tienen actualmente, Ortega y Gasset había pronosticado que esto sucedería en el capítulo XIII de La rebelión de las masas, y justamente por ese motivo: la creencia en la omnipotencia del Estado.

Si no existiera esa fantasía, y se entendiera que el Estado es una creación humana con ciertos fines específicos, la tendencia al expansionismo estatal ilimitado desaparecería. No es cierto que la propensión al crecimiento infinito del Estado sea inexorable. Este fenómeno es el resultado de la muy extendida creencia colectiva de que el Estado es omnipotente y, si ese error conceptual desapareciera, la expectativa de que el Estado satisfaga cualquier requerimiento no cubierto también se extinguiría.

La identificación de cuál es el origen del expansionismo ilimitado del Estado es un asunto de la mayor importancia para el liberalismo porque es el factor que permite diagnosticar uno de los principales problemas de estos tiempos y, consecuentemente, estudiar posibles vías de acción para resolverlo.

El Estado es una institución necesaria para el equilibrado desenvolvimiento del orden social. Por eso los seres humanos, cuando deciden formalizar su decisión de convivir pacíficamente, sancionan una constitución y crean cierto poder público en el que delegan el ejercicio de la autoridad cuya tarea es sostener la vigencia de los derechos y libertades individuales de los miembros de la comunidad. Es más eficiente crear una organización que cuente con la aceptación general que se ocupe de asegurar los derechos de todos los ciudadanos, que prescindir de esa institución y dejar la defensa de esos derechos a cargo de cada ciudadano, lo cual obligará a destinar muchos más recursos per capita a ese menester, seguramente con resultados más magros. En los ordenamientos liberales el alcance de la autoridad estatal está circunscripto al resguardo de los derechos de los individuos. El problema sobreviene cuando, dentro de ese sistema social, aparece una expectativa muy extendida de que el Estado cumpla otro tipo de funciones, además de garantizar derechos y libertades individuales. En la práctica, en la actualidad, en casi todos los países, en mayor o menor medida, el Estado, presionado por demandas sociales muy extendidas, asume bastantes más tareas que la garantización de derechos y libertades.

Sucede, sin embargo, que cuando el Estado se excede de sus funciones básicas, comienza a perder eficiencia. Esto es algo que quienes aspiran a que el Estado satisfaga demandas sectoriales, que exceden el resguardo de derechos y libertades, no tienen en cuenta porque presuponen que el Estado es omnipotente. He allí entonces el problema: la creencia de que el Estado es omnipotente es el germen del cual deviene, posteriormente, la expansión ilimitada de las organizaciones estatales.

Dado este diagnóstico, la tarea de los divulgadores del liberalismo en relación a este tema debe consistir en denunciar la falacia de que el Estado es omnipotente. No es una tarea fácil ni de resultados promisorios a corto plazo. Pero si una labor de este tipo tuviera éxito sería un cañonazo a la “línea de flotación” de la mentalidad estatista… Por eso sería de la mayor relevancia el desarrollo de tareas específicamente orientadas hacia la neutralización del mito de la omnipotencia del Estado. Si este curso de acción encontrara un eco favorable, la racionalidad empezaría a imponerse sobre la irracionalidad actualmente predominante, y el ordenamiento social se encaminaría hacia mayor libertad y prosperidad. Es una tarea difícil, por cierto, pero hay que realizarla. Quizá la propia dificultad se constituya en un desafío motivador. El camino es ese. Habría que comenzar a recorrerlo.

6 Comentarios

  1. En mi humilde opinión, no
    En mi humilde opinión, no existe un expansionismo estatal ilimitado causado por una errónea creencia en su omnipotencia. Primero, el Estado crece todo lo que puede, pero está claro que encuentra un límite fijado por una excesiva pérdida de eficiencia relativa: los Estados grandes son superados por los relativamente más libres y eso limita su crecimiento. El Estado limitado ya lo tenemos, sin necesidad de desengañarnos sobre su omnipotencia.

    Además, nadie no muy estúpido puede creer en la omnipotencia del gobierno, así que ahí no puede estar el problema. Nadie necesita creer en la divinidad del Estado, basta con que crea que puede beneficiarle a costa del resto -y eso sí que puede, vive Dios que sí- y que conseguirá superar a sus rivales.

    El problema del Estado no es su presunta omnipotencia sino su presunta necesidad. El problema del Estado no es que crezca demasiado –siempre será demasiado- sino que exista, por eso debe ser rechazado de plano y sin ambages.

