Podemos ser pocos, homogéneos y salvajes, o muchos -por nacimientos o entradas de inmigrantes-, diversos y civilizados.
“Hemos llegado a ser hombres civilizados precisamente como resultado del aumento del número de seres humanos que, por otro lado, la civilización ha hecho posible: podemos ser pocos y salvajes, o muchos y civilizados”. Friedrich Hayek.
“El moderno nacionalismo y colectivismo, mediante la restricción a la inmigración, se ha acercado tal vez más si cabe al Estado servil… Pocas cosas pueden reducir más al hombre a un mero engranaje de relojería del Estado colectivista nacional que privarlo de su libertad de movilidad”. Wilhehm Röpke.
“Toda cultura nace de la mezcla, del encuentro, de los choques. Por el contrario, es el aislamiento lo que hace morir las civilizaciones, la obsesión por su pureza”. Octavio Paz.
Los flujos migratorios son algo innato a la naturaleza humana. Han sido históricamente el remedio más antiguo contra la pobreza. La mundialización actual de la economía no ha hecho más que empezar y va a intensificarse más con el paso del tiempo esta inclinación natural de las personas. La gente migra, temporalmente o permanentemente, para recibir educación o entrenamiento, para realizar trabajos o servicios, para encontrar empleo, para escapar de situaciones amenazantes o para procurarse para sí o para sus descendientes mejores oportunidades o esperanzas de vida. Cualquiera de estos motivos es legítimo y no hay razones éticas suficientes para que los gobiernos prohíban o restrinjan excesivamente los flujos de capital humano por el mundo, tanto de inmigración como de emigración.
La movilidad laboral de las personas a través de las fronteras (internas o externas) es un derecho esencial de las personas. Caso de poder ejercerse, la globalización daría sus mejores frutos. Todos los negocios precisan de una fuerza laboral que tenga cierta facilidad para moverse a lo largo de nuestras fronteras artificiales. La inmigración va a ser, sin duda, uno de los grandes debates del porvenir.
La mayor parte de los países desarrollados, en cualquiera de los hemisferios del planeta, sufren de bajas o muy bajas tasas de natalidad junto a un progresivo envejecimiento de su población. En vez de colocar todas nuestras apuestas por incentivar el nacimiento de nacionales con costosos e impredecibles programas de fertilidad, lo lógico sería facilitar también la llegada de inmigrantes cuando la fuerza productiva de un país así lo demande. Además, la disponibilidad de individuos capaces de trabajar no se obtiene tan fácilmente como el maíz o el trigo; requiere –por el contrario- un ineludible periodo dilatado de tiempo para la crianza, manutención y formación de las pequeñas personas desde su nacimiento hasta que se tornan en sujetos productivos. Ante casos perentorios de necesidad de mano de obra, lo más sensato y económicamente eficiente es hacer porosas las fronteras y otorgar mayores permisos de trabajos temporales según necesidades del momento. Hay que restaurar la migración temporal o circular como existió en el pasado y dejar de desincentivarla por las restricciones burocráticas o exiguas cuotas que existen en la actualidad.
Hacer dificultoso este proceso no hará otra cosa que fomentar fatalmente la inmigración ilegal y la desaparición de la inmigración circular. Es deseable que comprendamos que la inmigración es en esencia buena para la economía y uno de los mejores remedios actuales contra la pobreza en el mundo. Una reforma migratoria en los países de la OCDE que aceptase si quiera el 1% o el 0,5% más de inmigrantes empequeñecería cualquier otra medida que los economistas del desarrollo ideasen para ayudar a los habitantes de los países menos afortunados. Tomemos el caso de los microcréditos que el economista Mohammed Yunus puso en práctica a través del banco Grameen. La ganancia promedio de una persona dedicada a trabajar a lo largo de toda su vida en un pequeño negocio originado por un microcrédito en Bangladesh se podría alcanzar según Landt Pritchett en tan solo ocho semanas permitiendo trabajar a esa misma persona en los EE UU.
La migración internacional, por tanto, es una de las principales fuentes de reducción de la pobreza en el mundo. Si el desarrollo económico es definido como el aumento de bienestar humano, entonces el cruce de fronteras internacionales no es una alternativa al mismo sino que es la forma de desarrollo económico por excelencia.
