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El pensamiento circular del Estado español

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Hace unos días leía en un blog que el pensamiento humano funciona igual que lo hacemos los propios seres humanos cuando nos encontramos perdidos y sin mapa. Durante horas caminamos en línea recta pero sorprendentemente acabamos avanzando en círculo e invariablemente nos encontramos en el punto de partida. De la misma forma, cuando nos enfrentamos a un problema sin puntos de referencia, pensamos linealmente y no avanzamos, nos emperramos en la misma estructura de pensamiento circular una y otra vez.

¿Qué hacer? El autor del blog, Fernando Botella, aconseja «no dejes que nadie haga tu mapa por ti, desconfía de los sentidos, aunque creas que vas en línea recta puede no ser así».

También algunas organizaciones repiten una y otra vez la misma pauta y acaban donde empezaron. Véase la política económica española. 

Repasando los escritos de los arbitristas castellanos el XVI y XVII, nos encontramos a auténticos mercantilistas echándole en cara a la Corona no invertir el Tesoro americano que llegaba a España en actividades productivas: agricultura, ganadería e, incluso, algunos avanzados como el «grupo de Toledo» con Sancho de Moncada o Jerónimo de Ceballos proponían la inversión en industria. La queja estaba más que justificada, la Corona destinaba el oro y la plata que llegaban del Nuevo Mundo a pagar deudas de guerra y a comprar bienes de lujo en Inglaterra y Flandes, de manera que no repercutían en la mejora de la situación económica en España y generó una inflación que, además, trasladamos a esos países a los que comprábamos y al resto de Europa.

Pero Sancho de Moncada y los arbitristas españoles también defendían medidas para evitar la falta de metal amonedable, evitar la preponderancia de los extranjeros en el comercio español y defendieron el proteccionismo. Justo las medidas de política económica mercantilistas que tanto daño hicieron a las naciones de la época. La pérdida de valor de la moneda causada por la abundancia de metal era lo que generaba la inflación reinante y, por tanto, la pérdida de poder adquisitivo, ya que no se invertía en una mayor actividad económica. El control estatal del comercio, la concesión de privilegios, fueron medidas que causaron severos daños a los países que pusieron en marcha estas políticas. Puede parecer que proteger las exportaciones nacionales frente a los productos extranjeros es hasta «patriota» pero la lógica económica, que no siempre es obvia, nos muestra que es el libre comercio lo que genera crecimiento económico, como argumentaron desde Hume y Adam Smith hasta los economistas más prestigiosos de nuestros días.

Aunque hay enormes diferencias entre la Corona de los siglos XVI y XVII y el Estado español actual, sí podemos hacer un esfuerzo y analizar la pauta de comportamiento de ambos. Y, efectivamente, el doble rasero se repite.

En la presente recesión nos encontramos con un Estado profundamente endeudado, que reclama liquidez endeudándose más aún, exactamente igual que la Corona de entonces mantenía el Imperio a golpe de deuda. En la España del siglo XXI vemos que muchos economistas reclaman inversión pública en el sistema productivo, que ha quedado maltrecho tras el «pinchazo» de la burbuja inmobiliaria, una inversión que supondría un privilegio para el sector o los sectores que se pretenden primar. Y a la vez, se demanda que el Estado siga regando de dinero a los bancos, a las empresas, al sistema.

Básicamente es el mismo esquema del siglo XVI-XVII: privilegios e intervención. Se ha demonizado al empresario que busca el lucro, excepto si es una gran empresa afín al poder. Se penaliza el ahorro y se prima el endeudamiento de las instituciones financieras jugando con los tipos de interés del BCE y los tipos impuestos por los bancos. Se reclama que no se recorten gastos, sin caer en la cuenta de que esos bienes y servicios podrían proveerlos de manera más eficiente de otra manera. Y se reclama, a la vez, que no se suban los impuestos, lógicamente, porque repercute en el poder adquisitivo de la población.

Somos un pueblo mercantilista, que tiene un gobierno mercantilista, sea de un partido, sea de otro partido. Tal vez sea la hora de retomar las lecturas de los economistas liberales que desmontaron las políticas mercantilistas y cuyas teorías económicas permitieron la recuperación de Europa.

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