Estamos tan acostumbrados a un modo de vivir que, cuando nos invitan a probar otro, se nos manifiestan los miedos. El Estado y sus políticas impregnan casi todas las facetas de nuestra vida y pensar en salir de la caja estatal suele generar sarpullidos, sofocos, ansiedad y malestar general. Si además, vivimos de ello, se nos manifiesta el "qué hay de lo mío", y no cabe en nuestra cabeza que a lo mejor lo que hacemos, que es distinto de lo que somos, lo puede hacer mejor otra persona, se puede realizar en otras circunstancias o simplemente, no es necesario.
La ciencia en España no se percibe de una manera muy distinta a la Sanidad o la Educación, una gran mayoría de españoles no la conciben si no es a través de un organismo público, sin que el ánimo de lucro la "contamine", aunque no duden en pedir un sueldo "digno" para los investigadores a cargo del contribuyente. Sin embargo y analizando los hechos, esta percepción tiene una base muy real.
La ciencia en España tiene tres bases fundamentales. Por una parte, está el Centro Superior de Investigaciones Científicas, más conocido como CSIC, organismo público creado por el Gobierno franquista, el tercero por peso en Europa y que cuenta con la simpatía de muchos que ven en él una especie de MIT, pero en público y castizo. Según se puede leer en su página web, "el CSIC desempeña un papel central en la política científica y tecnológica, ya que abarca desde la investigación básica a la transferencia del conocimiento al sector productivo", lo que parece indicar que para ellos mismos su actividad no es nada productiva.
El segundo pilar donde se crea ciencia lo conformarían las universidades. Como no puede ser de otra manera en España, casi todas son públicas y desgraciadamente no parecen dedicar muchos recursos a lo que nos ocupa, siendo más frecuentes las actividades sindicalistas, con especial predilección por las huelgas, las peleas políticas por las cátedras, el servir de trampolín para la carrera política de unos pocos o de cómodo destino de políticos casi retirados. En el fondo no dejan de ser grandes burocracias públicas, donde los recursos son malgastados sin vergüenza y donde los alumnos que salen "sabidos" son verdaderos héroes que han sabido luchar contra los elementos.
El tercer pilar de la ciencia española debería ser el empresarial. Y digo "debería ser" porque la empresa española dedica poco a la ciencia. Las pymes apenas nada, que bastante tienen con sobrevivir a los impuestos de Montoro, y las grandes no se caracterizan por sus cuantiosas inversiones en Investigación+Desarrollo+innovación. No hace demasiado, el consejero delegado de Telefónica I+D, Carlos Domingo, criticó la baja inversión en innovación de las empresas españolas. Además, apostilló que los recursos públicos invertidos en este área están mal repartidos, porque hay muy pocas investigaciones que tengan retorno en la economía real.
Tiene mucha razón el directivo de Telefónica. La economía real la conforma el mercado, es decir, las necesidades de gente e instituciones, que se expresan en demandas, algunas veces muy concretas, otras veces vagas e imprecisas, y que son satisfechas por las ofertas de las empresas, de los proveedores de servicios. Es en ese intercambio donde los científicos pueden ver oportunidades para desarrollar la actividad que tanta alegría y satisfacciones les genera.
Lo que diga un político, como mucho satisface las necesidades de la "política" real, que no se corresponde con las necesidades de la gente. La ciencia pública termina sirviendo a una ideología, a un partido, a las necesidades del Estado o incluso a las necesidades del pequeño grupo que tiene el poder, de la misma manera que termina haciéndolo la Educación pública. En definitiva, Carlos Domingo tiene razón, pero con un matiz: a la larga, todo termina siendo mal repartido, porque los criterios son políticos y, si alguna vez se acierta, es casi por casualidad.
Pero como decía al principio a modo de introducción, sacar a las personas de la caja, de su caja personal, es muy complicado. Los recortes propios de la crisis han llegado a todos; primero al sector privado, que lo ha hecho sin ruido, sin pausa. Ahora, le está tocando al público, incluyendo a las empresas privadas que trabajan con presupuestos públicos, y los ajustes están poniendo en la calle a muchos y quitando recursos a otros, recursos que ya no existen. La situación es tal que el "qué hay de lo mío" inunda los medios de comunicación, ávidos de desgracias ajenas.
En un acto reivindicativo realizado por investigadores de la Universidad de Granada y del CSIC, Roque Hidalgo, profesor del Departamento de Física Aplicada y uno de los convocantes, ha asegurado que "todo lo que usamos, desde el teléfono móvil a la pintura de estas paredes o los alimentos que comemos, viene de un proyecto de investigación. Si no investigamos en España, lo harán en otros países".
Es interesante cómo se mete por medio el patriotismo cuando conviene. ¿Y cuál es el problema de que se consigan logros en otras partes? Eso no impide que, si no se crean barreras regulatorias artificiales y se "protegen" industrias nacionales poco eficientes, lleguen a la economía nacional tarde o temprano, posiblemente a precios muy competitivos. Seguro que los teléfonos móviles que han usado para convocar el acto están basados en tecnologías no desarrolladas en España y están contribuyendo a la economía española tanto como la industria del aceite de oliva. De hecho, es posible que el sueldo que está recibiendo cada uno de esos investigadores y catedráticos esté perjudicando la economía nacional, ya que si su labor no es adecuada, ni responde a las necesidades de mercado, es decir a la de la gente, a éstos se les están sustrayendo recursos, vía impuestos, que podrían ser invertidos/gastados en sectores mucho más rentables y solicitados, pero que pagan estos sueldos. A lo mejor es el momento de salir de la caja y hacer las cosas de otra manera, aprovechando la crisis, y no mirarse tanto el ombligo.
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