¿A quién no le resulta atractiva la idea de un mercado único europeo? El concepto suena estupendamente tanto para empresarios como para consumidores. Para los primeros, la boca se hace agua al pensar en 300 millones de posibles compradores con un poder adquisitivo bastante razonable. Los segundos pueden soñar con obtener sus productos y servicios de empresas de todos los países europeos (como mínimo), compitiendo denodadamente para servirles mejor.
La idea no solo lo parece, es buena. Y eso fue lo que movió en los años 50 a la creación de la CECA, origen de la actual Unión Europea, con la que se abrían mutuamente los mercados de carbón y acero los países fundadores, a la sazón Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. Se creaba así un mercado único europeo para el carbón y el acero en esos seis países.
Eliminar las barreras
Hay consenso entre los economistas en que la eliminación de barreras legales para la competencia es muy buena para la sociedad, y la creación de este mercado único europeo consistía básicamente en eliminar las barreras que creaban los países firmantes mediante sus aranceles y aduanas. Los fundadores de la CECA tenían presentes sin duda estos conocimientos económicos, aunque seguramente sus objetivos fueran más allá y anticiparan que esta liberalización mutua de los mercados también supondría una robusta base para la pacificación del Viejo Continente, sumido en constantes guerras desde la Pax Romana. ¿No era Mises quien decía aquello de que si no pasa el pan pasarán los tanques? Pues eso, a dejar “pasar el pan”, empezando por el carbón y el acero.
La idea fue tan buena, tan buena, que se fueron uniendo a la misma otros países, hasta llegar en la actualidad a 27 los que tratan de alcanzar ese mercado único (aunque llegaron a ser 28 antes de que Reino Unido se replanteara su pertenencia), que ya no se limita al carbón y al acero, sino que se extiende a un sinfín de productos y servicios. Se trata de un mercado único europeo construido sobre principios de libertad: libre circulación de trabajadores, de productos, de capitales. Un mercado único construido sobre la libertad.
Una buena idea… en manos de burócratas
Pero como siempre suele pasar con las ideas que quedan en manos de Estados y funcionarios, el concepto de mercado único europeo en algún momento empezó a corromperse. Y es que a los Estados siempre les da alergia la libertad, aunque sean Estados supranacionales, como es el caso de la Comisión Europea y demás instituciones de la Unión.
Fue el momento en que los funcionarios de la Comisión Europea se dieron cuenta de que esgrimiendo la bandera del “mercado único”, podrían arrebatar competencias a los Estados Miembros que componen la Unión. En el fondo, era lo que había hecho la CECA, despojar de competencias aduaneras a los firmantes del tratado, reducir en suma su poder, lo que es siempre positivo para el mercado y por ende para la sociedad civil.
La clave era que la CECA no quitaba esas competencias a los Estados para quedárselas ella, por lo que el balance social era positivo: el poder total del Estado oprimiendo al individuo europeo descendía al perder competencias, el Estado Miembro que no asumía la institución supraeuropea.
«Armonización» regulatoria
Desgraciadamente, ya no va de eso el mercado único. Ahora el mercado único europeo ha cedido ante la “armonización” regulatoria, y no es más que una lucha por saber quién regulará el mercado europeo, si lo hará cada Estado Miembro por su cuenta, o lo hará la Comisión Europea para toda la Unión. Es el señuelo que presenta a los empresarios y consumidores la Comisión: apoyadnos para conseguir ese mercado único (perdón, armonizado) que tan suculentas ganancias nos ha dado. Pero lo que dice realmente es: dadme a mí el poder de regular el mercado en la toda la Unión Europea y quitádselo a los Estados Miembros.
Como se ve, esta situación es bastante distinta de la que proponía la CECA, puesto que el mercado “armonizado” no supone una reducción del poder padecido por el individuo. Lo que se produce es un cambio en la ubicación de dicho poder, que pasa de una instancia de ámbito geográfico limitado a una de mayor alcance. Sabemos, además, que ceteris paribus esto es en realidad peor para el individuo, ya que se le hace más difícil “votar con los pies”, esto es, moverse de jurisdicción si no le gusta la regulación que sufre en la suya.
No es necesario
Pero es que, además, el mercado “armonizado” por la regulación, necesariamente habrá de dar lugar a consecuencias muy diversas en cada Estado Miembro, puesto que las circunstancias y coyunturas en cada uno de ellos son muy diferentes. Por poner un ejemplo muy burdo, imaginemos que el Salario Mínimo estuviera “armonizado”. En aquellos países cuya estructura de capital permite una mayor productividad, quizá no tendría efectos, mientras que en aquellos de menor productividad, la subida del paro sería intolerable. Es por ello que no cabe esperar esta armonización, que no obstante parecería fundamental con el concepto de mercado único europeo que maneja la Comisión.
Ello nos revela también que la armonización de la regulación no puede ser el camino para conseguir un mercado único, como nos dice la Comisión que pretende. En realidad, la forma de conseguir el mercado único ya la implementaron los fundadores de la CECA, y consiste precisamente en eliminar barreras legales y regulaciones.
Que no nos confunda su señuelo: el verdadero mercado único, el único “mercado único” posible es el mercado sin intervención regulatoria. El mercado único que ellos pretenden es solo un mercado armonizado regulado centralizadamente por la Comisión Europea. Es ese “mercado único”, pero muy regulado, es el que está llevando a la Unión a la pobreza y la irrelevancia global en todos los sectores económicos.
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