Nos diferencia de los ordenadores ser libres para elegir nuestros proyectos de vida y avanzar en un entorno cambiante.
A lo largo de mi corta trayectoria como columnista en diversos diarios digitales y blogs, he escrito sobre tecnología desde una perspectiva económica, pero aquí me voy a animar hacerlo desde un enfoque filosófico. Hace un tiempo leí un libro titulado Homo Deus: Breve Historia del mañana, de Yuval Noah Harari, una obra que te hace replantearte muchas cuestiones acerca de la condición humana y del futuro que nos espera; uno de esos textos que todo liberal debería leer no porque se caracterice por su defensa a ultranza de la libertad, sino porque al lector le hace pensar si en lo que cree es de verdad cierto o no. Y como dice Antonio Escohotado en los Enemigos del comercio:
Relativista por vocación (el liberal), contempla la aspereza de la vida sin esperanza de milagro, tratando de identificar lo propicio para una mayor eficacia del esfuerzo humano. Está orgulloso de responder con un no sé y un lo estudiaré a cuestiones donde el resto dispone de dogmas ciertos, y cifra la prudencia en aprender a jugar sin trampas.
Este fragmento de la obra de Escohotado viene mucho a cuento de lo que define Harari como religión. Simplificando el concepto, para el autor es religión todo aquello que se considera un concepto intersubjetivo, esto es, aquello que esté en la mente de un conjunto de individuos, pero que no es un hecho objetivo: “Si una religión es un sistema de normas y valores humanos que se fundamenta en la creencia en un orden sobrehumano, entonces el comunismo soviético no era menos religión que el islamismo (…) Desde luego, el islam es diferente del comunismo, porque el islam considera que el orden sobrehumano que gobierna el mundo es el edicto de un dios creador omnipotente, mientras que el comunismo soviético no creía en dioses. Pero también al budismo le importan poco los dioses, y sin embargo lo clasificamos generalmente como una religión”; por ejemplo, que Dios exista es un concepto intersubjetivo, existe un número inmenso de personas que creen en algún tipo de Ser Superior, pero no todo el mundo cree en un mismo Dios ni nadie ha podido demostrar de manera empírica que exista o que la ha visto. Una realidad objetiva es aquello que podemos demostrar empíricamente que existe y que no se puede negar. Rajoy cuando dijo aquello de que un vaso es un vaso, y un plato es un plato, de manera probablemente inconsciente, estaba dando un ejemplo bastante bueno sobre el asunto; un vaso existe, y todo el mundo sabe qué cuando ve uno, no existe posible discusión acerca de que pueda ser otra cosa.
En este sentido, el autor considera el capitalismo y el liberalismo religiones, porque están basados, en cierto sentido, en dogmas de fe que puedes creerlos o no, pero no son realidades aceptadas por el 100% de los individuos. Por eso es muy importante el escepticismo que nos caracteriza, y alejarnos de estos dogmas y tratar de ofrecer argumentos sólidos sobre por qué la libertad es lo mejor que nos pueda pasar. El autor habla así del capitalismo:
A la mayoría de los capitalistas probablemente no les guste el calificativo de religión, pero, tal como son las religiones, el capitalismo puede al menos llevar la cabeza bien alta. A diferencia de otras religiones que nos prometen un pastel en el cielo, el capitalismo promete milagros aquí, en la Tierra…, y a veces incluso los proporciona. Gran parte del mérito de la superación del hambre y la peste pertenece a la ardiente fe capitalista en el crecimiento. El capitalismo merece incluso algún prestigio por reducir la violencia humana y aumentar la tolerancia y la cooperación. (…) el capitalismo hizo una contribución importante a la armonía global al animar a la gente a que dejara de considerar la economía un juego de suma cero, en el que tu beneficio es mi pérdida, y en lugar de ello verla como una situación en la que todos ganan, en la que tu beneficio es también mi beneficio. Es posible que esto haya contribuido más a la armonía global que siglos de oraciones cristianas acerca de amar a mi vecino y ofrecer la otra mejilla.
El caso es que este libro acababa con tres interrogantes en relación a la tecnología del futuro que no responde:
1. ¿Son en verdad los organismos solo algoritmos y es en verdad la vida solo procesamiento de datos?
2. ¿Qué es más valioso: la inteligencia o la conciencia?
3. ¿Qué le ocurrirá a la sociedad, a la política y a la vida cotidiana cuando algoritmos no conscientes pero muy inteligentes nos conozcan mejor que nosotros mismos?
Básicamente, la tesis del libro para comprender estas cuestiones es la siguiente: la ciencia converge en un dogma universal, que afirma que los organismos son algoritmos y que la vida es procesamiento de datos; la inteligencia se desconecta de la conciencia; algoritmos no conscientes pero inteligentísimos pronto podrán conocernos mejor que nosotros mismos. El autor viene a explicar que nuestro cerebro funciona como una gran computadora en la que todo lo que nos rodea es procesado por este y da instrucciones a nuestro cuerpo para que funcione en función de la información asimilada, tal como si fuese un algoritmo. De hecho, Steven Pinker, en Cómo funciona la mente, llega a conclusiones parecidas, añadiendo que la forma en la que actuamos puede venir en parte predeterminada, por lo que en realidad podríamos cuestionarnos en qué medida somos libres para actuar si los procesos mentales que se desarrollan en nuestra cabeza vienen determinados por nuestra herencia genética.
Si esto fuera cierto, la tecnología nos podría controlar y conocer. De hecho, podría llegar a sustituirnos por completo, ¿quién no dice que un día pueden replicarnos en un androide? Esta idea asusta.