  2. Hasta ahora los poderes
    Hasta ahora los poderes públicos se detenían en un acoso regulatorio y fiscal,suficiente para que la mayoría de nosotros sienta su peso opresor( la mitad de nuestro trabajo es para los impuestos). La omnipotencia del Estado ,con la implantación de los microchips subcutáneos en la cara/frente es hoy una tecnología posible,hoy nuestros móviles,televisores,ordenadores,tarjetas bancarias. delatan ya nuestra presencia y pueden gravarse imágenes y conversaciones privadas,lo peor se encuentra por llegar.

    • No confunda omnipotencia con
      No confunda omnipotencia con gran capacidad de represión o acumulación de datos. La cuestión aquí planteada es si el Estado se mantiene a partir de la extendida creencia –que se debería contrarrestar- de que sirve a un supuesto interés general, en el sentido utilitarista de que puede satisfacer fines mayoritarios mejor que su ausencia, cosa que en mi opinión no es correcta. El Estado no necesita ser útil para todos en sentido positivo, sino convencernos de que sin él reinaría el caos y el desorden. Pienso que sin combatir esta idea no se avanzará ni un ápice, por mucho que se insista en los clamorosos fallos del Estado.

      Aunque el Estado pudiera tener acceso a toda información perceptible sobre nosotros, no sabría qué hacer con ella de manera útil. Es un gran disparate plantear que alguien o algo pudiera “divinizarse” por el simple expediente de acumular información, pero si así fuera, ¡albricias!, se acabaría el problema: poder llegar a dios a través del Estado sería estupendo, no algo preocupante. No será así.

      Mire, hay algo mucho peor que te vigilen y es no preocuparle a nadie. El Gran Hermano tecnológico es otro de los oportunos “peligros” con que pretenden asustarnos para justificar nuevas pérdidas de libertad, siempre el verdadero riesgo.

  3. Creo que el error conceptual
    Creo que el error conceptual debajo de esos procesos está más bien en una creencia ERRADA en una supuesta OMNISCIENCIA atribuida o bien al legislador (del tipo que sea), o a unos supuestos sabios o sociólogos “científicos”, o a uno mismo. Ese racionalismo exagerado (del que habla el profesor Martínez Meseguer en sus clases) lleva a dejar de lado u obviar las instituciones espontáneas que explica Menger (y a sustituirlas o reemplazarlas por legislación administrativista y ejecuctividad política).
    Merece la pena señalar que las instituciones o CONVENCIONES básicas (familia, trueque, dinero-mercancía, mercado, contratos, hacer “cola”, las lenguas, la Iglesia u otras comunidades de creencias de adhesión voluntaria, circular por la derecha, o por la izquierda, ceder el paso a quien lo hace por una rotonda, etc.) presentan una “remarkable uniformity, across ages and cultures, of what most men consider acceptable conduct in their dealings with each other.»

  4. Así, toda institución
    …así, toda institución espontánea o convención implica, o implicaría, justicia “PROCESUAL” (que dicen en portugués), que se corresponde con que cada persona (todas y cada una) es igual ex ante ante la misma en cuanto a posibilidades o libertad de acción. Lo que viene a ser diferente, incluso opuesto, a un supuesto ESTADO final ideal (que el legislador pretendería conocer y saber cómo alcanzar).
    De Jasay lo expresa así: «Opposed to the force of politics is the force of convention. Conventions (a self-enforcing, nonconflictual solution) emerge without any conscious choice of anyone’s part and entail no rule of submission of minority to majority, losing coalition to winning coalition.”

    • On point , Jorge 😉
      On point , Jorge 😉
      El estado ( la minúscula es mía como heterodoxo convencido ancap) jamas llegara a ser omnipotente por la falta de omnisciencia de sus «ingenieros sociales» . Esa minoría con privi-legios reales, si bien cuenta con la fuerza monopólica del sistema, no puede librarse de la degradación paulatina que sufre la condición humana cuando se cobija en la omnipotencia absoluta del estado . Ya lo dice el conocido dictum de Lortd Acton, «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente» es asi como el estado omnipotente lleva en si mismo el germen de su propia destrucción.


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Cómo el mundo se hizo rico

La obra de Acemoglu, Robinson y Johnson, por sus trampas y errores, seguramente no merezcan un Premio Nobel.