Para algunos la democracia es la expresión auténtica de la voluntad general, para otros es el gobierno de la mayoría cuando respeta a la minoría…, mientras que hay quienes afirman que es un instrumento pacífico de selección de élites.
De entre estas tres concepciones, la última, la de los elitistas, nunca ha tenido demasiada buena prensa. Su propia denominación invita a pensar que es una aproximación sociológica que promueve la creación y mantenimiento de élites cuando su ambición es meramente descriptiva, intenta explicar cómo es la realidad política y no cómo debería ser. En realidad, su etimología tomada del francés (élite) proviene del latín eligere, que no es otra cosa que "elegir" o "seleccionar".
En cualquier caso, parece que la democracia de nuestros días no puede escapar de la Ley de hierro de la oligarquía enunciada por Robert Mitchels como la física terrestre no escapa a la Ley de la gravedad. Sean llamadas élites extractivas (en la terminología de Daron Acemoglu y James A. Robinson), casta (la última tendencia podemita) o burócratas (de toda la vida para los liberales), una minoría copa los resortes de poder de la democracia y gobierna a la mayoría a través de una organización oligárquica. Es un concepto que va más allá del político electo o designado, en el que se incluyen empresarios privilegiados por el capitalismo de Estado y funcionarios que viven de y para el Estado.
En España la sensación general es que estas élites extractivas han empobrecido el país en los últimos años, pero las élites inclusivas no pasaron a ser extractivas de la noche a la mañana o como resultado de un mero cambio de partido en el gobierno. La crisis económica que sacudió los cimientos del sistema que creíamos seguro desde 1978 tan sólo mostró las miserias que la bonanza de los últimos años había escondido gracias a la recaudación extraordinaria de impuestos que permitían regar con gasto público todos los estratos sociales. Durante años se compró con dinero de los contribuyentes la felicidad social, más tarde se intentó mantener con deuda y hoy vivimos el descontento de la frustración vivida durante más de una década.
El contexto político es desolador, la corrupción parece manchar a todos los partidos y sindicatos generando todavía más desconfianza social. Surgen nuevos rostros que quieren disputar el poder a los ya establecidos y las encuestas aventuran un mapa político fragmentando. Sustituir a una casta por otra no soluciona nada, si acaso durante un corto periodo de tiempo podría traer la ilusión de que ha habido una renovación que ha terminado con las élites pero el resultado tan solo se traducirá en una sustitución de élites por otras.
Si analizamos la cuestión de fondo sin que el árbol nos impida ver el bosque cabría preguntarnos qué ha pasado en España para que las élites -hasta ahora incontestadas- se vean agotadas y sin un buen banquillo de reserva preparado para tomar el relevo. La transición política del franquismo a la Constitución del 78 de "la ley a ley" fue un proceso inclusivo de élites en las que los franquistas permitieron el acceso al poder que hasta el momento habían mantenido en forma de monopolio a socialistas. El paso del socialismo franquista al socialismo democrático fue suave y casi natural. La creación de la facultad de Ciencias Políticas para formar la élite del régimen anterior ya estaba preparando a la siguiente generación socialista cuando Franco vivía y no es casualidad que entre sus pasillos y despachos se encuentre la fundación del partido de inspiración bolivariana Podemos.
Quebrado el Estado del Bienestar no parece haber alternativa, España se ha quedado sin élites y parte de una sociedad exhausta pone sus esperanzas en una nueva élite capaz de ofrecer una opción diferente a lo que existía hasta ahora. Lamentablemente las recetas que ofrecen son, en la mayoría de casos, aumentar la capacidad extractiva del Estado y, por tanto, no solo repetir sino que acrecentar los errores cometidos en el pasado.
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