Es imposible entender las claves políticas, sociales y económicas de la Historia de España de los últimos doscientos años sin detenerse en Mendizábal, aunque sólo fuese por la desamortización general de 1836. Su huella en la historia fue más profunda y duradera de lo que se imagina y está inseparablemente unida al momento en que el proceso revolucionario, abierto en España desde 1808, se encontraba en una crítica situación, en la que Mendizábal fue decisivo. Justo en el periodo de 1834 a 1837, durante la Primera Guerra Carlista.
A la distancia de más de ciento ochenta años del momento culminante de su carrera, aproximarse a su figura significa afrontar el debate sobre el alcance y las alternativas de las revoluciones españolas del siglo XIX. Si preguntásemos hoy sobre Mendizábal, muy pocos sabrían dar razón del personaje, su tiempo y sus circunstancias. Y es que la obra del más célebre Primer Ministro de la España del siglo XIX y gran reformador de la vida española, ha quedado finalmente sepultada en el silencio de la desinformación y el desinterés.
El mausoleo en que descansan sus restos, de Federico Aparici, dedicado a él y a otros cinco destacados liberales españoles del siglo XIX, es su único recuerdo y la mejor prueba del olvido de su figura. Y la estatua de Mendizábal, obra de José Gragera, sufragada por una suscripción pública en 1855 y erigida en la también perdida Plaza del Progreso (actualmente de Tirso de Molina), en 1869, fue destruida en 1939. Ese mismo año también fue retirado su nombre del callejero de Madrid, si bien esto último se palió en 1980, al reponerlo a la calle del barrio de Argüelles que le dedicó el Ayuntamiento de Madrid a su muerte en 1853.
España y la revolución
Las transformaciones políticas y sociales de la modernidad iniciadas con el Renacimiento, tardarían tiempo en hacerse realidad. Sus primeras plasmaciones surgieron con las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX, pero la revolución no fue clara ni unívoca, pese a la aureola legendaria construida luego, alrededor de la voz “revolución”. La Revolución Española, comenzada en 1808, se orientó inicialmente hacia las tradiciones políticas más puramente nacionales y, entre 1808 y 1814 pareció seguir vías diferentes a las adoptadas por la Revolución Francesa de 1789. Andando el tiempo, el proceso revolucionario terminó adaptándose a pautas del revolucionarismo francés, sobre todo a partir del decenio 1834-1844.
La actuación de Fernando VII, la intervención exterior, de la que la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823) fue la más notable, o la sumisión de nuestras elites ilustradas a los patrones intelectuales franceses, aunque no constituyan por sí mismas explicaciones plenamente satisfactorias, ayudan a entender el proceso de adaptación sufrido en la mentalidad y en el obrar de los revolucionarios hispanos. Unos cambios en los que la figura de Mendizábal se yergue, solitaria, entre la tradición liberal demócrata genuinamente española, representada por las Cortes de Cádiz, y las vías del revolucionarismo francés.
Pero, ¿quién fue, este polémico gaditano que, desde su ínfimo origen plebeyo, logró alcanzar la fortuna como financiero, las más altas magistraturas de la nación como político, y el reconocimiento y la fama más generales?
Patriota y conspirador liberal
Hijo de unos modestísimos traperos gaditanos que poseían una pequeña tienda de lonas, tejidos e hilados, sus padres no le pudieron costear estudios, si bien le orientaron hacia el comercio. Hombre corpulento y de talla imponente, superaba el 1,90 m., de estatura, lo que le valió el sobrenombre de “Don Juan y Medio”, y dotado de potente voz, gran aplomo y excelente oratoria, que le daban una presencia impresionante, era capaz de imponerse en las más arduas y complejas situaciones. Mendizábal, gran lector, aprendió varios idiomas y, andando el tiempo, llegó a conocer con profundidad los asuntos financieros y la economía práctica.
Voluntario contra los franceses, en 1808, ganó su primera fama en la Guerra de la Independencia (1808-1814). Trabajó después en la intendencia militar, donde sirvió a la causa nacional en el asedio de Cádiz. Como tantos, saludó la proclamación de la Constitución de 1812, de la que siempre fue partidario. En el curso de la guerra contactó con elementos masónicos y, después de 1814, se integró en logias, como la gaditana de “El Taller Sublime”. Allí coincidió con Istúriz y Alcalá Galiano, quienes serían con el tiempo sus rivales.
