Las polémicas palabras del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, fueron más o menos que "existen males mayores que la tragedia de Haití". Enseguida asistimos al revuelo de todos los columnistas, contertulios o presentadores de radio y TV bienpensantes. Ya se la tenían guardada a este flamante obispo, por el terrible delito de haber suscitado con su nombramiento episcopal un cierto reproche entre algunos curas supuestamente nacionalistas. Seguro que algo mal habrá hecho, pensaron antes de averiguar mínimamente la verdad sobre las cosas (verdad que salió a relucir después, en una cálida y multitudinaria acogida en la catedral donostiarra).
Total, que ha sido la ocasión propicia para criticar de nuevo a Munilla, esta vez por su aparente frialdad y falta de consideración ante el dolor ajeno y la pobreza de esa nación caribeña. Hasta tal punto que el obispo se vio en la necesidad (innecesaria, a mi juicio) de tratar de matizar sus palabras, seguramente algo cohibido por la presión mediática en medio de todas las circunstancias que acabo de señalar.
En mi opinión esa frase es correcta, desde un punto de vista filosófico, antropológico o teológico. No es cuestión de extendernos en ese tercer aspecto, que curiosamente ha despertado un inusitado interés entre políticos y periodistas bien orgullosos de su ateísmo, pero que enseguida hablan ex catedra sobre cuestiones religiosas. En cuanto a los dos primeros puntos, me parece evidente defender que los males morales son peores que los males físicos; aunque a veces menos impactantes, informativamente hablando. Lo último que le puede ocurrir a un caballo es romperse una pata; sin embargo, podría escribirles aquí una inacabable lista de males que le pueden ocurrir a un ser humano peores que esa fractura ósea. Yo, desde luego, prefiero que mi mejor amigo me rompa una pierna a que me engañe, me traicione, me deje en la estacada…
Claro que la muerte y el sufrimiento físico son terribles. Pero el abuso moral y las heridas espirituales son peores. Esto lo empieza a tener claro el propio ordenamiento jurídico, que contempla por ejemplo el acoso psicológico, ese mobbing inmaterial, como algo igualmente delictivo, si no más, que el físico.
Lo que me lleva a una segunda consideración: ¿qué es lo que verdaderamente necesita hoy el pueblo haitiano? Pues, en mi opinión, menos ayudas materiales y más fortaleza moral e institucional. Peor que este desastroso terremoto han sido, a mi juicio, muchos años de abusos y corrupción; de crímenes, extorsiones y robos. Incluso desde una perspectiva simplemente cuantitativa, las muertes de haitianos inocentes han sido mayores en los sucesivos regímenes dictatoriales y opresivos que con este inesperado desastre natural.
Sin embargo, lo que prima a nuestro alrededor es un frenesí social por el de envío de aviones, bomberos y latas de albóndigas… Pido disculpas por la ironía, que ya sé que no es políticamente correcta, y ya sé que en este momento hay personas muriendo de hambre, enfermedad o deshidratación. Pero lo escribo adrede para que seamos capaces de enfocar el problema correctamente: lo que verdaderamente necesita Haití es un Gobierno justo y representativo, que atienda los problemas con racionalidad, que administre los bienes equitativamente y que distribuya las ayudas internacionales sin sospechas de robo. Ayudar a la constitución de este tipo de autoridades es una tarea mucho más importante que un envío de alimentos que tal vez sea más urgente en estos días, pero resulta insignificante a largo plazo. Eso es lo que deberíamos exigir a nuestros gobernantes nacionales y mundiales. Aunque me temo que tal vez sea más fácil pedirle a la tierra que deje de moverse.
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