Es un título que resultará chocante para muchos. ¿Existe aún la esclavitud? ¿En el siglo XXI? ¿En un país occidental y democrático? Bien, no es algo que sea fácil de visualizar; no se ve gente con cadenas por las calles completamente a voluntad de sus dueños y señores. No, es evidente que no es esa esclavitud a la que me refiero.
Sin embargo, cuando comenzamos el año con titulares recordándonos que a partir del 1 de enero solo nos podremos jubilar a los 66 años y 2 meses, uno no puede evitar sentirse un poquito esclavo. De alguna forma se nos obliga a trabajar (o cotizar) hasta esa edad si se quiere tener derecho a una pensión pagada por el Estado con la que, quizá, pueda mantenerse el resto de su vida sin trabajar.
Alguien podría responder que el Estado no te esclaviza, nadie te obliga a trabajar si no quieres, puedes dejar de hacerlo cuando lo desees, eso sí, sin acceder al Dorado de la pensión. Pero el problema es evidente: si has trabajado o estás trabajando por cuenta ajena, estás obligado a cotizar para esa futura pensión, la quieras o no la quieras. Dicho de otra forma, desde que empiezas a tener un salario, una parte nada despreciable del mismo pasa a manos del Estado mensualmente, a cambio de la promesa de pagarte una pensión desde determinada edad hasta que fallezcas.
Estamos hablando de un 28,3% del dinero que te corresponde, aunque en la nómina solo se vea el 4,7% que paga el trabajador. El otro 23,6% es “a cargo del empresario”, como si fuera una cosa que paga éste de su bolsillo, cuando la realidad es que solo lo paga como consecuencia de la riqueza que genera el trabajo del contratado. Vamos, que por mucho que el Estado te diga que lo paga el empresario de sus ingresos, realmente terminaría siendo parte del sueldo del trabajador en un mercado no intervenido.
En suma, desde que empiezas a trabajar, el Estado te quita un 30% de lo que ganas para contingencias comunes, entre ellas la jubilación. Y solo podrás acceder a esos fondos que está ahorrando el Estado en tu nombre si cumples tu parte de estar trabajando todos los años que te diga el Estado, que además varían con el tiempo, como prueba el titular recogido en el segundo párrafo de este artículo.
La comparación es odiosa, pero imaginemos por un momento que ese 28,3% se quedará en nuestra nómina en vez de “guardárnoslo” el Estado. Ello nos permitiría ser nosotros los que decidiéramos hasta cuándo trabajar, en función de nuestras preferencias de nivel de vida y ahorro en cada momento. En comparación con esta posibilidad, pocas dudan caben de que el régimen a que nos someten es una cierta forma de esclavitud: Nos retienen parte de lo que producimos y solo nos lo darán si estamos trabajando hasta que ellos decidan1. Tienen nuestro ahorro como rehén para obligarnos a trabajar.
¿Por qué nos quiere tener esclavizados el Estado? Pues porque a la postre el Estado vive de lo que genera el trabajador con su trabajo. Me apresuro a explicarme: no existe producción de riqueza sin una componente de trabajo, sin la cooperación del ser humano en algún momento de la producción. Por tanto, el trabajo es componente necesario en cualquier generación de riqueza, y los impuestos solo se pueden cobrar si hay generación de riqueza, tengan el calificativo que tengan.
No hay Impuesto de Sociedades sin empresas en que haya algún trabajador, ni hay IVA sin personas haciendo consumo, ni hay IBI sin personas pagándose una casa, ni mucho menos a IRPF sin salario. O sea que todos los ingresos del Estado provienen, directa o indirectamente, del trabajo de los individuos2.
El círculo queda así cerrado: el Estado necesita trabajadores que generen la riqueza con la que sostenerse. Lógicamente, lo racional es tratar de alargar lo máximo la vida útil de tales generadores de riqueza, toda vez que, además, en el momento en que dejan de ser generadores, pasan a ser consumidores de la misma (si han accedido a una pensión). Así pues, a nadie debería extrañar que los Estados, esos que cuidan nuestro futuro, traten por todos los medios de impedir que ejerzamos nuestra libertad de trabajar o no hacerlo. Ellos nos quieren trabajando, cotizando y pagando impuestos. Y si para ello nos tienen que esclavizar, que sea de forma sutil: reteniéndonos parte importante de nuestra producción y condicionando el acceso a la misma a que cumplamos su voluntad, la voluntad del señor.
Son unas cadenas invisibles, pero no menos reales que las que sufrían los esclavos de tiempos pretéritos. Al menos, aquellos eran conscientes de que cargaban con ellas, y esa es condición necesaria para arrancárselas. ¿Cuánta gente nota ahora mismo las dulces cadenas de la jubilación?
1 Y nos lo darán si para cuando toque devolvérnoslo aún lo tienen, algo muy dudoso en un régimen piramidal como él que rige en España. Pero este no es el tema de hoy.
2 Se pueden anticipar esos ingresos acudiendo a los mercados de Deuda Pública, por supuesto, pero la única forma de devolverlos descansa en recaudar impuestos de los ciudadanos en algún momento posterior.
3 Comentarios
No te olvides que para muchos este sistema es un «chollo», han decidido voluntariamente dejar de trabajar -de cotizar- a los 52 años, han pasado a cobrar un subsidio y mientras en este periodo, otros «cotizan» por ellos, y cuando alcancen la edad de jubilación que indicas, pasarán a percibir una pensión mucho más alta que la de algunos que han estado cotizando toda la vida. ¿»esclavos» listos?. Los malos siempre aceptan esto, pero ¿A quién tenemos que apoyar los buenos para solucionar todo esto?
Pues sí: esa es una de las cadenas que nos esclavizan (pese a que lo presentan de tal modo que apenas lo percibimos).
Incluso si sumamos el resto de cotizaciones retenidas de nuestra nómina (AT y EP, desempleo, formación profesional, Fondo de Garantía Salarial)
el porcentaje se va al 37,9 % del salario bruto. Ahí es nada…
Como muestran Esmeralda Gómez, Domingo Soriano y otros en el siguiente video-documental
«Ni es justicia ni es social: el sistema público de pensiones» (por ejemplo en los minutos 7-11, 13-16 y 19-25,
señalando que no hay ningún ahorro acumulado): https://www.youtube.com/watch?v=_ngdSg4VPIM
Yo lo que hice fue mirar mi nómina (porque me parecía poco el porcentaje indicado por Fernando Herrera en el artículo)
donde vi que los porcentajes sí coinciden. Y también he visto (aunque he tenido que darle varias vueltas para darme cuenta de ello, porque aparece separado, y nunca llega a sumarse) que, efectivamente, no aparece el total bruto que, en realidad, le cuesto a la empresa.