Tras los gratos fracasos de la Constitución Europea en Francia y Holanda, a los liberales contrarios al engendro intervencionista, se nos ha tildado con demasiada ligereza de antieuropeos. Aunque la Constitución no era plenamente respetuosa con la libertad, nos dicen, debíamos acatarla para favorecer la “construcción” europea. Europa aparece así como un lejano ideal por el que todos tenemos que sacrificarnos. Políticos, intelectuales y periodistas nos piden a los contrarios a la Constitución “fidelidad” hacia el “proyecto” europeo.
En realidad, sin embargo, los estatalistas no nos piden fidelidad a Europa, sino a la Unión Europea. No nos imploran que aceptemos el ideal de la concordia, paz y colaboración entre los europeos, sino que nos sometamos al omnipotente Estado que pretende apoderarse de la idea de Europa.
Pero no deberíamos caer en la trampa de identificar Estado con sociedad. La Unión Europea es sólo conjunto de burocracias superpuestas, a cual más intervencionista, que restringen severamente nuestra libertad a través de unos políticos que se lucran con los frutos de nuestro trabajo. Nadie espere de mí la más remota fidelidad hacia semejante aberración.
Los liberales deberíamos ser cuidadosos en este punto. Soy consciente de que muchos aspiran a que tras esta Constitución podrá redactarse otra de corte auténticamente liberal. No nos engañemos. La libertad no necesita de Estados y, mucho menos, de nuevos Estados.
Pocos errores se me antojan tan grandes como instrumentalizar el Estado para alcanzar mayores cotas de libertad. No se pueden emplear medios socialistas para conseguir la libertad. ¿Alguien realmente espera que una vez constituido el superestado europeo éste se autorrestrinja y convierta en el principal garante de nuestra libertad?
Los europeos no necesitamos otro Estado. Es más, nada hace más daño a la unidad europea que la propia Unión Europea. Tan sólo tenemos que acudir a los titulares de los principales diarios para comprobar que el fracaso de la Constitución Europea se ha identificado como una crisis “de Europa”, y no del Estado europeo. Cuando la estructura política ha tambaleado ha arrastrado consigo a la sociedad.
No sólo eso; los españoles, gracias a los fondos de cohesión, nos hemos convertido en unos aprovechados y explotadores para alemanes, holandeses e ingleses. Los gobiernos de Francia y Alemania han conseguido acrecentar la fobia de los españoles contra sus respectivos ciudadanos. El eje francoalemán es visto hoy como un mecanismo de dominación de nuestro país. Pero lejos de identificar a Chirac y Schröder como únicos culpables de querer regir nuestros destinos, hemos desarrollado un odio generalizado hacia todos los franceses y alemanes.
Fabricando tensiones, confusión y odio no se conseguirá jamás una Europa unida. Los liberales debemos renegar de estas intentonas constructivistas de crear ex novo un nuevo Estado. No hemos de sentirnos antieuropeos, sino antiunioneuropeos o, si se prefiere por ser más acorde con nuestra tradición, antiestatalistas.
Sólo bajo la égida del capitalismo, del libre comercio, de la libertad de movimientos de personas y del patrón oro conseguiremos una Europa verdaderamente unida; cuyos ciudadanos, en lugar de dedicarse a pelear por el reparto del botín saqueado a otros individuos, se beneficiarán de una pacífica y voluntaria cooperación.
Y todo ello nada tiene que ver con crear nuevos Estados sino, más bien, con reducir los ya existentes. No demos carta de naturaleza a nuestro peor enemigo.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!