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¿Gradualismo o abolicionismo?

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¿Hay que desmantelar el Estado intervencionista paso a paso o de golpe?¿Con qué presteza habría que recorrer el camino hacia la libertad? Es obvio que una respuesta formulada desde el liberalismo no puede entrar en contradicción con sus mismos principios. No cabe, en la defensa de la libertad, abogar por una subida de impuestos o por un endurecimiento de la guerra contra las drogas. Pero no basta con virar el rumbo y enfilar en la dirección contraria para estar en armonía con los derechos naturales. Es preciso atender también a la intensidad con la que éstos se persiguen.

Si el liberalismo, por ejemplo, tiene por injusta la esclavitud, no puede proponer en un plano abstracto que ésta se extinga paulatinamente en un determinado intervalo de tiempo, pues sería tanto como decir que durante el lapso en el que perdura no es injusta y condenable. Así, por lo mismo que está en conflicto con la ética de la libertad reivindicar medidas que invaden los derechos individuales, también está en conflicto suscribir la prolongación de medidas que violentan esos derechos. Los liberales en este sentido, pues, deben ser filosóficamente abolicionistas: si la esclavitud es injusta debiera extinguirse por completo de inmediato. Distinta cuestión es que, en efecto, vaya a suceder tal cosa. En palabras de Lloyd Garrison, “nunca hemos dicho que la esclavitud será destruida de golpe; lo que siempre hemos asegurado es que así debería ser”. No hay lugar para compromisos en la teoría que no socaven la propia causa. Idealmente no es inconcebible que la libertad plena impere ipso facto puesto que, como indicó Rothbard, las injusticias son acciones de unos hombres contra otros y de su voluntad depende el que sigan produciéndose. Si repentinamente todos convinieran en que la libertad es el valor más preciado la agresión desaparecería al instante. Pero qué duda cabe de que no es sensato esperar que esto suceda, aun cuando idealmente sea posible. Entonces, si al abolicionista le está vedada la consecución inmediata de su objetivo, ¿debe renunciar a todo progreso parcial?¿Debe oponerse el abolicionista al gradualismo en la práctica?

A lo que debe oponerse el abolicionista es al gradualismo en la teoría, no al gradualismo en la práctica. Allí donde no pueda avanzarse de un salto o a zancadas no es reprobable sino exigible avanzar a pasos pequeños. En un contexto en el que no es factible acabar con la esclavitud el abolicionista no puede menos que demandar la liberación de tantos esclavos como sea posible aunque eso signifique salvar sólo a unos pocos. No suscribe prolongación alguna de la esclavitud, pues si de él dependiera la suprimiría entera. No ha renunciado a nada, pues aquello que no puede conseguir simplemente no está en su mano.

Dos requisitos, siguiendo a Rothbard, son necesarios tener en cuenta cuando se procede gradualmente: primero, no perder nunca de vista el objetivo último, la libertad plena, resaltando asimismo que se avanza sólo un poco porque no puede avanzarse más, no porque sea bueno dar un paso pero no dos. Segundo, no retroceder jamás, ni aun por un lado para conseguir algo por otro, ni emplear medios que estén en conflicto con aquello que se pretende alcanzar.

El gradualismo en la teoría, advirtió Lloyd Garrison, es la perpetuidad en la práctica. Por ello en defensa de la libertad hay que ser abolicionistas en la teoría y en todo caso gradualistas en la práctica. Se trata, en suma, de ser en la práctica tan abolicionistas como la realidad lo permita. Dando pasos cortos en la dirección correcta donde no puedan darse más largos, siempre con la vista fija en el horizonte.

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