Financiero de éxito en Londres
En 1819, fue destinado como comisario de abastecimientos militares de la fuerza expedicionaria concentrada en Cádiz, para someter la rebelión independentista americana, desde el que participó en la revolución de 1820. Tenía 30 años cuando secundó al coronel Riego que, el 1 de enero de 1820, proclamó el restablecimiento de la Constitución de Cádiz. Fue de los pocos que acompañó al coronel sublevado en los difíciles días de enero y febrero de 1820, en que parecía que la Revolución fracasaba. Pero tras los pronunciamientos de La Coruña, Barcelona, Zaragoza y Pamplona, en marzo, los amotinados triunfaron y Riego pudo entrar en Madrid en triunfo. Durante el Trienio Liberal, Mendizábal permaneció alejado de la política activa, abriéndose paso en Cádiz como negociante y financiero.
Condenado a muerte por Fernando VII, en 1823, escapó huyendo a Inglaterra. Una vez allí, se abrió camino en Londres, donde dispuso de un establecimiento financiero propio y de éxito. Todo ello, junto con sus conocimientos sobre el comercio exterior británico, le permitieron informarse de las circunstancias de la política internacional en la compleja época que media entre 1814 y 1834, cuando surgieron las naciones iberoamericanas, tras la emancipación del Brasil y la fragmentación de la América Hispana independizada.
El salto a la política
Mendizábal se sintió siempre inclinado a la política. Su pertenencia a la masonería le permitió conocer a los exiliados españoles en Londres y en París, a los que ayudó, y mucho. Y, así, fue ganando fama y renombre en esos círculos. Y la política le llevó a participar en la peninsular e iberoamericana con sus intervenciones en Brasil y Portugal, para afianzar el trono del liberal Emperador Pedro I, en Brasil, y el de su hija, la reina liberal María Gloria, en Portugal, entre 1832 y 1835. En junio de 1835, fue nombrado Ministro de Hacienda en España, a la que retornó en septiembre de ese mismo año.
Para entonces, los éxitos de Mendizábal en Portugal le habían convertido en referencia política del liberalismo. El joven voluntario nacional de 1808 y revolucionario de 1820, era a sus 45 años el hombre del que muchos españoles esperaban un milagro. Por eso fue nombrado Ministro de Hacienda por el Conde de Toreno: si Mendizábal había podido resolver a favor de los liberales las crisis sucesorias de Portugal, ¿por qué no llamarlo de vuelta a España, para que hiciese otro tanto?
Mendizábal no llegó a integrarse en el efímero gabinete del Conde de Toreno, sino que le planteó a él y a la Reina Regente, María Cristina, que la única solución a la crisis arrastrada desde 1833 era nombrarle a él Primer Ministro. Una propuesta atrevida para la que contó con el apoyo de los medios liberales y de la diplomacia inglesa. Ello determinó su nombramiento el 14 de septiembre de 1835.
Primer ministro
Llegó al poder en un momento difícil. Bullía la revolución, la autoridad del gobierno estaba desprestigiada y el carlismo extendía la guerra civil, sin que los gobiernos anteriores hubiesen logrado apenas nada. En el verano de 1835, el descontento degeneró en motines y revueltas y se formaron Juntas Revolucionarias provinciales. El crédito público estaba arruinado, la Hacienda Pública vacía, la producción agrícola en baja, el comercio destruido, el fantasma del hambre se veía llegar y el carlismo progresaba y amenazaba extenderse. Sin embargo, Mendizábal acogió su nombramiento casi como una recompensa a sus esfuerzos y sacrificios por la libertad, pese a la enorme dificultad de la tarea. Desde el primer momento tuvo claro su objetivo: la pacificación, base fundamental para la creación de riqueza.
Y se produjo el milagro. Mendizábal puso en práctica su programa de gobierno, las Juntas Revolucionarias se disolvieron y cesó el desorden. Para gobernar, contó con el mejor grupo de dirigentes de que dispusieron los liberales en todo el siglo, integrando a todas las tendencias. Olózaga fue su Gobernador Civil de Madrid (Jefe Político) y, como Secretario de la Presidencia del Gobierno, tuvo a Donoso Cortés. En el Ejército, sin cesar a nadie, combinó los mandos entre veteranos reconocidos y oficiales jóvenes distinguidos en campaña, y en Baldomero Espartero encontró al comandante capaz de ganar la guerra.
