Mucho se ha escrito en los últimos días sobre el rendimiento mental y físico disminuido del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, tras su participación en el debate electoral el pasado 27 de junio. Un día después, el presidente y candidato a reelección aseguró a sus seguidores en un rally en Carolina del Norte que no se retiraría de la carrera presidencial, “cuando te caes, te levantas” decía un enérgico Biden (menos de 24 horas de un debate a todas luces calamitoso).
Mientras las redes se dedican en gran medida a especular si Biden tiene algún tipo de desorden o condición neurológica, o si ha consumido sustancias para revitalizar su imagen 24 horas después; si hay algo que ha quedado en evidencia, es la vulnerabilidad a la que la primera potencia del mundo se está sometiendo.
En una acera, un candidato octogenario condenado por sobornar a una actriz porno para que no hablara sobre un encuentro sexual, instigador de un asalto al Capitolio de su propio país y con más causas judiciales abiertas (incluyendo una por pedir explícitamente que se revirtiese el resultado electoral en el estado de Georgia). Del otro lado, otro candidato octogenario, cuyos problemas recaen en la imagen de debilidad mental que proyecta con frecuencia y que vio su ápice en el debate presidencial.
Destrucción mutua asegurada
No es entonces raro preguntarse: ¿por qué los partidos norteamericanos han nominado a dos candidatos tan aparentemente malos? La respuesta recae, en mi opinión, en buena medida, en el hecho de que los dos hombres han decidido postularse porque tenían al otro en frente (pensando que era el único al que podían ganarle).
El expresidente Donald Trump, nominado republicano, cuenta además con el incentivo de librarse de más líos y consecuencias judiciales so uso de su inmunidad presidencial, y una base inamovible de votantes[1]. El presidente Biden, optó por la nominación sin un contrincante serio; a pesar de su avanzada edad y muestras de debilidad. Y así es como están las cosas para la primera democracia y potencia económica cuyo poder puede hacer y deshacer mucho en la economía y bienestar de nuestras sociedades. Biden dicho está que si Estados Unidos tose, Europa se resfría. EE.UU. pareciera enfrentarse una situación de loose/loose, una destrucción mutuamente asegurada[2]. O por lo menos, una gran complicación.
Si Trump gana, se espera que trate de asaltar la institucional del país para librarse de sus problemas con la ley (algunas de estas propuestas ya se están dejando por escrito en la iniciativa Project 2025, que busca reclutar a personas fieles al presidente y no a la institución para afianzar su poder). El candidato republicano, además, ha sido claro en su deseo de replegar su apoyo a Ucrania en su guerra contra Rusia y volver a una tónica de política internacional fuertemente aislacionista. Si Biden gana, su aparente deterioro podría pasarle factura a su próxima administración, pues hay muchas funciones del ejecutivo norteamericano que no se pueden delegar, y salvo que el presidente renunciase o falleciera, su debilidad cognitiva podría fácilmente traducirse en una parálisis gubernamental que no tendría fácil solución aún con su renuncia.
¿Qué hacer?
Y esto no era inevitable, los líderes de ambos partidos no están ciegos… eligen la ceguera, que es algo muy distinto. Ningún líder demócrata reniega tras bastidores sobre el frágil estado mental y físico del presidente; tampoco la mayoría de los líderes republicanos claman al cielo por el retorno de Trump… sabemos que es lo contrario. Pero ¿qué sería de esos senadores, congresistas, gobernadores, si se enfrentaran al líder y perdieran? Cuesta mucho arriesgar un sofá, un puesto, un sueldo y la atención constante de las cámaras. Y no debemos ser cínicos, ya se ve al otro bando como amenaza existencial… De hecho, hay algunos políticos, que ya tratan las elecciones actuales como un asunto de dimensiones de amenaza nuclear (algunos de hecho lo creen así, y viven con el miedo de qué locura hará su candidato que haga que el otro bando gane… desencadenando así una catástrofe).
Todo esto podría ocurrir, en buena medida, porque ninguno de los dos candidatos estuvo dispuesto a ceder en sus deseos por tener en frente al otro, trayendo al país a una suerte de destrucción mutua asegurada, donde uno no se retira porque él otro tampoco lo hace. Y frente a esto, ¿qué se puede hacer? Lamentablemente, no mucho, la decisión de anteponer los intereses personales antes que el bienestar de la nación y, por consiguiente, el orden liberal debido a las ramificaciones de lo que ahí ocurre, reside únicamente en los dos candidatos (quienes legalmente poseen el derecho a ser nominados debido a que cuentan con los delegados suficientes para poder serlo).
Una historia tragicómica de destrucción
Así que, salvo que un evento extraordinario ocurra, es posible que el mundo vea la elección donde se va a votar más que nunca para evitar que el adversario político pueda ganar y no por una visión propia de políticas. Este nivel de tensión en un contexto mundial de polarización extrema y donde cada ciudadano parece estar cada vez más incrustado en sus propias cámaras de eco, donde no hay espacio para la opinión discrepante; es extremadamente peligroso para el devenir de nuestras sociedades. No sólo amenaza la convivencia pacífica, pues se pone a los dos bandos políticos en constante enfrentamiento, sino que amenaza a elementos como la economía debido a lo susceptible que la misma es a las políticas públicas y las decisiones diarias de un presidente.
Ante esto, los que no somos ciudadanos americanos sólo podemos mirar con desazón cómo una elección tan consecuente puede acabar tan mal. Y ser testigos de una historia tragicómica; sin perder la esperanza de que siempre las cosas también pueden mejorar.
Notas
[1] Trump se sometió a un proceso de primarias competitivas, a diferencia de Biden, por no ser reelección directa. De las casi dos decenas de candidatos, sólo Mike Pence y Chris Christie han rehusado darle su apoyo.
[2] Destrucción Mutua Asegurada (DMA o MAD por sus siglas en inglés) es una expresión desarrollada durante la Guerra Fría para describir una eventual conflagración militar entre las dos superpotencias nucleares (la URSS y EEUU)… que acabaría en la destrucción de ambos países.
Ver también
La política de las turbas. (Alberto Illán Oviedo).
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