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El voto antimercado

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Lo que la gente evalúa son los resultados esperables de la aplicación de cada metodología.

A la amplia mayoría de las personas les importa poco si la economía está organizada sobre la base de criterios de mercado o del intervencionismo del Estado. Lo que la gente evalúa son los resultados esperables de la aplicación de cada metodología. En función de esa apreciación, cada individuo vota.

Se desprende de esta premisa la conclusión de que la mayoría de los ciudadanos considera que el intervencionismo estatal ofrece perspectivas más promisorias que la economía de mercado. Si así no fuera, las elecciones serían ganadas por partidos pro mercado. La pregunta que cabe hacernos es por qué tanta gente cree que el intervencionismo del Estado sería más eficaz a los efectos de la provisión de bienestar que un sistema basado en criterios de mercado.

Seguramente, es este un interrogante que admite múltiples respuestas, muchas de ellas relacionadas e interactuantes entre sí. Pero aquí nos proponemos focalizarnos en un punto del problema, no para excluir a los demás, sino para ponerlo en la superficie y analizarlo específicamente.

El hecho de que la expectativa esté puesta en los resultados esperables supone la visión imaginaria de algún tipo de proceso que derive en que ciertos efectos se produzcan. Quien vota a un partido o candidato que promete que, por medio de la acción del Estado, sucederá tal o cual cosa (por ejemplo, se reducirá el desempleo) es porque presume que tal acontecimiento efectivamente ocurrirá merced a la operatoria de quien asume ese compromiso. Se trata de una conducta enteramente racional. Alguien cree que la acción de determinado político producirá un efecto que desea que ocurra y, por lo tanto, le concede el mandato para que ese dirigente realice la tarea que el votante espera ver concretada. Lógica pura.

Desde un punto de vista liberal, la cuestión que resulta desconcertante es por qué los votantes se inclinan por políticos que prometen realizaciones que son imposibles de alcanzar por medio del intervencionismo del Estado y no prefieren la aplicación de metodologías orientadas hacia la gestión del mercado, que seguramente allanarían el camino para alcanzar los fines que la mayoría de los ciudadanos anhelan. Tiene poco sentido que la gente reclame la reducción del desempleo, pero vote políticos que procuren resolver ese problema sin liberalizar la economía, de modo que se generen las condiciones para que el flujo de inversiones absorba a quienes están sin trabajo. ¿Por qué se produce esta contradicción, esta desconexión entre fines y medios?

Hay un factor psicológico que explica, no necesariamente todo el problema, pero que seguramente forma parte de él. Cuando un político promete que hará esto o aquello, está asumiendo un compromiso específico. Esa obligación asumida es tranquilizadora. Se trata de una palabra empeñada. Parece obvio que ese gobernante se ocupará de cumplir aquella promesa. Por ende, resulta lógico confiar en él. Se trata de un hecho concreto al cual el candidato o partido asumieron la responsabilidad de cumplir. Eso satisface las expectativas del votante.

Un partido o candidato que promueva la vigencia del libre mercado no está en condiciones de hacer una promesa equivalente. La propuesta del liberalismo es muchísimo más abstracta. Nadie puede asegurar que si se pone en marcha un sistema basado en el mercado el desempleo desaparecerá o se reducirá sustancialmente, sin que se produzca un descenso significativo en las retribuciones de los trabajadores. Lo que un político pro mercado podría prometer es la creación de condiciones que generen incentivos genuinos y sustentables para que fluyan las inversiones, de lo cual es lógico esperar que se derive una creciente demanda de trabajadores. Esto es mucho menos apreciable, concreto y tangible que la afirmación de que “si nuestro partido gana, se reducirá el desempleo”. Es entendible -aunque sea un error conceptual- que aquellos individuos a quienes les resulta indiferente el ordenamiento económico vigente y solo se interesan por los resultados esperables, se inclinen por una promesa concreta y definida, antes que por una propuesta tan ambigua como la que un político liberal puede realmente formular.

No se trata de un problema insoluble. Pero sí constituye de una dificultad en términos de comunicación que requeriría algún tipo de investigación y análisis específico que permita detectar de qué manera podría ser posible poner en evidencia frente a al menos un cierto segmento de votantes, que las promesas de los estatistas, aunque sean atractivas, visibles y concretas, son también inconsistentes.

Es un objetivo difícil de lograr porque se trata de un proceso de comunicación donde el receptor del mensaje está predispuesto a responder a estímulos diferentes a los que el liberalismo procura transmitir. Pero este es el tipo de problemas que quienes militamos en el liberalismo deberíamos asumir como desafíos, con el fin de tratar de encontrar soluciones que nos permitan avanzar en la divulgación de las ideas de la libertad.

