Buscar una explicación al resultado de las elecciones generales del 23J se ha convertido en el ejercicio favorito este verano de comentaristas políticos y de cualquier ciudadano mínimamente atento a la cuestión. Simplemente, porque haber apostado por el resultado que salió resultó muy rentable por lo arriesgado, pues todos los pronósticos iban en dirección muy distinta.
Siempre es más fácil a toro pasado analizar lo sucedido que preverlo anticipadamente. Pero no debería resultar tan llamativo dicho resultado inesperado si atendemos especialmente al caso del ganador que no ha ganado, el PP. Siendo más específicos, a su candidato Feijóo.
Lo imprevisto de los resultados del 23J se basó especialmente en un hecho: los resultados de las elecciones autonómicas del 28 de mayo. Y en una premisa: parecía casi imposible que en menos incluso de 2 meses la marea de derechas de mayo pudiera significativamente cambiar.
Razones para un cambio de rumbo electoral
Al intentar responder por qué se ha podido producir semejante movimiento electoral en sólo 7 semanas, hay dos cuestiones tan insoslayables como cruciales. Los candidatos y su campaña (que no son los mismos para un municipio o autonomía que para la presidencia del Gobierno), y la gestión post elecciones autonómicas de los pactos.
Hacía años, al menos desde 2011, que un candidato del PP no afrontaba unas elecciones generales con un escenario tan favorable. Feijóo pensó que sólo era cuestión de dejar pasar los días sin hacer mucho ruido. El triunfo le iba a llegar caído cual fruta madura. No había ninguna batalla especial que dar. Así que fue una campaña relajada y playera de ‘Verano Azul’ (‘que te vote Txapote’ era como una mera y graciosa boutade de las bases). Sánchez acumulaba tan enorme cúmulo de cifras económicas negativas y políticas impopulares fruto de su alianza con la extrema izquierda, que parecía innecesaria tal batalla. Y la indignación de los populares pareció centrarse casi más que en otras cosas en el fastidio para el votante de unas elecciones en verano.
Un PP socialdemócrata y aceptable para votantes del PSOE
La campaña tan discreta e incluso ausente de Feijóo (es imposible hoy no ver su ausencia a debates televisivos como un mayúsculo error) en verdad iba muy bien con su perfil. A Feijóo en alguna ocasión como jefe de la oposición se le preguntó que definiera ideológicamente a su partidoel encaje de bolillos que respondió para no mentar el término ‘derecha’ en ninguna parte debería ser motivo cuanto menos de sorpresa para cualquier votante que no se considera de izquierdas. Así, Feijóo definía al PP como ‘un partido socialdemócrata, de centro, con el que se pueden identificar socialistas templados’. Imaginémonos a un candidato del PSOE en Madrid que apele a los ‘ayusistas templados’.
Notemos, pues, la importancia de lo templado para el PP de Feijóo, que es templado porque -siempre según Feijóo- la derecha quema. Prudente porque ser de derechas es insensato. Moderado porque la derecha es extremismo. Tolerante porque la derecha es intolerancia. La falta de batalla por parte de Feijóo durante la campaña electoral dejó constataciones tan evidentes de dicha ausencia como cuando remarcó públicamente que él había votado al PSOE en 1982 y 1986 (en un par de décadas probablemente el PP ponga de candidato a las generales un votante de Sánchez). O cuando aclaró que tomaría consejo no de Aznar ni de Rajoy tan siquiera, sino de Felipe González (como si un candidato del PP en Andalucía dijera que tomaría consejo de Chaves para gobernar). En resumen, Feijóo ha sido especialista en proyectar sobre su propio partido todos los clichés y evangelio izquierdistas.
El PP, un partido de centro (en el centro del PSOE)
Ser moderado en las formas puede verse sin duda como una virtud. Pero, ¿qué significa ser ideológicamente moderado? Un partido que no es de izquierdas, ¿debe ser moderado en la defensa de la propiedad privada, moderado en la defensa de la Constitución española, moderado contra el crimen o el terrorismo? Si Tony Blair inventó eso de la tercera vía en los años 90 en la izquierda británica, parece que en España el PP está investigando en la séptima vía para refundarse en el centro, pero en el centro del PSOE.
Pero una estrategia así difícilmente genera líderes. Un líder se caracteriza por solidez ideológica y saber imprimir cambios en la sociedad. El rajoyismo del PP que simboliza Feijóo intenta simplemente amoldarse a la realidad que cree ver, una derecha Vicente que intenta ir donde cree que va la gente. Por eso fueron líderes natos Ronald Reagan o Thatcher, y no Ford o Major y Boris Johnson. Y por eso lo han sido o son Aznar, Aguirre o Ayuso y no Rajoy ni Feijóo.
Presidente de Galicia
En realidad, tampoco debería nada de esto sorprender del Feijóo presidenciable a nivel nacional si observamos su trayectoria como presidente de Galicia. Entre otras cosas, Feijóo ha presidido la comunidad de Galicia ganándose el voto y la simpatía nacionalistas: mostrando públicamente su cercanía ideológica con el BNG, homenajeando a iconos del nacionalismo gallego antiespañol, o afirmando que Galicia es una nación. Y éste era el candidato alternativo a un PSOE que resultaba traidor por pactar con nacionalistas.