Mendizábal, reformador
La primera cuestión que atendió el nuevo gabinete, en otoño de 1835, fue la obtención del llamado voto de confianza, que permitió a Mendizábal gobernar con poderes excepcionales. El voto de confianza le fue otorgado con un amplísimo apoyo de la cámara. En los ocho meses que gobernó, puso en marcha reformas de calado, algunas de ellas aún perduran, y se acometieron importantes cambios políticos y económicos. Para hacer frente a la difícil tesitura militar a la que se enfrentaba, puso en marcha tres medidas:
– La Quinta de los 100.000 hombres que, aunque apenas alcanzó los 50.000, se haría famosa en toda Europa por el novedoso sistema introducido, adoptado luego por muchos países. Establecía que podía eludirse el servicio mediante el pago de 4.000 reales, o de un caballo apto para la campaña y 1.000 reales.
Reformas militares y administrativas
– La militarización de la Milicia Nacional, constitucionalizada en 1837, bajo mando político de los Ayuntamientos y profesional de militares de carrera. La componían voluntarios reclutados entre propietarios, empresarios, profesionales liberales y de oficios y comerciantes, que pagasen una determinada contribución. Formaba una fuerza mixta, policial y militar. En la guerra, prestaron apoyo a las tropas regulares, que así no distraían muchas fuerzas de guarnición. La Quinta no reclutó los 100.000 hombres previstos, pero la Milicia Nacional aportó un contingente de más de 200.000 voluntarios.
– La obtención de ayuda militar directa de Francia, Inglaterra y Portugal, países integrantes de la Cuádruple Alianza, que llegaron a desplegar en España un total de algo más de 10.000 hombres, a la vez, en los momentos de mayor intensidad de la guerra, en 1836 y 1837.
La principal reforma administrativa de Mendizábal fue la creación de las Diputaciones Provinciales, aún existentes. Javier de Burgos, Ministro de Martínez de la Rosa, creó en 1834 las provincias, como demarcaciones administrativas. Las Diputaciones permitieron integrar la revolución de las juntas provinciales y organizar la administración provincial, estableciendo la conexión administrativa entre el gobierno nacional y los gobiernos municipales.
La desamortización general
La desamortización de 1836 no fue la primera, ni tampoco la última. Campomanes ya la recomendó en 1765, pues, en torno al 70% de la propiedad inmobiliaria estaba en poder de las llamadas “manos muertas”. Además, tras la supresión de los Jesuitas en 1773, el Papado dio a los reyes de los países católicos la facultad de suprimir órdenes religiosas integradas por 12 o menos miembros, quedándose con sus bienes, a cambio de garantizar la subsistencia de los disueltos. Jovellanos retomó la idea en su famoso Informe sobre la Reforma Agraria, a finales del siglo XVIII, y el Ministerio Godoy inició medidas desamortizadoras en 1801. Durante la Guerra de la Independencia se aplicaron desamortizaciones, tanto por el gobierno de José Bonaparte, como por las Cortes de Cádiz, que e suspendieron en 1814. Y nuevamente se adoptaron medidas análogas entre 1820 y 1823, que fueron suspendidas -que no abolidas- en 1824.
La desamortización de Mendizábal comenzó con un Decreto, de octubre de 1835, que declaró disueltas la totalidad de las órdenes religiosas que tuviesen 12 o menos integrantes, aunque luego se amplió. Y, por Decretos de febrero y marzo de 1836, se estableció la nacionalización de sus bienes y su venta. La desamortización desplegó efectos económicos positivos. La enorme masa de “bienes nacionales” fue la base que permitió restaurar el crédito internacional de España, ordenar y sanear la Hacienda Pública, destruida desde 1808 y, sobre todo, permitió crear un mercado inmobiliario digno de tal de nombre.
Consecuencias de la desamortización
En su Historia Político-Administrativa de Mendizábal (1858), Alfonso García Tejero cifró en 10.340 millones de reales los ingresos económicos obtenidos con la desamortización, uniendo el efectivo reunido y la deuda amortizada, en años en que el presupuesto anual era algo superior a los 800 millones de reales.
