Desgraciadamente, Nueva York hoy es fundamentalmente un santuario progre, lleno de hipócritas.
Nueva York, 1969. La noche del 29 de junio, en una calle de Greenwich Village, la policía se dispone a efectuar otra redada. El lugar, The Stonewall Inn, es un bar frecuentado por homosexuales. Es ilegal servirles alcohol, así que se supone que va a ser coser y cantar: pedimos que se identifiquen, verificamos si los que van de mujeres llevan al menos tres prendas de ropa femenina, arrestamos a unos cuantos y pasamos por la comisaría, pero rapidito, que llevo todo el día en la calle y no me apetece mucho codearme con esta gente, no sea que vaya a ser contagioso.
Pero esta vez no va a ser tan fácil: los clientes piensan que ya está bien, que esto es Estados Unidos, no la URSS, y estamos en 1969. Además, somos bastantes. Unos 200, cuentan las crónicas. Así que, mientras la policía espera a que lleguen los coches patrulla, se puede uno imaginar la escena: unas cuantas drag queens, en plan cachondo, empiezan a insinuarse a los oficiales vestidos de azul, muy machotes ellos, y les dicen que salgan del armario, que seguro que alguno se cambiaría de bando sin pensárselo mucho.
Los que no habían sido arrestados, en vez de irse a su casa a cenar calentito, deciden quedarse por allí y ver qué pasa, que parece que esto se va a poner divertido. Cuando llega el primer coche, los policías se dan cuenta de que la cosa se les está yendo de las manos y a ver qué hacemos ahora. Bueno, para eso tenemos el monopolio la violencia, así que venga, ponle las esposas y dale con la porra en la cabeza, que se desmadra.
Y hasta ahí: oiga, que la homosexualidad sea ilegal en este país no significa que tengamos que aceptarlo, así que vayan entendiendo que nos tomamos una copa vestidos como nos da la gana y bailamos con la persona que nos apetece, sea del mismo sexo o no. A estas alturas, el tema está muy feo y a los policías no les queda otra que protegerse en el local, que los aspirantes a futuros cantantes de Village People no se andan con bromas y vuelan cubos de basura, piedras, ladrillos y lo que pillan.
Entonces llega el 7º de Caballería para ayudar a los suyos y detener a todo quisqui. Cuando acaba la fiesta, hay 13 arrestados, gente hospitalizada y cuatro policías heridos. Ni un alma por la calle y el Stonewall destrozado. Pero vuelve a abrir al día siguiente. Y al otro. Y más disturbios, cada noche. Y cada vez más gente. El miércoles por la noche, dicen que nos hemos juntado unos 1.000…
Sólo un año después, el 28 de junio de 1970, se celebró la primera marcha del orgullo gay en Nueva York, desde el lugar de los hechos hasta Central Park, a la que se apoyó con marchas similares en Chicago, San Francisco y Los Ángeles. Hoy se conmemora cada año, no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo.
La misma ciudad, Nueva York, casi 50 años después. Los responsables del Havana Film Festival deciden eliminar de su sección oficial en 2017 la película Santa y Andrés, del director cubano Carlos Lechuga: según Carole Rosenberg, directora ejecutiva del festival, por “los chismes políticos” que rodean a la película.
Mire, copie literalmente de nuestra página web: “las películas elegidas reflejan fuertes identidades sociales y culturales enraizadas en sus respectivos países”. O sea, traduciendo: estamos encantados de presentar una peli que deje en mal lugar a la Iglesia Católica o que culpe a Estados Unidos de la inmigración, por ejemplo, pero hablar sobre la represión a escritores homosexuales en Cuba … No lo veo, sinceramente. Y, además, eso fue hace ya tiempo, ¿no?
Como era de esperar, al director no le sienta especialmente bien la decisión: a ver, vale que censuren mi obra en esa maldita isla-prisión que sigue siendo Cuba, pero yo creía que en Estados Unidos se respetaban los contratos. Si ustedes no quieren que mi película vaya en la sección oficial, que era lo que habíamos acordado, no cuenten conmigo.
Unos cuantos artistas e intelectuales cubanos, entre los que se encuentran Andy García o Carlos Alberto Montaner, han enviado una carta a El Nuevo Herald denunciando la censura sufrida por el cineasta, donde hacen “un llamado a instituciones privadas y públicas que patrocinan el festival a no financiar prácticas contrarias al espíritu libertario e inclusivo de la ciudad de Nueva York y de la Constitución de los Estados Unidos”.
Me parece que Nueva York era más libertaria en 1969 que en 2017, la verdad: si lo siguiera siendo, un festival que llevara su nombre habría defendido una película como ésta. Ambientada en los 80, nos cuenta la historia de un intelectual cubano, hostigado por la dictadura castrista durante los primeros años de la revolución (así, en minúscula), por ser homosexual.
Pero no: lo que han hecho sus responsables ha sido no enfrentarse al lobby progre que nos intenta hacer creer que la situación en Cuba está cambiando y ponerse del lado de una supuesta ONG cubana, la Fundación Ludwig de Cuba, que apoya el festival y justifica su expulsión. Digo supuesta porque fue fundada en La Habana en 1995, así que puede que sea una Organización, pero lo de No Gubernamental, no se lo cree nadie.
Yo no he visto la película de Lechuga, pero lo que he leído sobre su argumento me parece muy interesante: el tráiler, absolutamente desasosegador. Los que nos alegramos de la evolución de los derechos civiles, garantizados independientemente de nuestra orientación sexual, tenemos que celebrar la rebelión valiente del Stonewall y, por tanto, tenemos que condenar la cobardía lamentable del Havana Film Festival New York.
Desgraciadamente, Nueva York hoy es fundamentalmente un santuario progre, lleno de hipócritas: de ahí lo de “hiprogresía”, claro.
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