La teoría económica nos dice que la remuneración de un factor productivo depende del valor presente de su productividad marginal. Cuando el precio del factor productivo esté por debajo del valor con el que contribuye a la producción –es decir, cuando esté infravalorado- se demandará más, de modo que su precio se elevará y tenderá a alcanzar el valor que aporte. Y al contrario, si el precio es superior, no compensará económicamente pagar ese precio por lo que este tenderá a reducirse debido a su menor demanda.
Sin embargo, siendo esta una ley económica de plena vigencia, en la realidad calcular el valor presente de la producción marginal de un factor productivo no es algo tan sencillo. Se da entonces lo que se conoce como el problema de la imputación del valor de los factores productivos.
Esto es debido en parte a la idea desarrollada por Menger, Hayek o Lachmann según la cual la economía, la estructura productiva y los procesos de producción se caracterizan por ser actividades conjuntas, en las que varios bienes de capital se combinan de modo que se convierten en bienes productivos. Dicho de otro modo, estos bienes por separado no serían productivos y es su combinación, la producción conjunta, lo que los hace productivos individualmente considerados. Es entonces, como hemos dicho, cuando deviene la dificultad de calcular esa productividad, la contribución de manera individual de cada input al valor del producto que ayudan a producir.
Es ante este problema de imputación donde la teoría económica ve una de las razones de existir de esa institución espontánea surgida solamente en la economía de mercado que es la empresa. Pero no toda teoría económica recoge esta idea, puesto que si acudimos a las versiones más naive de la teoría neoclásica de la competencia, la empresa como organización no tendría sentido ni se explicaría su existencia.
De acuerdo con ese modelo neoclásico, los factores productivos son combinados indistintamente en lo que se conoce como la función de producción. Esta teoría se basa en considerar los inputs como bienes perfectamente divisibles, homogéneos y en los que su distinta combinación no afectaría al valor del producto final obtenido. En tal mundo, se conocería perfectamente el valor de la productividad marginal de cada bien de capital, de manera que se combinarían siempre eficientemente a través de procesos productivos estandarizados, en donde todo estaría previsto y conocido. Es este mundo en el que no habría lugar para la empresa porque no habría razón para su existencia. La cooperación de cada factor productivo podría realizarse a través de contratos en los que se estableciera perfectamente la remuneración de cada uno de los activos contratados.
Es dentro de este contexto teórico neoclásico en el que Coase trató de explicar la existencia de la empresa, fijándose en los problemas a la hora de establecer estos contratos, es decir, en los costes de contratación e intercambio o, en su terminología, en los costes de transacción.
Y es que para explicar la existencia de la empresa debemos abandonar el rígido mundo neoclásico de información completa, y así poder apreciar la empresa como la respuesta a los procesos productivos (con sus combinaciones de bienes de capital) que tiene un irreductible grado de indeterminación o arbitrariedad en la imputación del valor. De hecho, la respuesta de Coase estuvo orientada a tratar de solventar los problemas que surgen por no disponer de una información completa o perfecta.
Después del trabajo de Coase surgió toda una literatura que ha enriquecido la teoría de la empresa y que ha tratado de explicar su existencia dando entrada al problema de valorar los factores productivos en la producción conjunta, así como con la manera en que efectivamente en dicha producción se combinan conjuntamente los bienes de capital.
Así, una parte se ha centrado en explicar la existencia de la empresa por la variedad de problemas organizativos que plantea el no poder aislar a la perfección el valor de cada uno de los inputs, enfatizando conceptos como los costes de administración, la dirección, la negociación o la monitorización –valga la expresión- de las actividades productivas.
Otra línea de investigación se ha enfocado en analizar la empresa teniendo en cuenta la especificidad de los activos. Este punto de vista se centra en los problemas de información asociados al hecho de que la producción conjunta descansa en gran medida en activos que son específicos en su empleo actual. Específicos en el sentido de que el coste de oportunidad de los activos utilizados es muy inferior al valor con el que contribuyen a la producción.
Ambos enfoques sugieren que la empresa es, por tanto, una organización cuyo propósito es hacer frente a los inevitables problemas de información de la producción conjunta.
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