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Globalización, ma non troppo

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La globalización es la mayor reorganización del mundo desde la Revolución industrial. Es un fenómeno feraz y real pero frágil y no está absolutamente garantizado. Es ilusorio pensar que las fronteras y las regiones ya no importan; es un mal diagnóstico de la realidad.

El romántico Manifiesto Comunista ya describía el capitalismo como una fuerza que destruía todas las identidades feudales, nacionales y religiosas para desembocar en una civilización universal regida por los imperativos y las fuerzas titánicas del mercado, al que le atribuía un poder descomunal y al que el proletariado unido debía hacerle frente.

En la actualidad siguen existiendo similarmente visiones distorsionadas o exageradas de la presente globalización. Véanse si no expresiones célebres como la "aldea global" (M. McLuhan), la "convergencia de los gustos", la "globalización de los mercados" (Th. Levitt), el "fin de la historia" (F. Fukuyama), el "aplanamiento de la Tierra" (Th. Friedman) y un largo etcétera. Es cándido pensar en la convergencia imparable de un único sistema económico mundial, en el que las diferencias políticas o culturales son elementos secundarios (baches fácilmente superables) del crecimiento de la productividad, del progreso humano y de la paz universal.

La mayor resistencia a la globalización proviene de los países más avanzados antes que de las economías emergentes (que también). A medida que un país se hace más poderoso, sus gobernantes miran con más recelo la internacionalización de la economía. No se opondrán de frente, pero buscarán mil argucias para mantener los intereses patrios al socaire de los procesos de globalización. Son muchas y muy diversas las resistencias e inercias antiglobalizadoras.

El mundo no es obviamente homogéneo. Los negocios internacionales son complejos y, a veces, menos rentables que los negocios domésticos. Las empresas multinacionales han tenido que sudar bien la camiseta a base de pruebas y errores (muy costosos) para extender su radio de acción. Los hechos nos indican que la globalización es (aún) bastante imperfecta. En un entorno muy globalizado cabría esperar mucha integración; cosa que no ocurre, como alega Pankaj Ghemawat con datos: hoy por hoy más del 90% de los flujos migratorios, de las inversiones directas, de las llamadas telefónicas o del tráfico por Internet son locales. Es decir, la porción globalizada de nuestra actividad apenas llega al 10%; sólo el comercio internacional ha roto esa barrera alcanzando casi el 30% del total.

Los mercados no están ya completamente aislados pero tampoco totalmente integrados todavía (puede que nunca lo estén). Lo que parece que tenemos es una especie de "semi-globalización" en la que nos hallamos –qué duda cabe- más interconectados que antes pero en la que no somos necesariamente más globales. Este reconocimiento tiene claves interesantes para las empresas que desean internacionalizarse.

Una integración profunda de la economía internacional es –por lo demás- bastante incompatible con el concepto tradicional de soberanía nacional. Hay una acusada tendencia entre los habitantes de los países (muchos de ellos votantes) en pedir a sus representantes políticos más –no menos- medidas proteccionistas y a echar la culpa de muchos de sus males a una apocalíptica y completa globalización… imaginaria.

Lo lógico sería que con el tiempo la globalización vaya progresando mal que bien en beneficio de todos; pero cuando su evolución depende en buena medida de nacionalistas y de la inepcia de políticos desperdigados por doquier, no es descartable que frente a la crisis actual u otras venideras se produzca un estancamiento o incluso una regresión de la misma (ya ocurrió en los años 30 del siglo pasado con efectos de sobra conocidos).

Dani Rodrik, escéptico de la globalización, nos recuerda que ésta funciona paradójicamente mejor cuando no se la empuja demasiado lejos con el fin de que los Estados y la gobernanza mundial puedan limitarla. Advertidos quedamos.

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