El mercado está creado espontánea e involuntariamente por todos los que participamos en él.
El ser humano tiende a buscar el orden en los entornos en los que lleva a cabo sus acciones para poder reducir el riesgo de las mismas. Ciertamente, el futuro es incierto, por lo que no podemos hablar de previsibilidad y mucho menos de predicción (en el sentido científico del término).
De manera innata el ser humano intenta reconocer la forma de funcionar de las cosas y procesos, su forma coordinada, la forma de desarrollarse. En definitiva, busca patrones y regularidades para poder trazar planes de acción seguros. Esto es especialmente importante a nivel social y colectivo. Los individuos tenderán a preferir las teorías científicas y sociales que les proporcionen una explicación de orden.
En el ámbito económico se ha acusado a la economía de libre mercado de ser caótica porque no está “dirigida ni vigilada” por nadie. ¿Qué pasaría si un barco no tuviera capitán ni equipo que la dirigiese? Sencillamente tomaría cualquier rumbo aleatorio y terminaría por naufragar y desaparecer.
Sin embargo, en la economía de libre mercado sí que existe un orden. Es un orden implícito que no es intuitivo precisamente porque no está dirigido por nadie. Quizás lo comparamos con el orden jurídico, en el que existe autoridad legitimada para imponer un orden en el sistema mediante mandatos y coacción.
Pero el orden del mercado no está personificado, no está ejercido por una persona u órgano director, sino que está creado espontánea e involuntariamente por todos los que participamos en él. Con nuestras acciones diarias destinadas a satisfacer nuestras necesidades individuales vamos determinando su resultado.
Veamos un ejemplo. ¿Por qué se vende pan en la panadería? Nosotros lo tomamos como algo totalmente normal y habitual, sin preocuparnos del proceso de mercado que hay detrás. ¿Quién ha decido que se produzca pan? ¿Quién decide cuánta cantidad producir? ¿Quién decide a qué precio debe venderse? La respuesta es muy sencilla: los consumidores. Los comerciantes exponen los productos que desean vender, pero son los consumidores los que los mantienen en el mercado al pensar subjetivamente que satisfacen algunas necesidades. De no satisfacer ninguna necesidad, serían retirados del mercado. La cantidad a producir no es una decisión arbitraria, sino que vendrá determinada por el número de personas que realmente deseen comprar ese pan. Su precio no será resultado de un cálculo teórico de unos cuantos tecnócratas, sino que dependerá del poder negociador que los consumidores tengan en el mercado, es decir, del número de oferentes de pan que haya así como del número de posibles consumidores existentes.
Vemos cómo existe un orden, porque se da respuesta a las tres preguntas principales de la economía: 1) qué se produce, 2) quién lo produce, 3) en qué cantidad, 4) a qué precio. Un orden basado en un proceso de mercado, que resulta ser verdaderamente democrático, ya que participamos todos libremente según nuestro interés real personal en ausencia de coacción alguna.
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