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Estados Unidos y la corrección política

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Que una persona como Hillary Clinton gane las elecciones en Estados Unidos, es una mala noticia para todos, pero especialmente, para los americanos.

– Dejadme que os diga algo sobre las elecciones: sabéis que en noviembre los americanos tenemos que elegir entre Hillary Clinton, del Partido Demócrata, y Donald Trump, del Partido Republicano.

– ¿Y quién va a ganar?

– Bueno, no lo sabemos, pero queremos que gane Clinton, ¿verdad? Si gana Trump, no lo vamos a pasar bien. Donald Trump es muy malo.

– ¿Por qué?

– Porque es rico.

Este diálogo es la traducción, más o menos literal, de una conversación entre una profesora de primaria y sus alumnos de 10-11 años en un colegio público de Estados Unidos: antes de la última respuesta, parece ser que la profesora dudó unos instantes. ¡Con la de respuestas que había!

No sigo mucho la política americana, la verdad: en general, es bastante aburrida, sin muchos sobresaltos. Como el resto del país, vaya. Eso sí, el espectáculo lo dominan mejor que nadie: por eso es mucho más divertido engancharse a una serie como House of Cards y hacerse una idea de cómo funciona la realidad. Intrigas, manipulación, intereses personales, pocos escrúpulos, mucho dinero de por medio y lobbies, sobre todo, lobbies.

Sabemos que el más poderoso de este país es, sin ninguna duda, el de los profesores de primaria y secundaria: los dos sindicatos más importantes (National Education Association y American Federation of Teachers) han dado su apoyo al Partido Demócrata.

Además de los profesores, hay otro grupo de presión que también es tradicionalmente progre: los medios de comunicación. En este caso, el apoyo a Clinton es nauseabundo: hasta Gary Johnson, el candidato libertario, ha obtenido más apoyos que Trump por parte de la prensa escrita.

Vamos, lo mismo de siempre. Sea quien sea el candidato del Partido Republicano, una cosa es segura: los profesores y los periodistas votarán al Partido Demócrata. Y como esta vez no tiene enfrente precisamente a Ronald Reagan, lo tengo claro: va a ganar Hillary Clinton.

Objetivamente, que una persona como Hillary Clinton gane las elecciones en Estados Unidos, es una mala noticia para todos, pero especialmente, para los americanos: independientemente de lo que piense en privado, un político tiene que ser juzgado por lo que piensa en público, puesto que es la razón de ser de su motivación, de su trabajo e incluso yo diría hasta de su existencia, si es un político de raza.

Sus 10 principales promesas electorales son perfectamente homologables a las de cualquier candidato europeo de izquierdas, incluyendo su objetivo de no subir los impuestos a las clases medias, lo que significa que sí piensa subírselos, y mucho, a los ricos. Su visión sobre cómo hacer frente a los problemas de los americanos es una insoportable muestra de ideas políticamente correctas.

Y ahí es donde quería llegar, a lo que para mí es uno de los principales problemas de nuestras sociedades occidentales: la corrección política. Esto está adquiriendo tintes insoportables en cualquier país, la verdad, pero en Estados Unidos, está llegando a niveles enfermizos. Y todo empieza gracias a uno de esos dos colectivos mencionados anteriormente: la educación, tanto en los colegios como en las universidades.

Algunos ejemplos que he conocido en primera persona: éste es un país donde los niños ya no escuchan Merry Christmas en el colegio porque no se pueden herir sensibilidades; un país donde esos niños no pueden mencionar la palabra gun porque está prohibido hablar sobre armas; un país donde sus profesores prefieren que el primer violín sea ocupado rotativamente por todos los violines de la orquesta para que nadie se sienta minusvalorado; un país donde cada vez son más los universitarios que piden ser excluidos de determinadas materias cuando los profesores tienen que hablar de violencia sexual o, simplemente, tienen que utilizar la palabra violate en sus clases, argumentando que son cuestiones traumáticas para ellos…

Esta absurda corrección política en el ámbito educativo, se ha extendido a toda la sociedad estadounidense gracias a unos medios de comunicación audiovisuales mayoritariamente rendidos a la izquierda y, por tanto, a la propaganda de grupos de presión bien organizados: sindicatos, minorías, activistas, etc. Recordemos que en Estados Unidos es legal, además de legítimo, hacer lobby para influir en los políticos del Congreso, por lo que, finalmente, la mayoría de los ciudadanos absorbe esos mensajes sin contrastar nada, de manera que las ideas políticamente correctas impregnan todos los ámbitos de la vida pública.

Y entonces aparece un botarate como Donald Trump: dice 25 barbaridades sobre los terroristas, sobre los mejicanos, sobre los musulmanes, sobre los refugiados sirios… ¡Hasta sobre la NFL ha dicho alguna estupidez! Pero el problema es que también dice una verdad: “I think the big problem this country has is being politically correct. I’ve been challenged by so many people, and I don’t frankly have time for total political correctness. And to be honest with you, this country doesn’t have time either.” (GOP presidential debate in Cleveland, Ohio 8/6/2015).

No soy ciudadano americano, así que no puedo votar, y aunque pudiera, no lo haría. De hecho, no lo hago desde 2008, última vez que voté viviendo en España, y hay pocas decisiones personales de las que esté menos arrepentido. Si allí no me convenció nadie para votar con la nariz tapada, es fácil suponer que aquí no votaría a Trump simplemente por tener que votar contra Clinton. Pero reconozco que me parece positivo que su nominación, y posterior candidatura, hayan servido para despertar a mucha gente que ahora, sin saber siquiera si va a votar al Partido Republicano, se empieza a sentir cómoda hablando de cosas que antes eran absolutamente impensables.

En España es fácil empezar cualquier discusión hablando de política: si la cosa no llega a mayores, la gente se va a su casa sabiendo lo que piensa el otro, aunque algunas veces, como somos como somos, incluso perdemos amigos. En Estados Unidos puedes estar tres horas en la barra de un bar hablando del trabajo, del aburridísimo partido de béisbol que echan por la tele o de la todavía más aburrida afición a la pesca; pero es muy difícil que un estadounidense declare abiertamente qué piensa sobre política, religión, economía o filosofía. Es posible que eso haya cambiado con estas elecciones, aunque gane Hillary.

2 Comentarios

  1. Admirable artículo. Lo
    Admirable artículo. Lo suscribo.

    Una precisión. La afición a la pesca no tienen en realidad nada que ver con la pesca. El verdadero objetivo es poder pasar unas horas en silencio terapéutico, el propio y el de los demás, sobre todo el de los bocachanclas de los periodistas. Silencio, nada de móviles ni ordendores, nada de publicidad, ni trabajo, ni policías, ni jueces, ni parlamentarios, ni funcionarios. Pescar es tan aburrido como respirar, beber agua fresca, dormir o leer a Juan Ramón Jiménez. Ser un ser vivo que finge no tener cultura ni compromisos durante un par de horas. Bendita sea la pesca.

  2. Gracias, Fermín. Me gusta lo
    Gracias, Fermín. Me gusta lo de la pesca terapéutica…


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