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Hong Kong frente a la democracia

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El ruido de la calle se ha apagado, aunque no del todo. Pero el conflicto que subyace en Hong Kong sobre su sistema político sigue latente, y volverá a estallar, inevitablemente. La ex colonia británica fue entregada a la China continental, regentada por una dictadura comunista, en 1997. La cesión del control del territorio se efectuó bajo ciertas condiciones que permitían el reconocimiento y la defensa de ciertos derechos básicos de que disfrutaban los hongkoneses.

Desde que comenzaron a elaborarse los dos informes sobre libertad económica en el mundo, Hong Kong ha ocupado siempre el primer lugar. Incrustar una economía libre en un régimen comunista parece un imposible. Pero lo cierto es que China, partiendo de una experiencia particular, empezó un camino de reformas que han acercado al país a una economía de mercado. Tanto, que Albert Esplugas habla ya de una economía ex comunista. Llamémosle ex o post comunista, lo cierto es que es una sociedad complejísima, con una amalgama de planificación y mercado, represión y libertad, que ni siquiera guarda una coherencia en todo el territorio. Ese camino hacia la liberalización, que comenzó en 1978, es el que preparó al régimen para aceptar, doce años después, la Constitución de Hong Kong, que es la que rige en estos momentos. China estaba dispuesta a asumir el principio de «un país, dos sistemas».

El capitalismo y la democracia han ido históricamente de la mano, en una relación fructífera, aunque no necesaria ni del todo simbiótica. La democracia, de hecho, ha parasitado al capitalismo. El proceso político consiste en la transferencia de renta y riqueza, desde el control del Estado, de unos grupos sociales a otros y a sí mismos. La democracia facilita esa transferencia, y la amplía, al revestir ese proceso de apropiación y reparto de una ideología que lo justifica, y que es aceptable para una gran mayoría de la población. La democracia ha permitido al Estado alimentarse de la riqueza que genera el capitalismo. Y ha entablado con él un juego en el que le aprieta para acrecentar su riqueza y su poder, pero no lo suficiente como para ahogarlo y sucumbir él mismo en una crisis que le ponga en riesgo. A medida que el capitalismo ha permitido mayores cotas de riqueza, el Estado ha podido capturar mayores proporciones de la misma, sin evitar por ello que la población deje de progresar, aunque lo haya hecho a ritmos menores de los posibles.

El régimen político de Hong Kong es relativamente liberal, pero no plenamente democrático. De hecho, Gran Bretaña ha gobernado esa colonia durante 170 años sin que jamás haya adoptado un régimen democrático. Hong Kong tiene un Parlamento con una legislatura de cuatro años, que está elegido por dos mitades. De los 70 legisladores, 35 son votados en un sufragio universal. Cinco proceden de una circunscripción funcional, orgánica. Y otros 30 son elegidos por unos 230.000 electores que proceden, en su mayoría, por sectores empresariales y profesionales. El gobierno se elije por una circunscripción aún más restringida, un Comité Electoral formado por unos 1.200 electores, que proceden de nuevo de los mismos sectores.

Eso no ha impedido que los ciudadanos de aquélla ciudad tengan un alto nivel de vida. La renta media per cápita, en paridad del poder de compra, según los datos recabados por The World Factbook elaborado por la CIA, era el año pasado de 52.700 dólares de 2013. Ocupa el puesto 15 de los más de dos centenares de países que hay en el mundo. Esto puede resultar chocante a quien identifique democracia y progreso, pero son los riesgos de la metonimia que se produce con las palabras democracia y libertad.

China ha interpretado, correctamente, a Honk Kong, como una amenaza, tal como dice Alberto Illán. Es un ejemplo de lo virtuosa que es una sociedad libre. Pero el caso de Hong Kong nos debe llevar a plantearnos, con honradez, otra cuestión. ¿Habría logrado el país tan altas cotas de libertad y prosperidad, madre e hija, con un sistema plenamente democrático? Viendo la relación parasitaria que mantiene con las sociedades libres, es muy posible que no hubiese sido así. Hablar de «la democracia» es un abuso, pues hay muchas, unas más y otras menos respetuosas de la libertad de las personas. Aún creo que la democracia puede aportar lo mucho que tiene de bueno a una sociedad libre. Pero no debemos dejar de verla como un medio, sin perder de vista que la libertad es el objetivo, pues es la tierra fértil de una sociedad buena.

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