11 Comentarios

  1. El planteamiento mismo del
    El planteamiento mismo del artículo resulta ya absurdo para todos los que no son liberales radicales como ustedes, pues ciudadanos, y académicos (economistas, sociólogos, juristas…) coinciden en que el modelo actual es el de una economía mixta, por lo que su dualismo estado o mercado pierde sentido. De hecho, una parte de la población y de la academia (no necesariamente yo) piensa que hay ‘demasiado’ capitalismo en nuestra economía. Seguidamente, también coinciden ciudadanos y académicos en general en que un mercado con cero, o casi cero intervencionismo estatal, no logrará ese equilibrio entre libertad, prosperidad y bienestar que la mayoría desea. Pero sigan ustedes obcecándose en su radicalismo, seguirán sin salir de los límites de un reducido club marginal (aunque en la práctica mucha de la gente con buena capacidad para acumular capital sigue más o menos sus ideas). Muchos seguirnos creyendo en una adecuada combinación de mercado y estado, de socialdemocracia y liberalismo.

    • Bueno, pero a mí, que soy al
      Bueno, pero a mí, que soy al autor del artículo, me parece que los resultados esperables de un sistema puro de mercado serían mejores que un sistema que combine dosis de libertad y dosis de intervencionismo. Si te parece, en el artículo del próximo mes, podría explicar por qué…

  2. No existe libre competencia
    No existe libre competencia,con una economía llena de liquidez y un traspaso continuo de riqueza desde los ahorradores y los productivos a los beneficiados del gasto público.

    • No se a qué economía te estás
      No se a qué economía te estás refiriendo. El artículo no habla de ninguna economía en particular, está planteando un problema general que afecta a la acción política liberal en todos los países occidentales.

    • Quien crea que la libre
      Quien crea que la libre competencia es un absoluto no estaría comprendiendo el problema. La libre competencia es una herramienta que sirve para asignar recursos de manera eficiente en alrededor del 98 % de las instancias del sistema económico. Hay algunas pocas excepciones, por cierto, y hay que contemplarlas. Pero son eso, excepciones. El problema es que los partidarios de redistribucionismo estatal se agarran de esas pocas excepciones para buscar impugnaciones a la libertad económica en todas las áreas de la economía, y así es como terminan provocando muchos problemas.

  3. A Astur: la gran mayoría de
    A Astur: la gran mayoría de académicos y expertos en ciencias sociales y filosofia está en desacuerdo con usted. Y es así la libre competencia no es un absoluto, excepto para los liberales radicales.

  4. Al Sr. Salas: por cierto,
    Al Sr. Salas: por cierto, gracias por su estilo dialogante. No es el trato que he recibido en el pasado por parte de los foreros de esta página. Gracias.

    • EStoy de acuerdo en que los
      EStoy de acuerdo en que los liberales, en general, tienen poca propensión al diálogo con quienes piensan diferente y suelen adoptar actitudes arrogantes y despectivas frente a ellos. Soy un severo crítico de tales parámetros de comportamiento, precisamente porque creo que no contribuyen en nada a hacer notar las virtudes del liberalismo.

    • Pero mi apellido es Sala, no
      Pero mi apellido es Sala, no Salas…

  5. Hallo¡ A mí, desde luego, el
    Hallo¡ A mí, desde luego, el papel del Estado, me parece que debe ser, diseñar un marco legislativo, para que la economía funcione. El hecho de que los Sindicatos de Clase se financien vía Presupuestos del Estado, significa un contrasentido. El Sindicato IG Metall alemán se financia con las cuotas de los afiliados. Aquí su función deriva de sus presupuestos ideológicos. En el fondo no han hecho prácticamente nada por los trabajadores menos cualificados y los jóvenes. Ahora en Andalucía, rebajando los impuestos, la Junta ha recaudado y el paro se va corrigiendo a un ritmo mayor. Por eso es un contrasentido que el Gobierno Central quiera aumentar los impuestos. Esto significa más intervencionismo y menos liberalización del mercado de trabajo. Debemos recordar también que la desindustrialización ha significado algo perverso. ¿Es responsable el P.S.O.E.? Ello ha sido un acierto para Alemania, pues el amigote Kohl de Felipe González ha mirado más los intereses de Alemania y González no se dio cuenta de a dónde nos iba a conducir esa política suicida. Cierta reconversión había que hacerla, pero no en plan salvaje-raúl.


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