Pocos autores como Jaime Balmes (1810-1848) podrían reivindicar tan cabalmente aquello de líbreme Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me guardo yo. El pensamiento político de Balmes, de extrema originalidad en su formulación, quedó sepultado por descalificaciones que lo han querido adscribir a una tendencia política concreta. La operación de convertir a Balmes en el gran autor del tradicionalismo fue un fiasco, pese a ser la que ha perdurado. Eso ha facilitado sumir su obra en el olvido, al fabricarle una imagen que no permite reconocerlo al leer sus textos.
Balmes y la reacción tradicionalista
La tergiversación apareció en la Historia de los Heterodoxos Españoles (1880) del joven Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), admirador de Balmes, al que situó entre los pensadores más destacados de la reacción tradicionalista española. Luego variaría sus juicios y opiniones sobre éste y otros autores. En 1910, con motivo de la reedición de El Protestantismo comparado, con el Catolicismo en sus relaciones con la Civilización Europea, de Balmes, Menéndez Pelayo rectificó su calificación de “restaurador de la tradición” y destacó la modernidad del pensamiento balmesiano, así como su afinidad con las ideas de libertad y tolerancia, lejos del tradicionalismo al que inicialmente lo había adscrito.
Sin embargo, esa primera “calificación” perduró y, tras Menéndez Pelayo, tan poco estimado y tan vituperado como seguido, lo catalogaron de neo-escolástico y tradicionalista, muchos de los que se han referido a Balmes. Caracterización en la que coincidieron con el joven Menéndez Pelayo pensadores dispares que opinaron así por su falta de conocimiento de la obra balmesiana, sin duda. Unos calificativos que han sido aceptados habitualmente, pese a su escasa o nula realidad, por personajes tan dispares como Unamuno (1864-1936) y Ortega y Gasset (1883-1955), o Artola (1923-2020) y Tuñón de Lara (1915-1997), entre otros muchos de los más variados y hasta contrarios posicionamientos.
La originalidad de Balmes
Quienes sí han estudiado la obra de Balmes, han expresado opiniones muy diferentes. José Luis Abellán en su Historia del Pensamiento Español (1987), pese a encuadrarlo como “pre-neo-tomista” (¡!), destacó la singularidad de la obra balmesiana. Incluso, constató la separación de Balmes de la neoescolástica, como también que su temprana muerte, le impidió elaborar un sistema filosófico, del que había dejado puestos los cimientos. Balmes fue también un gran matemático (su primera cátedra fue de cálculo y matemáticas), y conocía bien los principales problemas científicos de su época.
Ferrater Mora, en su Diccionario de Filosofía, destacó la originalidad del pensamiento de Balmes: inspirado por su formación escolástica, sí, pero también por el pensamiento de la Escuela Escocesa del Sentido Común, en particular de Thomas Reid (1710-1796). Desde esos presupuestos, Balmes logró elaborar una crítica de la filosofía dominante a comienzos del siglo XIX, como el empirismo, el criticismo kantiano y el idealismo de Hegel, para su refutación. Balmes integró las viejas y las nuevas ideas en un empeño filosófico que se vio frustrado por su temprana muerte.
La obra política de Balmes
En la obra de Balmes, especialmente en la de temática política, hay una continuidad argumental, sin saltos ni cambios. Y hay una acusada orientación hacia el pragmatismo del hombre de principios que, sin renunciar a sus convicciones, se plantea la necesidad de aceptar la realidad de las cosas para poder incidir en ellas. Como afirmó en su obra Pío IX, en relación con las cada vez más intensas tendencias hacia la libertad política en las sociedades europeas y americanas de la primera mitad del siglo XIX: «no se trata de saber si hay en esto un bien o un mal, sino de saber lo que hay».
La política de Balmes tiene dos dimensiones, una teórica y otra práctica. No fue solo un teórico especulativo, fue también un activo ciudadano que participó con la palabra, el consejo y hasta con intervenciones directas en la política de su época, con gran influencia en la opinión pública. Su más importante proyecto político fue el intento de casar a la Reina Isabel II con el Conde de Montemolín, el heredero carlista. Balmes fue entonces (1846) portavoz de un grupo que, aun viniendo de campos opuestos, buscaba la fusión de derechos al Trono para fundar una legalidad que hiciese imposible reanudar la guerra civil. La iniciativa no prosperó, pero nadie dudó de la limpieza de sus intenciones, ni de la habilidad con que la condujo, pese a su fracaso final.