Cualquier consecuencia negativa a corto plazo sobre determinados sectores de la sociedad de acogida o sobre el acomodo de la inmigración en la sociedad anfitriona se ve más que compensada por las consecuencias o externalidades positivas a largo plazo que supone para la economía en su conjunto.
Soy consciente de que existen aún fuertes reticencias en la mayoría de las mentes de las personas por abrir o flexibilizar sus fronteras a la inmigración por temores arraigados pero carentes de fundamento como hemos visto. Por otro lado, es una falacia pensar que con la inmigración aumenta la criminalidad; los datos y estudios existentes hablan de lo contrario. También es erróneo considerar que con ella aumenta el terrorismo en el país de acogida, cuando el factor de mayor riesgo se encuentra en visitantes ocasionales o bien en jóvenes ya nacionalizados pero muy fanatizados que, por lo general, son adoctrinados o entrenados desde fuera.
En la batalla de ideas, una menor represión hacia la libertad de movimientos migratorios es deseable y, tal vez, posible que se abra paso frente a las morales o códigos locales de conducta clánicos (hoy nativistas) propias de sociedades cerradas que demandan la restricción de dicha libertad.
La gran aportación de las socialdemocracias occidentales, el Estado del bienestar, se ha transformado con los años en un gigante devorador del presupuesto público. Parece evidente que tal cual está diseñado es insostenible. Querer apuntalarlo y extenderlo a los inmigrantes es muy problemático.
Nos encontramos ante una disyuntiva: bien seguir defendiendo nuestro actual modelo de Estado de bienestar cerrándonos a la inmigración o bien reformarlo y delimitarlo para dar acogida –de forma ordenada pero sin el régimen de racionamiento actual- a más personas provenientes de otros lugares del planeta. Antes o después tendremos que dar una respuesta sensata a este desafío.
Ante el fenómeno de los crecientes flujos migratorios de los habitantes de las naciones pobres hacia las desarrolladas o incluso no tan adelantadas, se escuchan propuestas bienintencionadas que piden una mayor cooperación con los países en vías de desarrollo o bien que los Estados u organismos supranacionales (Unión Europea, ONU) tomen cartas en el asunto para inducir su desarrollo y, así, mitigar la migración en origen. Esas soluciones no son solo ineficaces sino, caso de lograrse el desarrollo, propiciaría, al menos al inicio, más emigración desde dichos países, no menos. Además de que son recursos despilfarrados y tomados a la fuerza de numerosos contribuyentes medios de los países más ricos para entregárselos a unos pocos políticos y empresarios bien relacionados con el poder de los países pobres.
La forma de gestionar la inmigración que aplican los gobiernos de Singapur o Emiratos Árabes Unidos es aleccionadora. Estos pequeños Estados han logrado acoger proporcionalmente a muchos más inmigrantes que los EE UU o la Unión Europea. Tienen aspectos inaceptables para los occidentales (fuerte discriminación, abusos laborales) pero, rechazando dichas lacras, podemos aprender de su ejemplo. Las preferencias de los emigrantes son claras. Si tuvieran que elegir entre el sistema actual de restricción de entrada a países que cuentan con importantes coberturas ofrecidas por su Estado del bienestar o bien un sistema con muchos más canales legales de entrada a un país con oportunidades laborales pero que les excluyera de dichas prestaciones sociales, elegirían lo segundo.
No se puede hablar de un mercado libre si no existe la libertad de desplazarse y de trabajar, sin tener que hacerlo clandestinamente como si fuera un delito. El libre mercado requiere gente libre. Es un contrasentido tener movimiento libre de todos los factores de producción menos uno. Contar con una fuerza de trabajo global ayuda a crear productos y servicios que sirven mejor al mercado global.
Los trabajadores cualificados extranjeros suelen tener mejor prensa que los no cualificados pero ambos grupos son necesarios en sociedades vetustas necesitadas de estos dos tipos de trabajadores, que no los de formación media, por lo que son por lo general bastante complementarios a la población nativa. El grueso de ésta se encuentra en el medio de dicha escala de especialización que es, precisamente, la que más se ve afectada por la mecanización, siendo ésta la que pone en peligro muchos de sus puestos de trabajo, no la inmigración.
