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Inspectores de hacienda, esos héroes

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Entre los puestos de trabajo que menos respeto me produce siempre ha destacado el de inspector de impuestos. Reconozco que la Guardia Civil y la policía municipal hacen méritos suficientes para ocupar este puesto, pero, entre multa y multa, hacen algún servicio de provecho a la sociedad: asisten accidentes, regulan el tráfico y hasta detienen a algún criminal real, cuando la persecución al ciudadano respetable, pero con el billetero lleno, se lo permite.

No es el caso del inspector de impuestos, cuyo único objetivo es escudriñar la vida privada (sí, nuestros ingresos y gastos son parte de nuestra vida privada, no deberían ser visibles por nadie sin nuestro consentimiento) de los ciudadanos para averiguar si ha entregado parte de su riqueza al Estado voluntariamente o si es necesario quitárselo por la fuerza, más la correspondiente multa o recargo por su poca concienciación social.

Sólo el lavado de cerebro masivo que recibe la sociedad desde hace décadas puede explicar que haya muchos de estos inspectores que frecuenten medios de comunicación, la mayoría de las veces en funciones descaradas de lobbies, sin el menor reparo. En cualquier otra época estos sujetos, de existir, guardarían celosamente su condición (algo que el contribuyente no puede hacer con su dinero) e intentarían pasar desapercibidos, justificando su profesión en la pura necesidad de tener un trabajo en tiempos difíciles.

Por desgracia vivimos en una época donde está mal visto que alguien hable en contra del alarmismo del cambio climático si hace 20 años el departamento donde trabajó recibió una subvención de mil euros de una petrolera, pero si eres miembro de una asociación de inspectores de hacienda y te da por pedir, oh, qué sorpresa, que se duplique o triplique el número de inspectores para acabar con el fraude fiscal, te sacan en todos los medios de comunicación como la quintaesencia del sacrifico por el bien común.

Pero si hay algo que me hace despreciar ese trabajo por encima de todo es porque simboliza el sistema fiscal que sufrimos actualmente. Nadie necesita un inspector fiscal para saber si un vecino no ha pagado su cuota de la comunidad de propietarios. Nadie necesita un inspector fiscal para descubrir si un socio está escatimando sus aportaciones. Nadie necesita un inspector fiscal para saber que un suscriptor no está pagando por recibir su revista favorita. No hay ninguna transacción financiera honrada que requiera de un inspector fiscal para saber si el cliente está al corriente de pago de un producto o servicio. Solo el Estado necesita inspectores fiscales para conocer qué riqueza genera una persona, y así poder quitarle la parte que arbitrariamente considera suya.

Por eso es especialmente perversa la petición de más inspectores de hacienda. Estos no van a mejorar el sistema de recaudación, no van a repartir más equitativamente el peso del Estado entre los ciudadanos. Lo único que van a hacer es llevar la auditoría sobre la vida de los españoles a nuevos niveles, expandiendo el control total que ya tiene sobre los asalariados de nómina y tarjeta de débito al resto de la sociedad. Los autónomos, las PYMES y todo aquel que no está totalmente controlado por los sistemas informáticos de la Agencia Tributaria tendrían que aguantar un control más exhaustivo de personas de carne y hueso cuyo mayor deseo, al parecer, es conseguir pruebas para expropiar las pocas riquezas que van generando después de 6 años de crisis, para más orgullo de la casta política que hace pésimo uso de ellas.

Pero no carguemos las tintas sólo contra los inspectores. Sus anhelos no serían posibles sin esos millones y millones de personas que, siguiendo el instinto español básico de sacarle el ojo al vecino aunque ellos pierdan los dos en el proceso, piensan que la solución a muchos de los males que sufre éste país proviene del fraude de las grandes empresas, de los autónomos que no hacen facturas y de los paraísos fiscales.

Al parecer si las facultades de un ladrón le permiten robar a cualquiera, tenga el sistema de seguridad que tenga, pasa a ser un buen recaudador de impuestos. Y según dicen en España todavía hacen falta más y mejores ladrones… ¡Quién lo diría leyendo los periódicos!

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