El protestantismo comparado con el catolicismo
En lo teórico, Balmes dejó tres textos políticos principales, que son sus Consideraciones Políticas sobre la situación de España y sus Observaciones sociales, políticas y económicas sobre los bienes del clero, ambas de 1841, y su última obra, Pío IX, escrita en 1848, pero inconclusa por el fallecimiento ese mismo año del autor. Además, dejó también una ingente obra de periodismo político en los medios de prensa de la época, especialmente los que él dirigió (La Sociedad, El Pensamiento de la Nación, La Civilización, o El Conciliador).
Su pensamiento político está, además, en otras dos obras: El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilización europea (1841), antes citada, y su Vindicación Personal (1846). De excepcional importancia es la primera, quizá su obra más importante y la que más ha perdurado. Fue la respuesta de Balmes a una obra de mucho éxito en su tiempo, la Historia General de la Civilización en Europa (1828) de Guizot (1787-1874), obra centrada en destacar el papel innovador del protestantismo en Europa, frente al papel retardatario del catolicismo. Fue Guizot un seco y honrado “hugonote” (protestante) francés, varias veces ministro y primer ministro con Luis Felipe de Orleans (1830-1848), e historiador de las instituciones francesas y de Francia.
Una nueva política tras la Revolución
En la política, como en todo, el análisis frío y desapasionado de los hechos se impone en la obra balmesiana como un prius, anterior a la defensa de principios o a la contraposición de ideales. Maestro del análisis objetivo, su prioridad era tener la idea más completa y cabal posible de la realidad, antes que cualquier otra cosa. Sus planteamientos políticos concretos se resumen en su propuesta de hermanar razón y justicia con la convivencia en paz.
Balmes constató que la sociedad tradicional, anterior a la época de las revoluciones, había perecido. Inútiles serían, pues, los esfuerzos para resucitarla. El absolutismo monárquico que caracterizó las formas políticas de esa sociedad tradicional, había quedado sin base y fundamento. Como dijo en su Pío IX, la alianza del Trono y el Altar había sido necesaria para el Trono, pero no resultó nada buena para el Altar, que tampoco la necesitaba. El absolutismo carecía de porvenir, pues respondía a la realidad de sociedades ya inexistentes. La época de Balmes, llena de luchas revolucionarias en Europa y América, hacía perceptible que el futuro pertenecía a las incipientes democracias: el carlismo no era una opción política.
Balmes sobre los Estados Unidos
La cuestión, para Balmes, estaba en comprender el proceso de reorganización de las sociedades europeas de entonces, a las que la revolución había desestructurado. De las naciones europeas de la época, sólo Inglaterra poseía tradición de gobierno liberal por su dilatada trayectoria parlamentaria, lo que la convertía casi en un modelo para Balmes. Pero sólo casi. Porque en América, USA ofrecía, a su juicio, el ejemplo de cómo un sistema de gobierno representativo, defensor de la libertad y la democracia, podía ser un sistema de orden, progreso y respeto a los valores del humanismo cristiano, más y mejor que el absolutismo. El catolicismo, en el ambiente de libertad norteamericano, había encontrado vías para su asentamiento y difusión en los siglos XIX y XX, cuando ha llegado a ser la minoría religiosa más importante, con un 26% del total de la población (datos de 2015).
Desestructuración que también afectó a la sociedad española, donde la experiencia de un constitucionalismo ordenado estaba demasiado inédita. En tiempos de Balmes, España ya había tenido cuatro Constituciones -la de 1812, la de 1834, la de 1837 y la de 1844-, todas ellas con periodos de vigencia demasiado breves, como para que las virtudes del régimen liberal, particularmente su flexibilidad, le permitieran alcanzar la estabilidad necesaria para adentrarse en el progreso social y económico. Sobre todo, tras los espasmos revolucionarios que acompañaron a la Primera Guerra Carlista, entre 1833 y 1840.
Los fines de la política
Para Balmes la política posee fines en sí misma, pero es más un medio para alcanzar otros fines superiores, como la paz, en sintonía con los ideales de su humanismo cristiano. Por eso Balmes orientó la acción política en la sociedad, en orden a la consecución de esos fines. La paz, civil y social, es uno de los principales objetivos de la gran política. Balmes consideró que, ambas, sólo serían posibles dentro de un régimen político flexible a los cambios, a la vez que armonizador de los intereses particulares, que deben subordinarse al interés general.
