Sentadas en la segunda mitad del siglo XVII en sus principales líneas las bases teóricas del liberalismo por autores como el holandés Baruch Spinoza (1632-1677) y el británico John Locke (1632-1704), la teoría liberal se completó en los siglos siguientes, como respuesta política al absolutismo monárquico. El naciente liberalismo sostenía, y todavía sostiene, que toda aristocracia, posición dominante o monopolio, así como en general todas las concentraciones de poder, tienden a convertirse siempre en fuentes de privilegio y opresión, que impiden, limitan o falsean la libertad.
Un siglo después, a finales del siglo XVIII, el liberalismo se había difundido por Europa y América. Y se pudo presentar ante el mundo como la teoría política propia del estado de desarrollo de la civilización en el Siglo de las Luces. El viejo sueño europeo, forjado desde los albores de la Edad Media, de recuperar el ideal político de la antigüedad greco-latina, parecía estar por fin al alcance de la mano: después de tantos siglos, la democracia creada en la Grecia clásica y la mítica libertad de la vieja República Romana, con su idealizado modelo ciudadano, parecían ser al fin alcanzables para los hombres del siglo XVIII.
Inglaterra y Francia, dos tradiciones
Como señaló el Profesor Luis Díez del Corral (1911-1998), en el siglo XIX los liberales europeos consideraron como modelos liberales típicos dos tradiciones políticas diferentes y poco o nada liberales. Y así, casi todos los liberales europeos fijaron su atención en lo que les parecieron las tradiciones políticas más próximas y más genuinamente europeas. Una, la británica, empírica y carente de sistema, y otra especulativa y racionalista; la francesa. Desconfiando de la especulación abstracta, la británica se fundamentó en una interpretación abierta de la tradición y de las instituciones inglesas, que no eran fáciles de comprender ni trasladar a otros países. La segunda, la francesa, recogió los ensueños naturalistas y colectivistas de los philosophes ilustrados y se orientó a la construcción de propuestas utópicas que, pese a ser ensayadas de múltiples modos en numerosas ocasiones en los siglos XIX y XX, siempre culminaron en fracasos.
Francia e Inglaterra
A diferencia de Inglaterra, en Francia, bajo inspiración de la idea ilustrada de “emancipación”, se fraguó durante el siglo XVIII lo que después se ha llamado “política utópica” o incluso “futurista”. Una política que aspira a construir la “sociedad perfecta”, sea eso lo que sea. Esta mentalidad, sólo aparentemente “emancipadora”, sería después adoptada por el socialismo. La visión de Karl Marx (1818-1883) acogía la idea rousseauniana de modelar un hombre perfecto, el “hombre nuevo”, cuyas bondades impedirían cualquier mal social. El despotismo ilustrado de los philosophes, como Voltaire (1694-1778), combatía la tiranía y el despotismo monárquicos, pero con métodos tiránicos y despóticos. Su propuesta de gobierno “racional”, pero absoluto, no impugnaba el absolutismo, sino que lo reforzaba.
Frente a la siempre compleja y ambigua situación del liberalismo francés, muy influenciado por el autoritarismo de los philosophes, herencia del Despotismo Ilustrado, el liberalismo inglés se configuró a través de una serie continuada y coherente de pensadores, como se aprecia en sus principales autores, Locke (1632-1704), David Hume (1711-1776) o Adam Smith (1723-1790), entre otros. La coherencia del pensamiento político británico se fundamentó en el consenso continuado sobre las instituciones legadas a Inglaterra por las revoluciones del siglo XVII. Las dos revoluciones inglesas, especialmente la segunda, denominada Gloriosa Revolución (1688), que fue seguramente la más conservadora de todas las revoluciones modernas y, también, la más liberal habida en Europa entre los siglos XVII y XX.
Jeremy Bentham y John Stuart Mill
El pensamiento y mentalidad de los philosophes, encontraron pronto un homólogo británico en Jeremy Bentham (1748-1832,) y su utilitarismo, que resultó ser tan parejamente autoritario y tan esquemático, al final, como el de los philosophes franceses, pese a los esfuerzos de John Stuart Mill (1803-1873). Éste, intentó armonizar el utilitarismo con los planteamientos liberales de defensa de la libertad. Pero en su obra, Stuart Mill también preludió las primeras formulaciones socialistas en Inglaterra. En ambos casos, el de los philosophes franceses y el de los utilitaristas ingleses, latía la misma pulsión de arrasar el pasado y partir de cero. Ambos proponían destruir el derecho y todas las instituciones sociales tradicionales, para construir unas nuevas sobre principios que se presentaban como “más racionales”, sin que la libertad importase mucho.
