Los socialistas suelen, por regla general y cuando se ven derrotados en el campo de las ideas, apelar al dictamen de la realidad. Así, para acallar las críticas que caen a cientos sobre el comunismo cubano recuerdan los logros de la revolución. Logros que enfatizan repitiendo las palabras sanidad y educación con la solemnidad de un iluminado que ha visto realizada su profecía. El latiguillo de los logros de la revolución cubana es análogo al cuento del pleno empleo del que se valían los defensores de la Unión Soviética. -“No podrán salir del país, no, pero allí no existe el paro mientras que aquí, ya ves tú, las oficinas de empleo no dan abasto” aseguraban convencidos de haber dado con la cuadratura del círculo.
Lo cierto es que, efectivamente, en la Unión Soviética y sus satélites no existía el paro pero, por alguna extraña razón, los habitantes de aquel paraíso morían (literalmente) por salir de él e integrarse prestos a la cola de nuestras abarrotadas oficinas del INEM. Algo parecido sucede con la sanidad y la educación cubana. Es tan buena la primera que los pocos cubanos que pueden permitírselo se tratan las enfermedades graves en el extranjero. En cuanto a la segunda, considerar un logro dedicar más de diez años al adoctrinamiento ideológico intensivo, al trabajo voluntario y a los desfiles infantiles es una muestra más de la fe del carbonero que mueve a la progresía de todo el mundo.
El hecho innegable, y en esto hay que darles la razón, es que la realidad es mucho más convincente que mil eslóganes, mucho más persuasiva que la más elegante teoría. Los liberales, sin embargo, no terminamos por darnos por aludidos en este particular. Sobrados como andamos de ejemplos donde el capitalismo ha mejorado las condiciones de vida del ser humano y le ha abierto las puertas de la democracia, nos empeñamos en seguir hilvanando primero nuestro breviario de ideas para, y cuando creemos haber convencido al interlocutor, pasar a verificarlo sobre el tapete de lo real. Craso error. Del mismo modo que el socialismo se desgañita invocando los prodigios que su programa obra en el mundo real, los liberales debemos insistir en qué es lo que pasa cuando se limita el poder del gobierno y triunfa el imperio de la ley y la libertad de mercado. Nuestra mejor arma es la realidad y la historia comparada.
No hay mejor modo de enseñar las bondades del libre mercado que enfrentar los dos modelos y su desarrollo en el mundo real. Más que tratar de demostrar al profano que el control de precios es un disparate deberíamos ponerle encima de la mesa el mapa de Alemania. Las dos Alemanias, la Federal y la soviética, fueron durante cuatro décadas un inmejorable tubo de ensayo donde ambos sistemas se mostraron tal cual eran. Puerta con puerta, familia con familia, si una terminó por comerse a la otra es porque ésta era ya un cadáver putrefacto víctima del colectivismo y de la abyecta tiranía que inevitablemente engendra. Pero hay más. Las dos Coreas son un ejemplo aún vivo y en perfecto estado de conservación de cómo las recetas liberales juegan a favor de la especie mientras que las socialistas lo hacen en contra. Y sin llegar a analogías tan cercanas como las anteriormente expuestas, el mundo moderno nos ofrece un catálogo completo de cuáles son las consecuencias que padecen los países que ignoran el mercado y la libertad y abrazan el socialismo y la esclavitud. China frente a Taiwán, Tailandia frente a Birmania, los tigres de oriente frente al África negra, Canadá frente a Argentina son sólo algunos de los binomios que pueden salir de paseo cada vez que alguien hable de la nacionalización de la banca, las trabas al libre comercio o la expropiación sistemática de los capitales y haciendas de los ciudadanos corrientes.
Escalando la comparación y con vista a llevarnos al desconfiado a nuestro terreno bien podrían ponerse cara a cara los países intervencionistas y los inclinados a dejar a la gente a ir a lo suyo. Si en el primer caso sobran los ejemplos el segundo no le va a la zaga. ¿Por qué es más rico y libre el Reino Unido que Francia, Chile que Uruguay, Baviera que Renania del Norte, Valencia que Andalucía? Alguien dijo que el liberalismo no era más que el sentido común llevado a la política. Apliquémoslo pues al debate. Falta hace.
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