Cuando Hugo Chávez Frías fue encarcelado tras su fallido intento de golpe de estado en febrero de 1992, debió pensar que en Venezuela había otras maneras más fáciles de conseguir el poder. "Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados", había manifestado y estaba lleno de razón. Hugo Chávez Frías se debió percatar, demasiado tarde, que la mejor manera para que un aspirante a dictador llegue al poder en un país con instituciones democráticas es la propia democracia.
Hugo Chávez Frías no es el primer tirano que llega al poder en una democracia, ni será el último. Tampoco será la última vez que un sistema democrático se torna en tiránico por el buen hacer (o quizá sea más acertado decir deshacer) de un lobo disfrazado con una piel de cordero. Hugo Chávez contaba con mucho a su favor. La Venezuela de Carlos Andrés Pérez era un nido de corrupción que hastiaba a muchos ciudadanos honrados y los gobiernos que le siguieron, pero también los que le antecedieron, no fueron mucho mejores. No es extraño que, ante tanta inmundicia, los demagogos sepan crear mensajes esperanzadores de un futuro mejor, de una utopía no muy lejana. Hugo Chávez vendió su golpe como una regeneración demasiado apresurada pero justa, se creó una carrera política entre el extremismo, la mentira y la esperanza, se aseguró el apoyo de Fidel Castro, apostó por el socialismo como sistema, consiguió el liderazgo de la izquierda, atrajo el voto de parte de la derecha descontenta y se presentó a las elecciones de 1998 en las que consiguió el 56,8% de los votos, acaparando el voto de castigo de una sociedad cansada.
Hugo Chávez Frías había dado su primer paso, quizá el más difícil, hacerse con el poder, y a partir de ahí siguió el guión básico de cualquier tirano. Ha ocupado con los suyos las principales instituciones democráticas. Ha subvertido la ley cambiando la Constitución con la intención de perpetuarse en el poder hasta que se haga realidad su sueño de gloria. Ha cerrado medios de comunicación y perseguido a los periodistas críticos. Ha aprobado una ley que controla la educación y que formará a los ciudadanos que quiere el régimen. Ha nacionalizado buena parte de los sectores más importantes de la economía, echando de Venezuela a las empresas molestas e interrumpiendo además el comercio con Colombia. Ha usado el petróleo para pagar y apoyar las campañas de políticos amigos que han usado sus mismos métodos para llegar al poder, en algunos casos con éxito, en otros con sonoros fracasos. Ha creado la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), una asociación de regímenes amigos que pretende en la práctica la extensión entre los países de América Latina y el Caribe de lo que tan estrambóticamente llama el socialismo del Siglo XXI. Ha encontrado enemigos externos a los que echar las culpas de sus fracasos, Estados Unidos y Colombia, y ha encontrado amigos en los enemigos de ambos, los narcoterroristas de las FARC, los regímenes genocidas de Irán y Corea del Norte y los "enemigos naturales" de los estadounidenses, Rusia y China. Ha iniciado una carrera armamentística y ha amenazado con la guerra y la desestabilización de toda Latinoamérica. Hugo Chávez Frías aspira a ser emperador de las Américas y en ese camino ha conducido a su país a una situación económica y social deplorable. Y todo ello con la legitimidad que le da vivir en una tiranía que sólo los locos y los doctrinarios pueden ver como democracia.
La democracia es tan débil (o tan fuerte) como lo son los principios morales de la sociedad que la asume. Si los ciudadanos no conciben la separación de poderes como un bien necesario, los poderes se fundirán en uno. Si los ciudadanos no conciben que la igualdad ante la ley es un derecho natural, se crearan castas de privilegiados. Si los ciudadanos buscan líderes que les salven de sus propias miserias, si no los vigilan, ni los controlan, ni les apartan del poder cuando se extralimitan, habrán ayudado a crear un monstruo, a su próximo carcelero.
Si Chávez ha llegado al poder con un mensaje tan simple, pero tan efectivo; si ha sabido manipular tantas décadas de corrupción e instaurar un régimen más corrupto y peligroso que los anteriores, es porque buena parte de los venezolanos le han dejado y aún le dejan. Es absurdo que nos quejemos de la maldad de los políticos pensando que son una raza aparte sobre la que no tenemos control. Nadie debe convertirse en un espectador de su propia desgracia. Es difícil echar del poder a un tirano, pero Hugo Chávez ha demostrado síntomas de debilidad. Ha perdido uno de sus últimos referéndums y aún tiene que aguantar las múltiples manifestaciones que la oposición organiza. Además, la crisis en Honduras ha demostrado que sus alianzas en el extranjero no son tan firmes. El daño es evidente ya que en cada protesta, cada manifestación, hay un mayor uso de la fuerza, de coacción gratuita e innecesaria. Aún hay esperanza, la sociedad civil debe seguir presionando al tirano para que abandone, pero también reflexionar y preguntarse cómo es posible que el sueño de la democracia genere estos monstruos.
La democracia puede estar llena de valiosas instituciones, pero no deja de ser un sistema normativo hueco que se basa en la moral y en la ética de las personas. Si llenamos la democracia de contenidos como la educación pública o una economía estatalizada sólo estaremos dando herramientas muy útiles a los Hugo Chávez Frías que vengan después, en Venezuela y en otros países. Habría que preguntarse si la mejor democracia es la que está llena de cascarones vacíos, si es aquella en la que nosotros nos preocupamos de nuestros propios asuntos, apostamos por la libertad y no por la coacción ni el liderazgo de ningún iluminado y reducimos al mínimo esa cosa que llamamos "lo público".
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