Inglaterra necesitó casi dos siglos para transformar su régimen parlamentario, inicialmente muy poco liberal, en un régimen moderadamente liberal. Tras las guerras de la Revolución Francesa (1792-1815), Inglaterra experimentaría un resurgimiento de las ideas liberales que impulsó las reformas políticas que conducirían a los británicos a instaurar un parlamentarismo liberal durante el siglo XIX. La paz de 1815 trajo consigo avances en la libertad y cambios sociales que, paulatinamente, eliminaron los restos de la antigua servidumbre, dentro de un régimen social fuertemente clasista y elitista, como señaló Herbert Spencer (1820-1903). Y Francia necesitó décadas para asimilar la realidad de las nuevas sociedades industriales, algo que sólo empezaría a producirse después de que apareciese, en 1803, el tratado de economía política de Say (1767-1832), gran sistematizador de la teoría económica clásica.
Las colonias británicas
A diferencia de Francia e Inglaterra, en las Colonias Británicas de Norteamérica el marco de la sociedad comercial e industrial y su desarrollo eran la misma vida cotidiana. Un marco general muy adaptado al enunciado como teoría por A. Smith, en 1776, en el que el Progreso se entendía como el resultado de la libre evolución de factores impersonales existentes en la sociedad. La revolución, para los norteamericanos, fue el modo al que se vieron abocados para eliminar las restricciones que dificultaban el desarrollo de su propia dinámica social.
Y el azar histórico determinó que no fuese en Europa donde el liberalismo político encontrase por vez primera una plasmación institucional completa. Los rebeldes de las Colonias Británicas de Norteamérica lo consagraron en el sistema político-institucional que crearon a partir de 1776, en los nacientes Estados Unidos de América. Frente a las cábalas intelectuales sobre contratos políticos o sociales originarios, tan propias de los philosophes, y frente al elitismo clasista del parlamentarismo británico, los norteamericanos elaboraron en 1787 una Constitución consensuada por los representantes de todos sus territorios.
La Revolución Americana en Francia
Los revolucionarios franceses, por el contrario, no se plantearon lograr la libertad, sino definir y crear un nuevo marco de restricciones a la libertad, pero más “racional” y “beneficioso” para el pueblo, que el del Antiguo Régimen. Ni los jacobinos ni Bonaparte se plantearon jamás liberar a los ciudadanos, sino disciplinar al pueblo con instrumentos propios del seminario o la cárcel, con base en el voluntarismo pretendidamente “benefactor” recibido del Despotismo Ilustrado. Hay incluso quienes dudan de que la trayectoria de Francia en los siglos XIX y primera mitad del XX pueda ser considerada siquiera liberal. El liberalismo francés siempre se desarrolló entre esas pulsiones estatistas autoritarias y el doctrinarismo. La idea de “revolución” siempre ha despertado en Francia un fervor casi religioso.
El sistema democrático americano no fue fácil de comprender ni de difundir entre los europeos. Nunca estuvo bien visto en Inglaterra, por razones obvias. Y en Francia, pese a que inspiró la Gran Revolución de 1789, careció de reconocimiento general hasta la aparición de la obra de Toqueville (1805-1859) La Democracia en América (1835). Respecto a los regímenes políticos de Inglaterra y Francia, surgidos en los siglos XVII y XVIII y afirmados en el siglo XIX, se han planteado siempre algunos interrogantes: ¿fueron realmente modélicos?, más aún, ¿fueron realmente liberales?, y ¿podían trasladarse a los demás países de Europa y de América?
