Lo que nos ofrece esta nueva generación es un Estado mucho más fuerte y menos libertades de las que ahora disfrutamos.
Cambiar un régimen autoritario por una democracia, de una manera más o menos pacífica, no es fácil. Implica colaboración entre las fuerzas vivas del régimen y de la oposición, y una actitud dispuesta al diálogo, siendo conscientes de las grandes diferencias que seguramente los separan, pero también de las coincidencias sobre las que se construirá una nueva situación. Hay que saber o aprender a confiar en el adversario y, sobre todo, en el aliado; ser conscientes de que habrá que superar negociaciones difíciles, traiciones y, posiblemente, actos violentos que pueden venir de cualquier parte, incluso de la propia. Pocas transiciones políticas han sido pacíficas, casi siempre han tenido revueltas violentas. La española es una en las que la violencia, que existió, pudo controlarse y su desarrollo se explica en las escuelas políticas más prestigiosas como un modelo a imitar. ¿O, en el fondo, es todo un bluf? ¿Tiene razón la extrema izquierda cuando la desprestigia?
Desde el 15 de mayo de 2011, cuando la Puerta del Sol de Madrid se llenó de un batiburrillo de personas, jóvenes en su mayoría, que estaban básicamente hartos de su situación[1] y que dieron lugar al movimiento 15M, se ha potenciado mucho la idea de que la Transición española es un epílogo del ‘tardofranquismo’ y de que sus frutos, la Monarquía Constitucional y su marco base, la Constitución de 1978, no son legítimos[2], pese a haber sido consensuado por los españoles en referéndum con una aprobación del 88%. Tal es la posición de Unidas Podemos, partido actualmente en el Gobierno de España, o de los grupos independentistas, que fueron los grandes perdedores políticos en lo que llaman el ‘régimen del 78’ y que actualmente forman parte de la mayoría que mantiene en la presidencia a Pedro Sánchez.
La primera pregunta que habría que contestar es si la Transición es tan modélica como se vende. Bueno, desde mi punto de vista lo es, en tanto salió relativamente bien. Lo es, en tanto ocurrió tal cantidad de hechos que hubo elegir una serie de ellos y desechar otros para crear un relato que diera sentido a aquellos tiempos, improvisado, sí, pero creíble, que llenó a la gente de esperanza y paz. Lo es, en tanto se consiguió el paso de una dictadura a una democracia relativamente moderna de una manera más o menos pacífica, un temor de muchos, que en ese momento rememoraban la Guerra Civil y veían un mundo lleno de violencia. Lo es, en tanto las múltiples negociaciones y pactos entre facciones y grupos terminaron con éxito.
Eran tiempos muy distintos a los de ahora, la extrema derecha sí que era importante y poderosa y representaba a una nada desdeñable cantidad de españoles. Era políticamente muy activa y algunos grupos bastante violentos. La extrema izquierda (y no me refiero al PCE de Santiago Carrillo) se organizó en grupos de distinto pelaje (marxista, maoísta, trotskista, anarquista, etc.) que se dedicaron a buscar la revolución y eso se tradujo en labores de propaganda, poco eficientes, pero también actos violentos, usando el terrorismo como herramienta para crear la necesaria inestabilidad social (y algunos de ellos, con financiación soviética). El terrorismo fue una lacra en este periodo, como lo fue después y no pocas veces paró el proceso de negociación. El independentismo quedó absorbido por los nacionalismos periféricos, que fueron los que tuvieron protagonismo en las negociaciones. Aun así, partidos como ERC siguieron existiendo en Cataluña, con una base social importante, y la banda terrorista ETA tuvo un papel sangriento y destacado durante toda la democracia[3].
Sin embargo, la Transición fue un proceso caótico, como casi todos procesos políticos, donde la mayoría de los perdedores asumió su papel y buscó otros nichos donde vivir o sobrevivir, y los vencedores se encumbraron al poder para dar forma a un sistema lleno de defectos, pero también de aciertos. El primer acierto fue dar espacio para que todos, pensaran como pensaran, pudieran tener cabida en él[4]. Precisamente porque todo cabe en la Constitución de 1978, esta se llenó de contradicciones de carácter ideológico: existen artículos que incluyen principios liberales, sí, pero también socialdemócratas e inclusos algunos que aplaudieron los comunistas.
El resultado de la Transición es un sistema socialdemócrata, con fuerte carácter social y poco liberal; con un Estado fuerte, más intrusivo en la privacidad de la gente de lo que gusta a los amigos de las ideas de la libertad; fuertemente descentralizado, pero no una descentralización liberal, ya que lo que se ha conseguido es una multiplicidad de administraciones públicas que duplican y triplican competencias; que ha disparado el número de funcionarios y trabajadores públicos; ha elevado la carga fiscal; ha propiciado procesos políticos tumultuosos, llenos de enfrentamientos, incapaces de llegar a acuerdos entre adversarios e incluso entre fuerzas políticas cercanas en lo ideológico. Además, la convivencia tan intensa entre lo público y lo privado y los enormes presupuestos que se manejan han favorecido la corrupción, que es uno de los grandes males del sistema, junto a una politización de las instituciones estatales, que deberían ser neutras ante gobiernos y partidos.
Así que, reformulo la pregunta y contesto: ¿fue modélica la Transición, aún con sus defectos y virtudes? Lo fue, pero no es un modelo que guste mucho a un liberal, al menos en su fruto final, quizá un poco más en sus formas. Tampoco podemos sorprendernos, ya que, en la Transición, pactaron fuerzas tan distintas en lo ideológico (conservadoras, liberales, socialdemócratas, socialistas y comunistas) como en lo estructural (monárquicas y republicanas). ¿Qué se puede esperar de ello?
