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Guerra y paz: razones de Estado

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El tema de la guerra, desafortunadamente, vuelve a estar de moda. La posible retirada de las tropas americanas de Irak, la amenaza de Irán, el envío de tropas españolas (de paz, claro) a Afganistán o al Líbano o la necesidad o no de mandar ayuda a Darfur son cuestiones que ponen una y otra vez el tema encima de la mesa.

No es un problema sencillo y no está de más la reflexión. La primera que se me ocurre es que es imprescindible tratar estos temas con el mayor de los escrúpulos. Por ejemplo, si consideramos que el islam nos ha amenazado explícitamente, todos los países islámicos y todas las personas islámicas son una amenaza real para nuestra integridad. Pero ¿es cierto que todo musulmán desea invadirnos? ¿Una amenaza proferida por el líder de un grupo terrorista debe suponerse avalada por toda la población? En ese caso, ¿se aplica también a los etarras? Y en caso afirmativo ¿el pueblo español (o el vasco, por concretar aún más) avala las pretensiones de ETA sobre Francia? ¿Francia podría legítimamente, por tanto, declarar la guerra a España o al País Vasco?

Un aspecto muy importante es que se trata de una decisión de Estado. No declara la guerra un señor que va por la calle, o un grupo minoritario, excepto en el caso de los terroristas que declaran la guerra a toda una sociedad, como la que la ETA nos tiene declarada a todos desde hace demasiado tiempo. Pero la manera de afrontar una guerra terrorista no tiene nada que ver con la convencional. Y esto es así desde Viriato, "padre" de la guerra de guerrillas. En general, los conflictos convencionales son cosa del Estado, que decide en nombre de una sociedad cuándo la amenaza es real y justificada, con qué medios se ataca, y en qué casos no.

Pero, desde un punto de vista libertario, esto da lugar a varias paradojas. Tal y como señala Wendy McElroy (I, II y III), una de las razones que se argumentan para sustentar la suplantación del individuo por parte del Estado es la defensa propia: de manera análoga a la licitud del uso de la violencia por los individuos, el Estado puede defendernos a todos frente a una amenaza empleando la fuerza. Sin embargo, por analogía, si un individuo no está legitimado para causar bajas inocentes en el ejercicio de su defensa, el Estado tampoco debería estarlo. Y en las guerras modernas las armas empleadas aseguran que va a haber víctimas inocentes. No se trata de un daño desafortunado e imprevisible. Se sabe que al lanzar una bomba van a morir inocentes porque son armas que no discriminan. Al actuar contra una amenaza, en cualquier caso, nuestro Estado emprende una actuación violenta tanto contra el Estado que realmente la profiere como contra la población neutral o contraria a la guerra, que no tiene más culpa que vivir en un país dominado por un Estado belicoso.

Por otro lado, el Estado que responde a una amenaza representa a aquellos que a) se sienten efectivamente y de manera subjetiva amenazados y b) dentro de ese grupo a aquellos que creen que no hay más medios para solucionar el conflicto. Queda fuera la población que no sienta esa amenaza efectiva porque no le dé valor a las palabras amenazantes y aquellos que piensan que aún quedan formas más imaginativas que la violencia de resolver el entuerto. De manera que tampoco representa siempre a "todos". Una amenaza tiene un componente subjetivo muy fuerte: puedo pensar que tus palabras no son creíbles porque soy más fuerte que tú, o porque es injustificado, porque es un farol… etc. En ese caso, no tendré en cuenta la amenaza. Solamente cuando el individuo calibra la probabilidad de ser atacado tras una amenaza, responde o se prepara para repeler la agresión. El Estado en ningún caso puede efectuar esta operación por cada miembro de la sociedad. Y, además, hay que considerar que el Gobierno ejecutivo, que es quien decide finalmente (por mucho que su Majestad sea el Capitán General de los Ejércitos), es una pequeña élite dedicada a asegurar votos, enredada en la maraña de relaciones diplomáticas internacionales y, la mayoría de las veces, alejada de las personas.

Otra reflexión que también es destacable es el atentado contra la libertad individual que supone el reclutamiento forzoso en caso de guerra, la potestad de expropiar bienes a quienes se nieguen a ir al combate, y la represión contra quienes manifiestamente estén en contra de la guerra, incluso en pleno conflicto. Nadie debería ser obligado a ir a una lucha en la que no cree por la decisión de un minúsculo grupo que detenta el poder político.

La justificación de la guerra como medio para defender la justicia y la libertad es una falacia envuelta en una frase bonita. No hay tal cosa como "buenos" y "malos" de manera que los "buenos" representan la decencia, la justicia y la libertad. En ambos bandos suele haber de todo. La inmoralidad es sancionada en ambos lados por el propio estado de guerra, de manera que los supuestos defensores de la libertad cometen crímenes atroces que, si ganan la contienda, se pasarán por alto. Como explicaba Joseph Sobran es su artículo Dónde Buscar el Mal (traducido por Jorge Valín):

Después de la segunda guerra mundial, los vencedores –los Estados Unidos y la Unión Soviética– juzgaron a los perdedores por "crímenes de guerra" y "crímenes contra la humanidad" (…) Este proceso judicial imparcial resultó en muchas ejecuciones, castigando ejemplarmente a aquellos que cometieron atrocidades bajo la excusa de la guerra. Sin embargo, nadie en el lado ganador fue acusado de un sólo crimen de guerra.

En definitiva, para ir a la guerra, a muchos "les sobran los motivos" (parafraseando a Sabina). Pero para mí, además de justificar los fines, hay que hacer lo propio con los medios. Siempre.

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