Armonía y paz que poseen perfiles religiosos, sí, pero formuladas desde presupuestos civiles. La armonía balmesiana reenvía a las nociones de concordia entre los ciudadanos, de acuerdo y conformidad de gobernados y gobernantes, de solidaridad social y de fraternidad cívica. Fue la idea de concordia la que inspiró su acción política más célebre, la reintegración de la unidad dinástica con el fin de impedir el retorno de la guerra civil. El lema con el que abordó ese y otros empeños políticos concretos, “acción, unión y Gobierno verdaderamente nacional, a votar y a perdonar; no queda otra salvación para España”, lo acredita sobradamente.
Balmes no fue un teórico liberal, ni lo pretendió. No lo fue en sus bases y presupuestos iniciales, de inspiración católica tradicional. Pero su radical objetividad, al reconocer la caída definitiva de los sistemas anteriores a la revolución, su consideración de la tolerancia como valor político primordial -“no es tolerante quien no tolera la intolerancia”- y su defensa de la libertad de prensa, le aproximaron, con el tiempo, a los planteamientos liberales. Su temprana muerte deja abiertas en esta materia muchos más interrogantes que en otros aspectos de su pensamiento.
Balmes y Donoso Cortés
Balmes y Donoso coincidieron una vez en sus vidas, con motivo del proyecto de casar a la Reina Isabel II con el pretendiente carlista, el conde de Montemolín, en 1846. Ambos fueron los responsables de llevarlo adelante. Balmes libró el debate en la prensa y ante la opinión pública, mientras Donoso Cortés se mantuvo en un plano más discreto. Pero siempre mantuvieron puntos de vista muy dispares.
Como se dijo, Menéndez Pelayo reconoció en 1910 lo erróneo de su primer juicio sobre Balmes. Y fijó también una primera comparación de Balmes con Donoso Cortés al indicar que
Balmes parece un pobre escritor comparado con el regio estilo de Donoso, pero ha envejecido mucho menos que él, aun en la parte política. Sus obras enseñan y persuaden, las de Donoso recrean y a veces deslumbran, (…), pero a él se debieron principalmente los rumbos peligrosos que siguió el tradicionalismo español durante mucho tiempo.
Marcelino Menéndez Pelayo.
Frente al poderío literario de Donoso para condenarlo, Balmes inició el estudio del liberalismo desde bases cristianas. Menéndez Pelayo, que pensó en su juventud que Balmes y Donoso representaban un mismo conservadurismo, terminó por apreciar su radical disparidad: ambos se movieron en una misma línea, pero en direcciones contrarias. Donoso Cortés se desplazó, desde el liberalismo exaltado, al conservadurismo más acendrado, y Balmes recorrió el camino inverso, desde la tradición católica, hacia posiciones liberales. En sus últimas obras, el Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo de Donoso y el Pío IX de Balmes, se aprecian las diferencias que los separaron, e incluso el punto de llegada de cada uno.
Un final adelantado
Balmes, en su Pío IX, elogió las reformas liberalizadoras Pío IX al inicio de su pontificado: la amnistía general, la libertad de prensa y la convocatoria de elecciones en los Estados Pontificios. Declaraba así su adhesión al pontífice y a las ideas apuntadas desde sus primeras obras políticas, reafirmando su pensamiento:
Conceder a la época lo justo y conveniente, negándole lo injusto y dañoso; mejorar la condición de los pueblos sin precipitarlos en la anarquía; y prevenir la revolución por medio de la reforma.
Para definir a continuación el proyecto político en el que finalmente había llegado a creer:
Cimentar un orden político y administrativo que se sostenga por sí propio, (…), y un espíritu público que nos prepare para atravesar sin trastorno las profundas vicisitudes que ha de sufrir Europa.
Un temprano final Balmes, con apenas 38 años, llegaba al final de su trayectoria intelectual y también al final de su vida. Siempre se manifestó respetuoso con el régimen político constitucional, así como con los principios en los que éste se fundamentaba. Con ello culminó en lo teórico, en concepto de auténtico pionero, un largo proceso de reflexión desde el catolicismo, para la plena aceptación de las realidades políticas posteriores a la época de las revoluciones de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Sólo era un pionero y su aceptación era personal pero teóricamente bien fundada y él fue el primero en hacerla. Su camino sería luego seguido por muchos y, finalmente, por casi todos.
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1 Comentario
Excelente y creo que innovador en lo que concierne al pensamiento político de Balmes