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G. K. Chesterton

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Les voy a hablar sobre un gobernante de un país europeo, que decide cambiar radicalmente los fundamentos culturales y ciertas leyes tradicionales de su país.

En esa historia, todo comenzaría por los discursos de un peculiar santón turco, que supuestamente demostraba cómo lo que pensábamos como típico de nuestra civilización en realidad provenía del Oriente Próximo. Además, este predicador habría convencido a las autoridades para establecer (a golpe de Decreto) la ley seca, el vegetarianismo y, en general, corregir muchas de las costumbres ancestrales de aquella nación.

Me imagino que ustedes lo estarán asociando con alguien conocido… pero no; no es él. De quien hablo es de Lord Ivywood, un personaje inventado por Chesterton en su genial novela La taberna errante, que ha sido reeditada hace poco y que les recomiendo que disfruten con su lectura. La acción se sitúa en Gran Bretaña y llama la atención ese parecido con algunas conductas de gobiernos y otros grupos de nuestra actual sociedad que -desde Europa-, de repente, quedan fascinados por cualquier otro modo de vida diferente del que ellos conocen y se ha vivido en su entorno durante siglos… Pero deciden que no les gusta y quieren cambiarlo. No importa que hayan sido años de pruebas y error, ajustes, búsqueda de las mejores soluciones: hay que cambiarlo todo porque sospechan que misteriosos poderes ocultos (particularmente les disgusta la religión cristiana) controlan las conciencias de la gente.

Y la solución, como decía, estará en la "moderna" propuesta de un islamismo bienpensante que aparece descrito con humor en la novela (no se olviden que les hablo de un libro de ficción); cosa que seguramente disguste a los políticamente correctos defensores de las alianzas de civilizaciones, acercamientos de las culturas y todo eso.

El segundo elemento de la trama es algo más simple e históricamente conocido: la decisión de proscribir el consumo de alcohol por razones de salud cívica (aunque enlaza también con un orientalismo bastante fundamentalista). El caso es que Chesterton nos entretiene con las andanzas de un rebelde militar irlandés y un práctico tabernero del pueblo pesquero de Pebblewick que burlan esa prohibición amparándose en los resquicios de una ley precipitada que permitiría la bebida siempre que se ofreciera bajo un letrero (los cuales habían sido, por cierto, convenientemente retirados).

La taberna errante fue escrita en el año 1914, y me llama la atención lo clarividente de su ironía. Seguro que el propio Chesterton estaría notablemente sorprendido al constatar hoy el parecido de sus historias con la realidad.

También creo que se extrañaría ante algún prólogo de este libro, como el que trata de buscar una explicación del argumento en torno a la “destrucción del tejido social que opera hoy el capitalismo”… ¡Menuda forma de entender las cosas! El que suscribe no es ningún experto literario, pero desde luego que no me imagino al Chesterton de La taberna errante como un oculto defensor de la lucha de clases. Bastaría echarle un vistazo al último número de Renacimiento (que me pasa un buen amigo; gracias, Juan) para comprobar que las opiniones del escritor inglés no eran precisamente cercanas al socialismo. Aunque podríamos hablar largo y tendido sobre su propuesta distributista; pero eso lo dejo para otro momento.

Quiero terminar copiándoles algunas frases de Chesterton sobre la propiedad privada que seguro les gustarán: “La propiedad es un derecho natural fundamental: es el medio necesario para hacer real la libertad. La propiedad es la condición material necesaria para que la persona pueda desarrollar su propia creatividad y libertad. La propiedad, efectivamente, garantiza la libertad del hombre y posibilita que pueda cumplir sus aspiraciones”.

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