Consecuencia de la desamortización fue la creación del mercado inmobiliario, el aumento de las roturaciones y de las superficies cultivadas, y de los excedentes agrícolas que pudieron dedicarse al mejor abastecimiento del mercado nacional y de mercados extranjeros. Y aumentó la recaudación tributaria, por el incremento de las bases imponibles. Esa acumulación de recursos permitió impulsar el desarrollo industrial en los decenios siguientes, como han destacado quienes, como Velarde Fuertes, han estudiado el proceso.
Se ha objetado que la desamortización provocó cuantiosas pérdidas materiales en el patrimonio histórico-artístico eclesiástico español, de lo que no cabe dudar. El debate sobre la misma, hoy en día muy amortiguado, fue muy intenso durante todo el siglo XIX y buena parte del XX.
El fin del gobierno de Mendizábal y sus últimos años
El cese de Mendizábal se urdió en Palacio, por la Reina Regente, con el embajador francés e Istúriz, el 15 de mayo de 1836. El nuevo gabinete, dirigido por Istúriz, fue muy cuestionado en el ejército y en las provincias, que no comprendían el fulminante cese de quien había enderezado la difícil situación del año anterior. La reacción liberal se intensificó y, el 12 de agosto, el motín de los sargentos de la Guardia Real en La Granja de San Ildefonso (Segovia), derribó al gabinete Istúriz, restableció la Constitución de 1812, e impuso un gobierno encabezado por Calatrava, en el que Mendizábal ocupó la cartera de Hacienda.
Mendizábal es un personaje atípico entre los jefes de gobierno españoles de la época moderna. De humildísimo origen, llegó a Primer Ministro sin ser noble, ni cortesano. No fue militar, ni político profesional, ni funcionario, y no se perpetuó en la actividad política. Fue un hombre del comercio y un activo financiero con inquietudes políticas, pero sin veleidades caciquiles, lo que hace de él un caso único entre los gobernantes hispanos de los últimos doscientos años.
Ha pasado a la historia como el líder de la revolución iniciada en 1808, que logró su triunfo definitivo. Pero, en realidad, más que el líder, fue el dominador de la oleada revolucionaria abierta en 1834 y salvó el trono de Isabel II. Hombre de orden e inclinado al concierto y al acuerdo, dirigió un país en guerra civil y protagonizó la quiebra de la unidad liberal. Abandonó el Ministerio de Hacienda, por última y definitiva vez, en 1843, y tuvo que exiliarse de nuevo. Retornado en 1847, vivió hasta su muerte rodeado de una amplísima consideración general. Murió en Madrid, en 1853, y su entierro constituyó un acto de duelo nacional.
Ver también
El ominoso expolio de la desamortización. (Daniel Ballesteros).
Breve aproximación al liberalismo en España. (Mateo Rosales).
Desamortización civil. (Cristóbal Matarán).
5 Comentarios
Veo muy interesantes (y muy complementario con la Escuela Austriaca) los artículos de Pedro López Arriba, y muy fecunda y digna de admirar su labor (por ejemplo, en el Centro Riojano; por ejemplo, como muestra esta entrevista alrededor de su libro «La idea de libertad en la historia de España» que le hace de Francisco J. Castañón: https://www.entreletras.eu/entrevistas/pedro-lopez-arriba-el-debate-de-la-libertad-es-el-gran-debate-de-nuestro-tiempo/ ).
Pero sobre este artículo (y sobre el propio Mendizábal) me voy a atrever a apuntar una crítica:
Creo que ya nada más el empleo de un término tan raro como «des-amortización» (?) debería ponernos en alerta.
Y es que detrás, probablemente, podría apostar, hay una manipulación («política»), y gorda. Porque una EXPROPIACIÓN es lo que es,
independientemente que se auto-titulen liberales (o como les de la gana) quienes la promovieron.
En eso creo que están más acertados los artículos que se enlazan de Daniel Ballesteros y Cristóbal Matarán (con quien me apunto a lo de promover una «desamortización civil», que en ese caso no estaría en contra de los principios liberales –como las de 1836 sobre propiedades de la Iglesia y sobre la «propiedad privada comunal» de las poblaciones– sino en consonancia con ellos –esto es, DEVOLVERLE a cada quien lo suyo: suum cuique tribuere–).
