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Interstellar: Interés general y egoísmo

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En noviembre se estrenó en nuestro país la última película de Christopher Nolan. Sin estar a la altura, en mi opinión, de las de Batman, es en todo caso una película imprescindible. Y, como suele ser el caso con el director, da para muchas reflexiones de todo tipo.

La mía ya se puede imaginar que tendrá algo que ver con la economía. Pero antes de seguir es obligatorio avisar que al avezado lector que se interne en las siguientes líneas le esperan algunos "spoilers" sobre la película. No creo que sean "spoilers" decisivos, pero no está de más avisar para que nadie se enfade.

La historia se sitúa en la Tierra, en un futuro más o menos cercano, en que las inclemencias atmosféricas hacen que solo algunas especies vegetales puedan sobrevivir. Ello, a su vez, pone en riesgo a la especie humana, cuya alimentación ha pasado a sostenerse en el maíz.

En tan hostil entorno transcurre la vida del protagonista (el magnífico True Detective Matthew McConaughey), quien vive en una granja con sus dos hijos y su padre, dedicado, por supuesto, al cultivo del maíz.

A no mucho tardar, nos traza Nolan el carácter de la sociedad en que vive la Tierra. En efecto, el protagonista, que es ingeniero astronáutico devenido en granjero, tiene ilusiones de que su hijo pueda dedicarse también a la ingeniería. Sin embargo, la burocracia dirigente ha decidido que lo que se necesita en el mundo ahora son granjeros y no ingenieros, y que a tal tarea deberá dedicarse también el hijo.

Este suceso es complementado por una conversación con el padre del protagonista, en que aquel recuerda los gloriosos días pasados en que prácticamente todos los días había algún producto nuevo que comprar. Así pues, nos movemos en una sociedad en que, al menos en algunos aspectos, se utiliza la planificación central como sistema económico. Y, en consecuencia, la innovación tiende a desaparecer.

En una lectura más concreta, al considerar los planificadores sociales que la única alternativa para sobrevivir es el cultivo del maíz (y asumir que tienen información perfecta para tomar la decisión), es lógico que todos los recursos disponibles se dediquen a tal tarea. Desdeñan completamente la innovación porque no entra en sus paradigmas; precisamente esa innovación que podría salvar al maíz si se dejara a la gente investigar (ser ingenieros) en lugar de obligarles a cultivarlo. Esta relación entre supervivencia e innovación es uno de los temas que también presiden el desenlace final, al que ahora nos vamos a dedicar.

Y así transcurre la vida hasta que por razones que no voy a explicar, nuestro héroe entra en contacto con el núcleo científico dedicado a salvar a la humanidad. Aquí se entera de que el maíz también está llamado a extinguirse y con él la especie humana, a menos que se busquen alternativas fuera de la Tierra.

Tienen bastante avanzado el programa de rescate: han identificado tres posibles planetas en que se podría sobrevivir, y solo queda ir a chequearlos, misión de la que se encargará el protagonista, que para eso fue astronauta. Cuando hallen uno que sea viable, deberán avisar a la base en la Tierra, activándose uno de dos planes: o bien se manda a la población de la Tierra al nuevo planeta (para lo que tienen en marcha un programa de investigación que seguramente pronto dé resultados), o bien, si va mal el primer programa, se mandan unos embriones para que una nueva humanidad colonice el planeta. En ambos casos, la humanidad se salvará.

Por supuesto, nuestro héroe marcha al espacio con todas las garantías por parte del núcleo científico de que el primer programa terminará con éxito, y de que podrá volver a ver a sus hijos en el nuevo planeta. Pues es esto precisamente lo que motiva al granjero a arriesgar su vida en una aventura sin retorno: la supervivencia de sus hijos, sobre todo de su queridísima hija a la que, en una amarga despedida, ha prometido formalmente que volvería a ver.

Desgraciadamente, y ahora viene el spoiler más gordo, el programa de viaje para los terrícolas es mentira. Ya hace mucho que los planificadores centrales han decidido que sería imposible el traslado al nuevo planeta y han elegido la solución de una nueva humanidad, actuando, eso sí, guiados por el interés general, y no por los intereses egoístas de cada ser humano.

De ello se enterarán los viajeros cuando ya esté superado el punto de no retorno. Es comprensible su desesperación y desconfianza, incluso mutua, a partir de ese momento. Sin embargo, hay algo que permanece: la determinación del protagonista por volver a ver a su hija, por mantener su promesa contra toda posibilidad. Lo que permanece es el egoísmo individual del héroe por reunirse con sus seres queridos: el protagonista no quiera salvar a la humanidad, simplemente quiere ver a su niña. Así de sencillo, así de grande.

Al final, por supuesto, es esta determinación la que salva el día y a la humanidad. Pues solo por amor a su hija el protagonista asumirá un riesgo brutal para su vida, algo que ninguno de los planificadores centrales hubieran hecho por la humanidad. Y la apuesta le sale bien… pero eso ya lo imaginabais.

La lección de la película es clara: es la iniciativa individual la que hace avanzar al mundo, son los egoísmos de cada uno de nosotros los que hacen que la humanidad progrese y sobreviva. Ningún bienintencionado planificador central (léase político) puede en nombre del interés general llevarnos a otro sitio que al desastre.

Los expertos dicen que Interstellar es bastante coherente con las leyes físicas, dentro de lo que es una película de ficción[1]. Yo me atrevería a decir que también respeta las leyes praxeológicas. ¡Disfrutadla!



[1] Por ejemplo: http://www.businessinsider.com/crazy-physics-to-understand-interstellar-2014-11.

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