El propio Steven Pinker más adelante responde de manera indirecta a Harari —el libro de Pinker está escrito antes que el de Harari— a estas cuestiones diciendo que el ser humano tiene algo que no podrán nunca hacer los robots ni los animales, a saber, entablar relaciones sociales y hacer constructos sociales teniendo creencias comunes más allá de las realidades objetivas. Porque sí, somos en gran parte una máquina que se dedica a procesar datos, aunque en eso somos algo torpes a veces, y los ordenadores poco a poco nos están superando. Pero precisamente lo que nos diferencia de ellos es la capacidad de entablar relaciones sociales y adaptarnos a las diferentes circunstancias que padecemos, esto es, ser libres para elegir nuestros proyectos de vida y avanzar en un entorno cambiante. De hecho, es complicado que un animal o un robot lleguen alguna vez a pensar algo parecido a lo que decía Descartes, “pienso, luego existo”. La consciencia de saber que vivimos y plantearse interrogantes de cómo vivimos y reflexionar sobre los ideales de vida nos diferencia de la tecnología.
Porque la tecnología, al fin y al cabo, se basa en programas informáticos, en la que los seres humanos podemos predecir muchas situaciones, pero como dice Tim Harford en El poder del desorden, el mundo es totalmente aleatorio y las personas tenemos la capacidad de adaptarnos a entornos cambiantes. El futuro, al fin y al cabo, es impredecible, por eso en una conversación, como puede ser el test de Turing, donde prima la aleatoriedad, las máquinas suelen fallar. En el caso concreto del mencionado test de Turing, tan solo en 2014 una máquina consiguió engañar a un 33% de jurado haciéndose pasar por un niño de 13 años llamado Eugene, pero la mayoría de especialistas no le han dado importancia puesto que solo demostraba cierta habilidad de los programadores para crear un bot hecho ad hoc para superar la prueba, en donde solo destacaba en aquellos aspectos de la inteligencia que son verbalizables.
En definitiva, la tecnología no es contraria a la libertad individual en tanto en cuanto no nos pueden replicar y controlar. Los individuos nos caracterizamos por ser únicos, desarrollando cada uno de nosotros un proyecto de vida diferente —que se puede interrelacionar con otros proyectos de vida de otras personas— y somos capaces de adaptarnos a un entorno cambiante. La tecnología nos puede facilitar la vida a la hora de procesar información —aunque los luditas se posicionen en contra del desarrollo—, pero para entablar relaciones, incluyendo la aleatoriedad y los cambios y, para en definitiva, vivir de manera consciente, no hay nada como los seres humanos y, precisamente, es la libertad lo que nos aleja de ser simples máquinas al servicio de los programadores llamados políticos.
4 Comentarios
De ahí la importancia de las
De ahí la importancia de las humanidades, la comprensión y creación de discursos, sistemas simbólicos, culturas. Es lo único que nunca podrá hacer la máquina. En la defensa de la libertad va a ser más importante que toda la teoría económica, la cultura de la libertad, la visión humanística de la libertad. Sin menospreciar todos los avances teóricos y prácticos en la gestión de la economía de mercado, deberíamos ser conscientes de esto.
Don Santiago, ha leído usted
Don Santiago, ha leído usted algo de Nassim Nicholas Taleb?
Tenga a mano la cita de Escohotado, que le hará falta.
Yo sólo puedo decir que su
Yo sólo puedo decir que su artículo me parece didáctico. Y que lo estudiaré al detalle.
Considerar inmoral la
Considerar inmoral la agresión al pacífico no es ningún dogma arbitrario. ¿Desde cuándo la aceptación por el cien por cien de los individuos constituye criterio necesario y suficiente de validez objetiva?
Resulta muy irritante leer ciertas evidentes estupideces como asegurar que el capitalismo es una especie de religión como el comunismo, aunque el primero haya contribuido a la armonía global y el segundo al mayor sufrimiento conocido de la humanidad, y quedarse tan ancho. Digo yo que tan dispares resultados serían fruto de algo más que una casualidad.
Afirmar que nuestros procesos mentales vienen determinados por una herencia genética que compromete nuestra libertad también supone una majadería de las gordas. Eso no se puede decir en ningún sentido.
Creo que la prudencia intelectual consiste ante todo en cuidarse de decir bobadas, más que en mostrarse escéptico a ultranza, tales como sostener que la conciencia es un epifenómeno sin función ni sentido real, producto de un mero procesamiento de datos. La pregunta inmediata que uno se hace es por qué existe un aspecto vital fundamental como la experiencia subjetiva o conciencia (¿notaríamos alguna diferencia entre carecer por completo de conciencia y no existir?) que, como implica el materialismo desorejado, carece de utilidad e influencia. A ver, si somos una clase de máquina o algoritmo que no necesita la conciencia ¿por qué coño se supone que la tenemos (la mía me consta, pero la de ustedes la conjeturo)? Menudo misterio: la experiencia subjetiva no es precisa para vivir, comer y reproducirse, pero ahí está puesta por la selección natural por puro capricho.
Ese señor Harari no me parece ninguna lumbrera. Hasta yo le puedo responder a sus sandias preguntas:
1. La vida no es solo algoritmo ni procesamiento de datos, pues si lo fuera ni siquiera nos daríamos cuenta de que existimos.
2. Sin inteligencia pero con mucho morro se puede vivir la mar de bien. Sin conciencia no llegas ni a alcornoque, que vete tú a saber su rica vida interior.
3. Pues que la sociedad mejorará en la medida que se sirva de tan fabulosas herramientas. Si te asusta la tecnología no la uses, que nadie te obliga. Hace falta ser memo para no preocuparse del control político pero temer a una cafetera, que por muy avanzada que esté seguro que ni te muerde ni te araña.