La etapa del covid fue la mayor suspensión de libertades y derechos vivida en período democrático (nótese como al PP nacional no le ha parecido una cuestión de debate ni mínimamente tocada en campaña). En esa etapa, Feijóo, por ejemplo, estuvo en las antípodas en España de la política anti-pasaporte covid de Ayuso en Madrid. Incluso llegó a aprobar multas por no consumir un fármaco, un nivel de coacción superior incluso al visto en regiones como Cataluña.
En lo fundamental, el PP a nivel nacional ha estado desde Rajoy en este viaje para acercarse al campo de la izquierda hasta en constantes ocasiones levantar la valla que le separa de ella para impregnarse de sus ideas. Si bien hubo momentos que apuntaban en dirección opuesta, en concreto la elección de Pablo Casado en lugar de Soraya, pronto Casado acabó llevando con Egea y compañía el partido al terreno donde lo habría situado Soraya.
Vox
La otra gran cuestión que analizar aparte del candidato popular es, claro está, la otra parte de la derecha. O al menos la única que parece reconocerse como tal. Vox, formación que surge precisamente en respuesta a ese PP rajoyista que dejó ideológicamente sin mucho (o muy poco) sostén a parte importante de sus bases.
Por un lado, está su retroceso electoral por la fuerza del ‘voto útil’ y la suma de diversos errores de la formación. Como tales, podemos fácilmente identificar la profundización en ciertos populismos antiliberales en detrimento del liberal-conservadurismo. Su postura ambivalente y difusa frente a la pérdida de libertades y derechos durante la era covid, que parte relevante de sus simpatizantes no comprenden. O la mejorable comunicación de sus posturas sobre ciertos temas. Igual que el PP, Vox no puede estar exento de autocrítica por unos resultados inferiores a los esperados, especialmente con un candidato como Feijóo enfrente, que jugaba el partido lejos de la zona de confort ideológico voxista.
La relación entre PP y Vox
En lo que atañe al período entre las autonómicas de mayo y las generales de julio, es imposible negar que la relación PP-Vox ha jugado un rol, y uno no menor. El PP en todo este asunto ha jugado a una llamativa bipolaridad. Ha llegado a pactos, pero negando a la vez la mayor. Buen ejemplo de ello resultó cuando la candidata popular de Extremadura solicitó el apoyo parlamentario de Vox sin nada a cambio.
Un buen caso comparativo es simplemente el de la relación del PSOE con su aliado natural a su izquierda frente a la relación del PP con su aliado natural a su derecha. Mientras los primeros reconocen el hecho de esta natural convergencia, el PP se resiste. Se siente incómodo, o entra en una suerte de enajenación. No es ya que el PP obviamente prefiera gobernar en solitario, es que siente que su convergencia -tal como expresó Feijóo en campaña con palabras no muy distintas- está antes con el PSOE que con Vox. Y esto es claramente anómalo.
Es un problema digno de psicoanálisis cómo el propio PP durante dos meses ha alimentado el ‘miedo a la ultraderecha’, repitiendo sobre Vox la misma caricatura hecha por la izquierda. Ha querido hacer oposición simultáneamente y con semejante intensidad al PSOE y a Vox, al partido que desea derrocar y con el que está destinado naturalmente a converger para formar eventuales mayorías. Imagínense a Sánchez alimentado un ‘que vienen los rojos’.
Engullir a Vox
Tras las elecciones generales, el PP parece abocado a definir claramente su relación cara a los electores con Vox so pena de mantenerse en esa bipolaridad. El caso de los que defienden como el presidente popular andaluz. Se ha centrado en el distanciarse y en marcar las diferencias. Creen exitosa una estrategia opuesta a la que hace el PSOE con sus socios naturales y que, sin embargo, parece haberle reportado buenos resultados.
Pero esa postura esconde un objetivo que debería resultar un tanto iluso: absorber a Vox como se hizo con Ciudadanos. Intentar comparar Ciudadanos con Vox es como querer comparar, salvando las distancias oportunas, UPyD con Podemos. En gran parte porque esa mencionada estrategia presume absorber a Vox, siendo aún mucho más (si es que se puede), “moderados”. Querer absorber lo que se te escapa por la derecha yéndote hacia la izquierda (pues eso es ir al centro para el PP), simplemente desafía las leyes no ya de la ciencia geográfica sino del sentido común.
El ayusismo
Por eso parece que una postura distinta del PP en este sentido tendrá muchas más probabilidades de éxito. El ayusismo como estrategia antes incluso que como candidato. Como sensatamente dice Hugues: “El mayor peligro que encuentra Vox es que Ayuso vaya drenando votos y, sobre todo, que su política de verso suelto construya la impresión de que hay un PP eterno, invariable, españolazo, conectado a la tradición de la derecha, como un Vox sin rarezas, sin sospecha: un PP leal a todo(patria, Rey, Cristo) pero con el sello de la modernidad y la gestión”.
Porque por mucho que nos preocupemos por el peligro de Sánchez para nuestra economía, nuestras instituciones…si la derecha no se construye y reconstruye realmente como una alternativa real de liderazgo liberal-conservador España va a estar condenada no durante cuatro años más, sino durante largas legislaturas.
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