La muy amplia desaparición de fronteras económicas y el libre mercado (pese a que existen aún restricciones) ha posibilitado que una ingente cantidad de personas hayan abandonado la pobreza extrema. Se trata de que dichas fronteras se difuminen progresivamente para la gente que quiera traspasarlas. El argumento económico en favor de una inmigración más abierta no difiere fundamentalmente del argumento a favor del libre comercio, la libre prestación de servicios o a favor de la libre movilidad del capital. Permitir que fluyan sin trabas les hace ser canalizados hacia sus usos más eficientes. Esto trae beneficios tanto para la economía interna de cualquier país como para la economía mundial.
Antaño, la gente se desplazaba con dificultad, pensaba muy parecido a su grupo y hacía las mismas cosas. Hoy ya no es así. Ahora los desplazamientos son mucho más fáciles y el encerramiento cultural es cada vez más difícil de mantener. La tendencia ineludible es que haya menos población en el campo y más gentes diversas concentradas en las múltiples ciudades modernas. Las sociedades humanas actuales cambian mucho más rápido de lo que a algunos les gustaría. Los extranjeros forman ya parte integrante de nuestra inteligencia colectiva.
Nuestros instintos tribales no han evolucionado a la misma velocidad que lo ha hecho el mundo globalizado. En el futuro será cada vez más difícil encontrar naciones con uniformidad cultural. El pluralismo convivencial, ese orden complejo y abierto que apenas empezamos a comprender, será lo que predomine en nuestro porvenir no tan lejano.
La importante contribución que los inmigrantes, hombres y mujeres, han realizado y siguen realizando al éxito de las economías desarrolladas es innegable. Pese a las barreras nacionales de cada país que tienen un efecto retardatario sobre la inventiva, la eficiencia y el crecimiento y pese a las fricciones que puedan aparecer, me temo que la formidable locomotora de la globalización y sus vagones adyacentes que compiten por los bienes económicos, el capital y la fuerza laboral internacionales es ya imparable.
Una reforma integral de la inmigración que deje atrás el muy restrictivo sistema de cuotas actual y facilite más canales legales a la misma es necesaria. El objetivo de fronteras abiertas es actualmente impracticable pero el objetivo debiera ser procurar muchos más visados que permitiesen movilidad máxima y burocracia mínima. A fin de cuentas se trata de optar por la disyuntiva entre sociedades herméticas, centralizadas, paternalistas y estáticas frente a otras más abiertas, desjerarquizadas, libres y dinámicas.
Pienso -al igual que el economista del desarrollo Lant Pritchett– que las ideas erróneas son como las construcciones de presas defectuosas: soportan durante décadas, incluso siglos, todo tipo de presiones y dan la apariencia de estabilidad y fortaleza, pero una pequeña fisura en las mismas puede desmoronarlas en cuestión de muy poco tiempo. Pasó con la esclavitud, con el feudalismo, con el colonialismo, con la restricción del voto femenino o con la prohibición de la venta de alcohol. Parecían en su época ideas respetables y duraderas pero cuando dejaron de tener el favor y el reconocimiento de una parte significativa de la población (no hace falta que fuese mayoritaria) se disolvieron cual azucarillo en el agua. Creo que imponer exageradas restricciones a la movilidad laboral internacional es una idea profundamente errónea, ineficiente e injusta y espero que acabe perdiendo el apoyo de las personas.
Concluyo parafraseando la cita inicial de Hayek de este comentario: podemos ser pocos, homogéneos y salvajes, o muchos –por nacimientos y/o entradas de inmigrantes-, diversos y civilizados.
Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también: I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXII, XXIII,XXIV, XXV, XXVI, XXVII, XXVIII, XXIX, XXX, XXXI, XXXII, XXXIII, XXXIV, XXXV, XXXVI, XXXVII, XXXVIII, XXXIX y XL.
1 Comentario
Los inmigrantes son la punta
Los inmigrantes son la punta de lanza contra el Estado del Bienestar, ponen de manifiesto sus contradicciones. Nadie acepta una transferencia de renta a unos extraños sin poder político.