VIH, años 80, homosexuales… En principio, cualquiera diría que es un telón de fondo perfecto para desplegar un mitin cinematográfico a la medida de la causa progresista. Sin embargo, en Dallas Buyers Club sucede algo semejante a Capitán Phillips, donde una ambientación patriotera-conservadora esconde un mensaje bastante progresista. Esto es, una de las grandezas –de las muchas- de Dallas Buyers Clubes es que, mientras la portada del mensaje parece progresista, en verdad nos introduce subrepticiamente pero de modo altamente efectista un ideario radicalmente liberal y libertario.
Así, poco a poco, la película se va definiendo en torno a una batalla: la de los enfermos de VIH frente al Gobierno y la FDA. Dicho de otro modo: la lucha por una cura que sólo se encuentra con la luz de la valiente antorcha de la libertad que el Gobierno desea apagar. Y en el fondo trata de eso, de la libertad sanitaria y de su poder de salvación de los marginados enfermos de VIH de los años 80, si cabe más destacable en una ciudad tan conservadora como Dallas.
El film presenta, de manera tan sorprendente como hiperrealista, un alegato en múltiples frentes en defensa del libre mercado frente a la intervención del Gobierno en la medicina. Y es que los gays no necesitan el mismo e igualitarista trato de una medicina intervenida y regulada, sino que merecen el mejor trato de una medicina de libre mercado. La opción progresista para resolver los problemas de los homosexuales sólo sirve para una cosa: para ser echada por la borda.
En su contundencia, Dallas Buyers Club avanza en metraje cual apisonadora de lugares comunes. Por ejemplo, presenta la medicina estadounidense como lo que realmente es: una medicina regimentada hasta niveles casi soviéticos. También, por ejemplo, ataca la idea de que el VIH es una enfermedad de homosexuales. Su protagonista, Ron Woodroof, encarnado por Matthew McConaughey, es heterosexual y padece VIH.
Ron no deja de ser una suerte de John Galt que hace avanzar el mundo con su aguerrido espíritu anti-Gobierno y empresarial. En su búsqueda de remedios efectivos frente al VIH, tiene que viajar a lo largo del mundo, dado que los bienes (las medicinas) por desgracia no cruzan libremente las fronteras. El libre mercado no sólo se demuestra lenitivo y atenuante del dolor y la enfermedad sino también de la homofobia: Ron, inicialmente homófobo, aprende la tolerancia hacia los homosexuales en su Buyers Club para ayudar a personas con VIH (el libre mercado como epítome de la apertura y la sociabilidad). Así, los hechos se entrelazan cual cuerdas (la económica, la sexual, la civil-social…) para anudar un fuerte nudo: el de la libertad como una sola e indivisible.
O pensemos por un momento en un acto puro de libre mercado como es la solidaridad: una pareja de homosexuales mayores donan una casa para que los buyers club que ayudan a las personas con VIH puedan sostenerse. Todo mientras el Gobierno persigue estas acciones heroicas.
Que la FDA o las agencias públicas sanitarias existen por nuestro bien es un eslogan que aquí se estrella en la cara de los intervencionistas como un boomerang. ¿Es mejor una muerte legal y aprobada por la FDA que vivir sin la aprobación de la misma? La competencia sí resulta brutal en el film al menos en una cosa: ¿quién de los dos es más asesino, el SIDA o el Gobierno?
Si el Gobierno se supone garante de nuestra seguridad, en Dallas Buyers Club el Gobierno ofrece algo seguro: una muerte lenta por tortura a los enfermos de VIH en su sistema farmocrático.
Ataviada con una falsa apariencia progresista, Dallas Buyers Club en realidad nos vende la mejor medicina posible. La de la libertad.
@AdolfoDLozano / david_europa@hotmail.com
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