En el Tercer Mundo hay millones de personas muriéndose de hambre, y en Occidente seguimos haciendo el paripé. Los que se hacen pasar por líderes morales e intelectuales (estrellas del pop/rock, activistas de izquierda, multibillonarios y políticos de todo el espectro) continuan exigiendo más ayuda exterior, más millones de nuestros bolsillos para mandar a los gobiernos de los países africanos. Parecen no darse cuenta de que en más de 50 años, África no ha conseguido ningún progreso gracias a la ayuda exterior. De hecho, los pocos, aunque los esperanzadores progresos que se vislumbran (1 2), son a pesar de nuestra "peligrosa generosidad"; es decir, a pesar de los billones de ayuda gubernamental, que no llegan a los africanos necesitados, sino que se pierden misteriosamente en el camino, entre armamento y cuentas bancarias de dictadores desalmados. Y es que parece más cómodo y lenitivo darles el dinero, pensar qué buenos somos y luego olvidarnos del tema, y de las consecuencias que puede traer. Salvar el mundo puede ser perjudicial, dice Xavier Sala-i-Martin.
La ayuda exterior parece mucho más popular y cómoda que las medidas que realmente podrían aliviar a los países más pobres, esto es, eliminar toda clase de proteccionismo. Parafraseando un versículo bíblico: "engordó Occidente, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa)".
A pesar de presiones fiscales intolerablemente altas, y quizás en parte incentivados por los fracasos gubernamentales, surgen iniciativas individuales muy interesantes; por poner dos ejemplos que defienden la economía de mercado: Umbele (futuro), fundada por Sala-i-Martin, o Enterprise Africa!, proyecto del Mercatus Center de la Universidad George Mason.
Estas organizaciones privadas demuestran que el ser humano tiene su parte altruista, en contra de lo que enseñan algunos modelos económicos, y de la creencia de que solo el Estado puede encargarse de la caridad (tanto dentro del país como en el exterior). No obstante, no hay que olvidar los casos de fraude de algunas ONG’s, que dañan muchísimo la imagen de las fundaciones honestas, haciendo que los particulares se piensen dos veces si colaborar con ellas o dedicar su dinero para otros usos.
Mientras estos proyectos son una realidad, personas interesadas dedican años de esfuerzo a estudiar in situ problemas que padecen los africanos (como esto) y gran cantidad de misioneros siguen ayudando y trabajando allí; mientras tanto, la izquierda parece tener el monopolio de la sensibilidad hacia los pobres. Su discurso de culpabilización del capitalismo y auto-flagelación de Occidente (ojo, tampoco hay que caer en el error de olvidar lo que Occidente ha hecho en esos países: llevado por el deseo imperialista de controlar el mundo conocido y sus recursos naturales, y de jugar con las fronteras africanas como si jugaran a un juego de mesa; pero no se puede explicar la situación actual de estos países por ese pasado, ya no cuela) sigue siendo el que cuenta con mayor aceptación en los medios.
Sin embargo, los países más pobres necesitan menos recetas socialistas, mucho más mercado y mucho más capitalismo. Y no es un capricho liberal, se trata de que millones de individuos salgan de la pobreza y dejen de morir de hambre. Se trata de que millones de personas puedan llegar a ser propietarios de los frutos de su trabajo y esfuerzo, que cuenten con seguridad jurídica y sean libres para contratar y comerciar con quien dispongan (esto se relata aquí con un caso real).
En Occidente nos podemos quejar de los atropellos que se cometen contra la libertad, de las actividades irresponsables y muy perjudiciales de los bancos centrales, etc., pero deberíamos mirar a lo que pasa en otros lugares, y sentirnos agradecidos de nuestra situación. Puede venir una grave crisis que podría haber sido evitada, y aunque hay que identificar las causas, analizar el tema y difundir las conclusiones (para eso ya está el Observatorio de Coyuntura Económica de este Instituto), estaría bien que abriéramos los ojos a otras realidades, para relativizar los sufrimientos de Occidente, y tener presente que mientras a muchos de nosotros nos sobra lo más necesario, otros mueren de hambre. Esto suena a autoflagelación anti-capitalista y de izquierdas, por eso decía que parecen tener el monopolio de la sensibilidad. Pero en realidad, creo que es un ejercicio sensato: apartar la mirada de nuestro ombligo y nuestros problemas.
Es así como experimentaremos el impulso vital que nos conducirá a una lucha auténtica contra las ideas y políticas, tan perjudiciales para aquellos a los que se pretende ayudar, de nuestro Occidente actual.
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