Por otra parte, es evidente que en los últimos 15 años el mito de la Transición ha tenido una evolución, pasando de ser un modelo a seguir a otro que nos ha traído corrupción y desesperanza. Antes he escrito que el origen de esta nueva visión es el movimiento del 15M. No es cierto del todo, pues en ese momento se intensificó, pero el verdadero principio está en la Ley de Memoria Histórica que se publicó en el BOE el 26 de diciembre de 2007 durante la presidencia del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Tras llegar al poder, después del horrible atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, las izquierdas más extremistas del PSOE se hicieron con el control del partido y decidieron resucitar el guerracivilismo, que el PSOE de Felipe González había enterrado, o al menos apartado, durante su larga presidencia. Es esta Ley y, sobre todo, su uso instrumental lo que empieza a poner en duda la legitimidad de la Transición. Las fuerzas conservadoras y liberales pasan a ser el enemigo a batir, se identifican con el fascismo o la extrema derecha, incluso se muestran como antidemocráticas y surgen los cordones sanitarios en torno a los partidos. Al año siguiente, 2008, surge la crisis económica y se acusa al capitalismo de ser su origen. La izquierda vende victimismo, desesperanza, miseria, corrupción y se señala a los culpables. El movimiento 15M surge en este contexto. La extrema izquierda lleva años probando estrategias y causas en Latinoamérica, se ha entrenado con Chávez, con Correa, con Morales, con Ortega, con Castro. Es esta extrema izquierda la que pretende auparse al poder y la que dice a los jóvenes, sobre todo a los jóvenes urbanitas, que sus padres son los culpables.
No será la primera ni la última vez que los hijos culpen a sus padres de los males que les afectan o, mejor dicho, de lo que perciben como sus males, aunque su situación real pueda ser mucho mejor que la que vivieron sus antepasados. Es la extrema izquierda, que ahora está en el poder de la mano de los socialistas, la que acelera la transformación del mito, la que convierte la Monarquía en un sistema corrupto (pese a que no pocas veces ésta ha hecho el caldo gordo a sus enemigos), la que transforma a la derecha conservadora o liberal en una banda de fachas, reaccionarios, machistas, llenos de fobias y odios. Estos cambios de percepción son esenciales para cambiar el régimen, hay que deshumanizar al enemigo.
Paradójicamente, el propio sistema ha favorecido esta manera de pensar; ha alimentado, a lo largo de décadas, al monstruo que ahora pretende acabar con él. Las ideas que anidan en la cabeza de muchos defensores de la izquierda lo hacen gracias al sistema educativo que, generación tras generación, década tras década, ha avanzado hacia unos contenidos ideológicos y políticamente correctos. El sistema público de enseñanza, unido a una fuerte carga ideológica, ha ayudado a casi todos los grupos extremistas. Da lo mismo si pretenden la independencia de una parte del territorio español (y no precisamente en un Estado lleno de libertades) o el derrocamiento de la legalidad vigente. La propia banda terrorista ETA ha optado por la vía política, no porque haya rechazado el terrorismo, sino porque da más viabilidad a su causa y, sobre todo, más financiación. No es extraño que, en este contexto, se reivindique como “luchadores democráticos” a grupos terroristas como la propia ETA, los FRAP o los GRAPO.
Asistimos, por tanto, a un evidente proceso de desmitificación de la Transición para ser sustituido por otro régimen y, por eso, en los últimos días, han aparecido en el discurso político los conceptos de crisis y procesos constituyentes[5]. Este nuevo sistema pretende alterar las libertades políticas ganadas en 1978. Puede decir un liberal que, al fin y al cabo, somos siervos del sistema nacido en 1978, en tanto nos quitan el dinero y nos obligan a renunciar a libertades básicas, y no podré negarlo, pues la Constitución de 1978 nos ha parido una socialdemocracia, pero diré que esto es una cuestión de grado y lo que nos ofrece esta nueva generación, al menos la que milita en la extrema izquierda, más activa políticamente, es un Estado mucho más fuerte y menos libertades de las que ahora disfrutamos. Parafraseando al secretario de Estado de Estados Unidos, Cordell Hull, sobre Anastasio Somoza: es cierto que la Transición nos dio un sistema socialdemócrata, pero es nuestra socialdemocracia. No la sustituyamos por un comunismo.
[1] Estado que, por otra parte, es habitual en la mayoría de los adolescentes, jóvenes y adultos con complejo de Peter Pan.
[2] En esta argumentación se elimina el papel que tuvo el PCE de Santiago Carrillo en la instalación de la democracia en España. Carrillo no tuvo ningún problema en negociar con Adolfo Suárez, que siendo el secretario-ministro del Movimiento, fue elegido por Juan Carlos I como presidente de su segundo Consejo de Ministros. El propio Rey había sido designado como su sucesor por Francisco Franco. En cuanto al PCE, con el PSOE y otros partidos de izquierda desaparecidos, era el que aglutinaba muchos de los antifranquistas y no necesariamente porque estos pensaran como comunistas.
[3] Incluso ahora, su heredero político, Bildu, está teniendo un papel destacado al negociar con el PSOE en distintos parlamentos y consistorios.
[4] Es por esto por lo que no se explica que la banda terrorista ETA haya asesinado a cerca de 1.000 personas, pudiendo haberse disuelto como hicieron otros grupos que usaron, en algún momento, el terrorismo como herramienta para sus objetivos y luego lo rechazaron, optando por la política.
[5] Estos conceptos generan un paralelismo inquietante con regímenes como el venezolano.
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