Dos artículos recientes sobre el significado de las palabras y su manipulación (bien sea la manipulación directamente coactiva, o bien indirectamente, promovida mediante subvenciones sufragadas desde impuestos o similares –«creación» fiat-monetaria por ejemplo–):
— Elizabeth K. Busch «Inviting Title IX Lawsuits»: https://lawliberty.org/inviting-title-ix-lawsuits/?mc_cid=503d4e9be4&mc_eid=ce387de2e9
— Joshua T. Katz «We Keep Us Grammatical» https://lawliberty.org/we-keep-us-grammatical/
Me planteo que quizás hay dos visiones o corrientes detrás de la palabra liberalismo…
La verdad es que me gustaría encontrar una discusión sobre estos puntos…
Un antecedente claro fue la supresión de los monasterios
por parte de Enrique VIII de Inglaterra en 1536. Pienso.
Si, es un precedente, pero demasiado remoto. La supresión de los monasterios no pasó en Inglaterra sólo, sino en todo el mundo protestante. Los monasterios fueron saqueados por los caballeros protestantes (revuelta de los caballeros, de 1523), por los campesinos anabaptistas (guerra campesina de Alemania, en 1524 y 1525) y por luteranos y calvinistas. El mejor de todos lo protagonizó el Conde Hohenzollern, Gran Maestre de los Caballeros Teutónicos (orden militar tipo Templarios), que se hizo luterano para quedarse con la orden y sus bienes, convirtiéndose en Gran Duque de Prusia y sentando las bases de la futura potencia de Prusia. Pero era otra cosa, se trataba de que las propiedades eclesiásticas pasaban a titularidad del príncipe protestante, cabeza de la iglesia nacional respectiva, pues en el protestantismo el príncipe es a la vez Papa, señor espiritual y temporal. Los protestantes fueron excomulgados, pero no solo por la apropiación de los bienes eclesiásticos, sino por herejes.
Otro gran precedentes fue la confiscación de los bienes eclesiásticos y nobiliarios por los revolucionarios franceses pero también fue otra cosa distinta. Fue sobre todo una medida contra la Iglesia Católica y sus autores fueron excomulgados también por el Papado.
Pero aquí nunca fueron así. Las desamortizaciones fueron aceptada por la Iglesia, desde las iniciadas por Carlos IV y Godoy en 1801. En España no hubo excomuniones por eso y las medidas desamortizadoras no afectaron a bienes episcopales o del clero secular, sino al clero regular (órdenes religiosas). No es que faltasen ribetes anticlericales, que sin duda, pero España siguió siendo oficialmente católica en el Estatuto de 1834 y en las Constituciones de 1837, 1845, 1869, etc., salvo en la de la IIª República, y en la actual de 1978, que se declaró aconfesional.
Son casos muy diferentes.
Agradezco el comentario porque la Desamortización es uno de los grandes debates del liberalismo hispano que, quizá, nunca ha sido bien desarrollado, más allá de apologías o condenas. Tuvo efectos muy distintos en Andalucía, Castilla la Nueva y Extremadura, que en el resto de España, donde los compradores fueron campesinos que pasaron a propietarios..
No apunté en el texto, por no hacerlo más largo, que la desamortización de 1836 dio lugar a la creación de la «Asignación al Clero», anual, en los presupuestos generales del estado, constitucionalizada en la Constitución de 1837 (la defensa de esto, como de todo lo relativo a la religión, corrió entonces a cargo de Salustiano Olózaga), se mantuvo en la de 1845 y siguientes, salvo en la de la IIª República, y de la que actualmente queda como vestigio la «X» para la Iglesia en la declaración anual de la renta. Lo que da para preguntarse sobre cuantas veces se habrá pagado la Desamortización en los últimos 188 años. Los jesuitas disueltos en 1773, y despojados de todos sus muebles, no recibieron nada.
También las desamortizaciones y sus efectos fueron objeto de tratamiento detallado en el Concordato de 1851, en el que quedó zanjada la cuestión tanto para la Iglesia, como para el Estado.
Es un asunto complejo. Por ejemplo, la Desamortización de 1836 determinó la creación de la Dirección General de Propiedades en el Ministerio de Hacienda que, andando el tiempo, se convertiría en la actual Dirección General del Patrimonio del Estado, también situada en el MInisterio de Hacienda.
Un asunto sin duda polémico.
Muy interesantes y aclaratorias sus puntualizaciones, también.
Gracias.