Los Estados Unidos
Sobre la base de la igualdad jurídica de los ciudadanos y mediante el principio del sufragio universal, los revolucionarios americanos plasmaron en un sistema político viable las conquistas liberales. Diferencia notable con Francia e Inglaterra pues, a diferencia de lo sucedido en USA, tanto franceses como ingleses se mantuvieron siempre lejos de considerar siquiera la posibilidad de establecer el sufragio universal, que sólo llegaría mucho después, en el último cuarto del siglo XIX. Ambos, franceses y británicos, confiaron siempre más en fórmulas de sufragio limitado, el sufragio censitario, que excluía del voto a amplios sectores de la sociedad, los de menos rentas.
Por el contrario, en los nacientes Estados Unidos, una vez emancipados sus ciudadanos del absolutismo, el orden y una justicia independiente siguieron determinando los avances del progreso. Todo esto se incorporaba a una esfera civil autónoma, que superaba los debates sobre formas místicas y prosaicas de comunidad política, mediante la creación de un sistema completo de libertades. El sistema evolucionaría pronto hacia la democracia, casi tal y como la conocemos hoy en día. Quizá se pueda datar en los dos mandatos presidenciales de Thomas Jefferson (1743-1826), entre 1801 y 1809, el momento inicial de la transformación del orden revolucionario de 1776 en democracia, y encontraría su momento definitivo en la presidencia de Andrew Jackson (1767-1845), en sus dos mandatos, entre 1829 y 1837.
Cambios pacíficos, cambios violentos
Sobre esas bases, la democracia llegó a Norteamérica sin guerras ni conflictos civiles por ella. También en Inglaterra acabó instaurándose el sufragio universal -mucho después de USA- de modo pacífico. Por contra, en Francia y en el resto de Europa y América, los cambios vinieron acompañados de graves violencias y abundantes derramamientos de sangre, generados en enconados conflictos civiles. El propio desarrollo de las cosas demostró que, cuanto más regía un poderoso absolutismo centralista, más radical fue luego la opinión pública, como se aprecia al comparar la Ilustración norteamericana con la francesa, o al comparar sus respectivas revoluciones.
Para los norteamericanos de la época revolucionaria, la nueva política liberal inaugurada en 1776 se diferenciaba radicalmente de los modos entonces usuales de entenderla y hacerla. La política liberal no se planteaba en términos esencialmente coactivos, sino equilibradores de los cambios que produce el desarrollo y expansión de la libertad. La finalidad de la política liberal inaugurada por la Revolución Americana (1776-1783) consistía en mantener y favorecer desarrollo del orden espontáneo de la sociedad civil, regulada por su propio Derecho, que se confía al juez en cada caso concreto.
No trataba de hacer “hombres nuevos”, ni “mundos nuevos” más “racionales”, para imponerlos coactivamente desde un poder absoluto pretendidamente “benefactor”. Tampoco buscaba asegurar el predominio de determinadas castas o élites, como en Inglaterra. Se trataba de que la sociedad, organizada en cuerpo político, se desarrollase por sí misma, sin más coacciones políticas que las esenciales para mantener el orden general y la paz civil.
Imitación en España
En general, las doctrinas autoritarias de los philosophes franceses, basadas en el despotismo ilustrado de todo para el pueblo, pero sin el pueblo, siempre produjeron rechazo y alarma a los norteamericanos. Unas doctrinas que anticipaban las técnicas de condicionamiento conductual y de ingeniería social de los despóticos y omnipotentes estados totalitarios que conoció el mundo en el siglo XX y sigue presente en el siglo XXI. El despotismo “racional” de los philosophes se justificaba en las “buenas intenciones” que les inspiraban. La justicia social, la igualdad real, etc., fueron el ropaje que permitió a estas doctrinas presentarse atractivas. Y el parlamentarismo británico fue el despotismo contra el que se alzaron los colonos británicos de Norteamérica en su revolución.
El modelo liberal inglés y el modelo francés, no resultaron ser tan modélicos finalmente. Tampoco fueron muy liberales, especialmente el francés. Y hasta es posible que no se debieran haber considerado nunca siquiera modelos. La Historia da muchas vueltas, por eso es tan entretenida. El liberalismo político se abrió paso en Inglaterra y en Francia de un modo aparentemente muy diferenciado, pero no tan disímil en el fondo y con dificultades parecidas. Y, quienes los consideraron “modelos”, nunca fueron capaces de plasmarlos en sus países.
