Uno de los aspectos menos conocido del pensamiento del Padre Juan de Mariana es su idea de cómo debe organizarse y financiarse la defensa de la sociedad -y la guerra en general- estrechamente ligada a al estricto respeto de la propiedad privada. Esta posición surge de su comprensión del origen de la sociedad, los incentivos que se dan en las relaciones sociales según sean éstas libres o no, y sus sólidos principios éticos.
Para Mariana, los individuos habrían creado la sociedad debido a la escasez de los recursos y a la inseguridad provocada por los continuos ataques de fieras y de algunas personas contra la vida y propiedad de las otras personas. Ese fue el motivo del surgimiento de las primeras sociedades urbanas y de la potestad real. Dada su concepción del origen de la sociedad, Mariana cree que no por haber adquirido el rey la potestad real pierden los individuos el derecho a defenderse. Todo lo contrario. El derecho a la defensa sigue recayendo en el individuo y es por lo tanto un derecho a la defensa privada. Para él, el rey que tratase de impedir que su pueblo se defienda por sí mismo o esté provisto de armas no es rey, sino tirano. El rey, dice Mariana, “no desarma a los ciudadanos, ni les confisca los caballos, ni consiente que se debiliten en el ocio y la molicie, como hacen los tiranos”. Por el contrario, el tirano “teme necesariamente a los que le temen, a los que trata como esclavos, y para evitar que éstos preparen su muerte, suprime todas sus posibles garantías y defensas, les priva de las armas, no les permite ejercer las artes liberales dignas de los hombres libres para que no robustezcan su cuerpo con ejercicios militares y desmoronar la confianza en sí mismos."
Por otro lado, Mariana cree que el rey, como principal garante de la seguridad y defensa de la sociedad, no debe esperar a que una guerra haya comenzado para prepararla. Antes bien,“debe aprovisionar, mientras esté tranquilo el reino, de armas y municiones y caballos. Y cuando goce de paz, no dejará de pensar en la guerra si quiere vivir seguro.” Sin embargo llama poderosamente la atención que para el jesuita las ventajas de este aprovisionamiento por adelantado no sólo redunda en la mayor discrecionalidad del rey a la hora de comenzar una guerra, sino que además sirve para evitar la costumbre de ordenar nuevos impuestos, siempre perjudiciales e ilegítimos si no cuentan con el consentimiento de los súbditos. Pero si los impuestos son perjudiciales -e incluso inmorales según Mariana-, ¿de dónde debe el rey obtener los recursos que constituyan ese fondo de recursos materiales y humanos para la guerra? Mariana sugiere que el rey debe sufragarlo a partir de sus rentas privadas ordinarias y de las aportaciones voluntarias de los ciudadanos. Llega a decirle al príncipe que la gente le dará recursos de forma voluntaria si el monarca les demuestra ser un buen rey, y usar los recursos para guerras necesarias y razonables. Así pues, el jesuita trató de resolver el problema de cómo organizar la defensa de una manera eficiente y, al mismo tiempo, radicalmente respetuosa con la propiedad privada. Merece la pena reproducir lo que decía el propio Juan de Mariana:
"Un buen rey no necesitará imponer a los pueblos grandes y extraordinarios tributos para atender a contratiempos o guerras inesperadas, sino que obtiene los recursos necesarios con el consentimiento de los propios ciudadanos sin necesidad de fraudes ni amenazas (y ¿qué consentimiento habría si así lo hiciera?). Si es necesario, el rey explicará a su pueblo los peligros que amenazan, los apuros del erario o las circunstancias de la guerra. Un príncipe no debe creerse nunca dueño del Estado ni de sus súbditos por más que los aduladores se lo susurren al oído, sino un gobernante al que los ciudadanos han asignado unos recursos, cuya cuantía no debe nunca aumentar sino por el consentimiento de los mismos pueblos. Y sin embargo así acumulará tesoros y enriquecerá el erario público sin un solo gemido de los súbditos"
El jesuita lleva tan lejos este principio que declara que, ni siquiera para financiar una guerra, puede el rey adulterar la moneda sin el consentimiento de sus vasallos. A fin de cuentas, la inflación –Mariana no usa este término pero describe el concepto- no es más que una forma sutil de quitarle al pueblo lo que es suyo. Y para Juan de Mariana ni el robo ni ninguna otra forma de quebranto del derecho a la propiedad privada pueden ser guías para la financiación de un servicio. Ni siquiera si ese servicio tiene la importancia que tiene la defensa del reino.
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