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El mito del 40%

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Ya Thomas Sowell en Civil Rights, Rhetoric or Reality?, escrito en 1984, denunciaba el "cliché" del 59%. Los medios norteamericanos repetían entonces, incesantemente, que una mujer cobraba sólo un 59% de lo que cobraba un hombre por hacer el mismo trabajo. Un par de décadas después, en España, hemos estado una semana escuchando que las mujeres cobran un 40% menos que los hombres por hacer el mismo trabajo. Entonces era mentira. Hoy, también.

Cualquier conocedor de los mecanismos de mercado libre sabe que en él no puede permanecer una situación de discriminación. Ningún colectivo, y más cuando éste es la mitad de la fuerza laboral, puede cobrar permanentemente menos de lo que vale por mucha discriminación que exista en la sociedad, porque siempre habrá empleadores que prefieran los beneficios contantes y sonantes a los prejuicios, contratando a miembros de ese grupo discriminado y haciendo subir los sueldos del mismo al aumentar la demanda. En Sudáfrica, por ejemplo, los empresarios blancos burlaban la ley para contratar a negros, porque de no hacerlo no podían competir contra quienes sí lo hacían, al trabajar por menos dinero que los blancos. Y no tenemos razón alguna para pensar que fueran menos racistas que el resto de la sociedad del apartheid. La discriminación sólo puede pervivir si se está aislado de las consecuencias negativas de la misma en el mercado; en monopolios públicos, por ejemplo.

A cualquiera que no vaya con los ojos tapados ante la realidad, no le puede sorprender que Sowell se encontrara con que las mujeres trabajaban menos horas al año, en parte porque eran muchas más las que tenían contratos a tiempo parcial, y que de media se mantenían menos años en un mismo empleo. Dado que la mayor parte de estas diferencias se explican por la maternidad, ¿qué sucede si estudiamos las diferencias entre hombres y mujeres solteros? Que aparece algo distinto; el 59% se transforma en un 91%. Y aún así, la diferencia que aún se mantiene no puede explicarse automáticamente por discriminación. El crecimiento en el número de madres solteras no puede eliminar del todo la explicación de la maternidad en esa diferencia, además de que los hombres optan por estudiar y trabajar en campos más remunerados como ingeniería o matemáticas.

Sin entrar a considerar si se debe a una suerte de rol impuesto por la sociedad o a que, simplemente, la evolución ha concedido a las mujeres una mayor dedicación a los suyos, lo cierto es que el matrimonio y los hijos tienen efectos completamente opuestos sobre hombres y mujeres en el trabajo. Ellos aumentan el número de horas que dedican a ganar dinero y ellas lo disminuyen. Sowell encontró una correlación durante el siglo XX entre la natalidad y la presencia de mujeres en puestos altos en la universidad; cuanto mayor era la primera, menor la segunda.

Los datos en España no son tan exhaustivos, pero ofrecen algunos indicios en esa dirección. El 78% de los contratados a tiempo parcial son mujeres. Además, a lo largo de 2004, se retiraron del mercado laboral 379.500 mujeres frente a 14.500 hombres, es decir, el 96% del total. Habría que investigar si se encuentran diferencias parecidas a las halladas en Estados Unidos entre casados y solteros, tanto en hombres como mujeres.

Lo que debemos aprender de estos datos es que una parte importante, si no toda, de la diferencia salarial atribuida a la discriminación se debe a las elecciones que libremente tomamos hombres y mujeres. Y que la ley de igualdad es un intento de sustituir esas decisiones libres por las que el Estado ha decidido que debemos decantarnos, siempre, claro, "por nuestro bien". Si en el futuro crece la desconfianza hacia las mujeres que ocupan altos cargos, ante la imposibilidad de conocer si están por imperativo legal o por sus méritos, si renacen prejuicios que estaban para muchos olvidados, no echemos entonces la culpa al machismo sino al "justiciero de las mujeres".

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