Sucedió en España con la Restauración canovista (1876-1923), que intentaba emular el sistema parlamentario británico, o con la IIª República Española (1931), que pretendió importar a nuestro país el sistema de la IIIª República francesa. Y, como es bien conocido, ambos intentos carecieron de perdurabilidad y fracasaron al final.
Ver también
El gran error de la revolución francesa. (Fernando Herrera).
Robinocracia. (José Carlos Rodríguez).
1 Comentario
Articulo (y enlaces) muy acertado.
También sobre este tema:
— El libro de Dalmacio Negro (1995) «La tradición liberal y el Estado», editado por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
— Maryann Keating for AdamSmithWorks: «Adam Smith, Classical Liberalism and the Legacy of Hispanic Scholasticism»
https://www.adamsmithworks.org/documents/adam-smith-classical-liberalism-hispanic-scholasticism
— El libro de Bertrand de Jouvenel (1945) «Sobre el Poder», que ha estudiado recientemente el propio IJM recientemente (me hubiera gustado estar ahí, una auténtica «anatomía» del Estado; el esquema del programa fue:
Primera sesión. Metafísicas del poder (Presentación, Cap. II, II y III)
Segunda sesión: ORÍGENES del poder (Cap. IV y V)
Tercera sesión: La NATURALEZA del poder (Cap. VI, VII y VIII)
Cuarta sesión: El Estado como revolución permanente (Cap. IX, X y XI)
Quinta sesión: El poder cambia de aspecto, pero no de naturaleza (Cap. XII, XIII y XIV)
Sexta sesión: ¿Poder limitado o poder ilimitado? (I) (Cap. XV, XVI y XVII)
Séptima sesión: ¿Poder limitado o poder ilimitado? (II) (Cap. XVIII y XIX).
— Resumen del artículo de José Carlos Rodríguez «Robinocracia» (enlace arriba; y super actual, si le añadimos, además, el nuevo cambio sucedido en el Gobierno de España, de M.R. a P.S., llevando esa «robinocracia» hasta el paroxismo):
» ¡Qué gran concepto este de la robinocracia! [término acuñado por el barón de Bolingbrokeen en referencia a Robert Walpole, primer ministro de la Gran Bretaña desde 1721 hasta 1742]. En Gran Bretaña fue el efecto de la corrupción de la Constitución inglesa. En España es el resultado de un diseño, plasmado en lo que llamamos Constitución, y que rige desde 1978. Hay que recuperar el contexto en el que se concibió la norma fundamental de nuestro ordenamiento jurídico, y nuestro sistema político. La II República, para el franquismo, había demostrado una vez más el fracaso del sistema de partidos, y el largo régimen había denigrado las formaciones políticas. Los redactores de la Constitución querían recuperar el prestigio de los partidos que, al fin, iban a ser el instrumento del juego político. Y lo hicieron otorgándoles mucho poder.
El resultado es la partitocracia actual. Ahora que se ha producido un cambio en el gobierno en España, lo vemos en su plenitud. Una persona, en este caso Mariano Rajoy, es líder de un partido, el PP. Desde su despacho elige las listas que se presentarán en cada una de las provincias, que son las circunscripciones electorales. Él los elige. No los votantes. Lo único que hacen los votantes es determinar cuál va a ser el corte de cada una de las listas, en qué nombre se cortará la lista de diputados que Mariano Rajoy (o los líderes de los demás partidos) ha elegido para que vayan al Congreso. Contamos con un Senado que tiene listas abiertas pero que no cumple ninguna función relevante.
La voluntad de esos diputados no le pertenece a los votantes. Tampoco le pertenece a ellos. Le pertenece al líder del partido. Luego, esta Cámara no sólo aprueba al Gobierno, sino que aprueba las leyes del Gobierno. Como el presidente del Ejecutivo es el líder del partido y éste elige los diputados, que le deben a él su puesto, él se elige a sí mismo, y él aprueba sus leyes. Pero el Congreso nombra también el órgano de gobierno de los jueces (el Consejo General del Poder Judicial), el Fiscal General del Estado, el reparto de los jueces, así llamados, tanto del Tribunal Supremo como del Tribunal Constitucional.
No nos podemos consolar con el reparto del poder regional, porque es ese mismo líder del partido el que elige a los líderes regionales, que replican en sus comunidades autónomas, dentro de las funciones que tienen encomendadas, el mismo esquema. «