La Tierra se nos está quedando pequeña. ¿Cuánto pagaría un turista por darse un paseo en microgravedad o visitar una estación espacial y poder decir a sus boquiabiertos oyentes que los ha estado viendo desde el espacio?
Hasta hace muy poco, un viaje privado más allá de los 100 kilómetros de altura, es decir, hasta lo que se conoce como la línea de Kármán (que es donde se considera que comienza el vuelo espacial) era algo reservado sólo a los especialistas en astronáutica y su traspaso indiscriminado era propio de las novelas de ciencia ficción. Hoy ya no es así.
Por ironías del destino, la veda la abrió la agencia espacial de la antigua URSS que, por necesidad perentoria de dinero, propició la llegada de un particular por mero placer a la estación espacial internacional (ISS), en contra de los deseos de su homóloga americana, que con su presupuesto millonario todavía cree que, el espacio es su feudo particular. El primer turista espacial fue, pese a la NASA, el magnate norteamericano Dennis Tito en abril de 2001 (otro guiño más del destino, en este caso a la película basada en la novela de Arthur Clarke) por el "módico" precio de veinte millones de dólares.
Tuvo que esperarse otros cuatro años a que el siguiente turista, el empresario e informático sudafricano Mark Shuttleworth, pudiera saludar, divertido, a Nelson Mandela desde el espacio. La tercera persona fue el estadounidense, empresario en sistemas optoelectrónicos, Gregory Olsen (octubre de 2005) y la cuarta fue la empresaria en telecomunicaciones, estadounidense de origen iraní, Anousheh Ansari (agosto de 2006), frente a la cual el Gobierno iraní mostró una reacción ambigua debida a que sus esquemas mentales caducos esperaban ver a un macho de la especie ayatolá en las estrellas y, por el contrario, se toparon con una mujer exitosa del sistema capitalista que, además, publicó por vez primera un blog desde el espacio. El último turista, por el momento, en pasar sus vacaciones en el espacio ha sido el húngaro Charles Simonyi (abril 2007), cofundador de Microsoft e inventor de Word y Excel (la proporción de informáticos con inclinaciones a ser turistas espaciales empieza a preocuparme…).
No obstante, hasta la fecha, todos estos viajes, si bien pagados por bolsillos privados, están basados en la utilización de medios públicos ya existentes (tipo lanzadores rusos Soyuz y la propia ISS). La empresa privada que los ha organizado, Space Adventures Ltd., padece la severa limitación de tener que contar con el beneplácito de cinco agencias espaciales de carácter público que llevan la gestión de la ISS. Se acaba de anunciar, además, que el cupo para visitar la ISS está ya completo hasta el año 2009 y puede que no se hagan más viajes. No me extraña. Como siempre, cuando hay organismos públicos de por medio, no se atienden convenientemente las crecientes necesidades de los consumidores (somos insaciables, dirán los planificadores estatistas).
La carrera comercial hacia el espacio no ha hecho más que empezar. Han surgido ya como negocios viables las primeras agencias de viajes privadas especializadas en turismo espacial. Así tenemos, por ejemplo, Blue Origin LLC, EADS Astrium, Bigelow Aerospace, Rocketlpane, Inc. o Virgin Galactic. Esta última empresa, la más adelantada en dichos proyectos, ha anunciado la comercialización de sus vuelos suborbitales al espacio por 140.000 dólares a partir del año 2009.
Las iniciativas privadas se han puesto en marcha: la Fundación X Prize es una de las más importantes en apoyo de proyectos no gubernamentales para, entre otros objetivos, promover el desarrollo del transporte espacial. La creación de la famosa SpaceShipOne vio la luz gracias a uno de sus concursos; si bien sudó tinta para poder obtener la licencia burocrática de la FAA/AST que le permitiera ir al espacio.
Lo que no puede faltar, por supuesto, en la industria del turismo espacial son los hoteles. Ya hay unos cuantos proyectos para poner en órbita módulos habitables y estaciones espaciales comerciales con ese fin. Un ejemplo es la BA330 diseñada por la empresa de Robert T. Bigelow, a partir de módulos inflables que será operativa seguramente para el 2012. Estos viajes comerciales al espacio empezarán a competir en precio con la ISS multi-estatal. Y como de turismo se trata, hay incluso arquitectos catalanes que están diseñando hoteles en el espacio o suites galácticas en forma de racimo de uvas (ya se sabe, l’oportunitat de negoci que tan bien supieron captar los austríacos).
Algo totalmente insólito puede volverse asequible en menos de lo que podemos imaginar para el gran público. El objetivo de todos estos proyectos empresariales es poder llegar a ofrecer al común de los mortales viajes espaciales, con breve estancia incluida, en torno a los 10.000 dólares de media. El precio que el mercado finalmente fije será el que determine los costes a las empresas que rivalicen por el tour espacial. Sólo el capitalismo y la mirada empresarial pueden desarrollar planes parecidos.
Los que no entienden en absoluto cómo se genera y difunde la riqueza no tardarán en decir que es un despilfarro, que antes sería mejor resolver todos los problemas o injusticias de la Tierra que hacer beneficios con dichos viajes o bien sonarán nuevas alarmas de los eco-amigos del espacio.
Pese a todo, es probable que, si los gobiernos no lo impiden, el turismo espacial se convierta en un fenómeno de masas (low cost incluidos). Será un servicio comercial más ofrecido por el "alocado" capitalismo, como ocurre hoy con el transporte aéreo, la telefonía móvil o el acceso a internet (también utilizados inicialmente por gente selecta o profesional cuando echaron a andar).
En el futuro, mis hijos harán, tal vez, turismo espacial buscando realizar una órbita por nuestro planeta, visitar la luna, contemplar la Gran mancha roja de Júpiter o atravesar, quién sabe, los anillos de Saturno. Sólo espero que, desde el espacio, sepan apreciar mejor lo que su padre les decía acerca del liberalismo, cuando sostenía que las barreras comerciales no deberían existir en esta Tierra.
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