Las agencias de rating reciben en estos días todo tipo de críticas. La publicación de rebajas en la evaluación de la deuda portuguesa justo antes de la oferta de deuda portuguesa y española en los mercados ha sentado fatal. De nuevo.
Casi está en la calle la pregunta airada "¿pero esta gente quiénes son?". Es generalizado el malestar en Europa.
Pero estas agencias llevan muchos años funcionando: Moody’s, por ejemplo, funciona desde el año 1909 y está presente en España desde principios de los 90. Y se nos olvida lo encantados que estábamos cuando hace diez años las calificaciones de estas agencias favorecían la efervescencia de los mercados.
Tras la crisis financiera, muchos nos quedamos perplejos por la ceguera de quienes, supuestamente, eran los vigilantes, quienes tenían que haber denunciado la toxicidad de las inversiones que desencadenaron el caos. Y fue entonces cuando también muchos nos preguntamos si había intereses creados.
Pero en general, nadie señaló con el dedo a las agencias de rating, sino que todos los dedos acusadores apuntaron a los mercados, la codicia, y casi al "lobo feroz". En realidad, quienes tenían interés en mantener el furor financiero eran los propios gobiernos, que también participaban en ellos, y quienes, además, aprovechaban el oleaje para alardear de crecimiento y aumento de la actividad económica, poniéndose una medallita en la pechera.
Ahora, cuando una palabra a destiempo puede desencadenar una escalada de los diferenciales de deuda entre las deudas de los países más quebradizos y el bono alemán a 10 años, todos miran a Moody’s, a Fitch o a S&P y reclaman que se rompa el oligopolio de las agencias de evaluación. Ahora, cuando el daño está hecho. Ahora, después de haber sacado partido de ese oligopolio hace diez años.
No seré yo quien defienda ningún oligopolio. Pero sí quiero llamar la atención sobre un hecho. Una lectura de las páginas web de agencias como Moody’s nos da un punto de vista diferente:
·Las obligaciones con la misma calificación no tienen por qué tener la misma calidad crediticia. Hay otras muchas variables que determinan la calidad del crédito.
·Como las evaluaciones estás diseñadas con el único propósito de clasificar en un ranking de acuerdo con la calidad del crédito, no deben utilizarse como única base para operaciones de inversión. Por ejemplo, no tienen valor alguno en la predicción de la dirección de tendencias futuras de los precios de mercado.
·Las evaluaciones no se construyen como recomendación sobre el atractivo de las inversiones. Las inversiones son más o menos atractivas dependiendo de un ramillete de variables que exceden la misión de las evaluaciones.
·En cuanto que las evaluaciones implican juicios acerca del futuro y dado que son utilizadas por los inversores para protegerse, se hace hincapié en contemplar el peor de los escenarios posibles en el futuro "visible".
No parece, por tanto, que estén engañando a nadie. Las mismas agencias no pretenden ser más que un termómetro que señale el peligro para que los inversores puedan cubrirse y son conscientes de sus limitaciones. ¿Entonces?
Los mismos que años atrás anunciaban en titulares la bondad de las acciones gubernamentales basándose exclusivamente en una triple A, ahora recriminan a las agencias. Cuando, en realidad, fueron ellos quienes inflaron la percepción del público respecto a los rankings de las agencias de rating.
¿Cuál es el objetivo final de este desprestigio tan hipócrita de los evaluadores?
Ser juez y parte: la creación de una agencia de rating europea para evitar que la deuda soberana de los países menos sólidos obtenga una mala calificación es falsear la realidad para que los mercados compren deuda como sea.
Es un escándalo avalado por todos los que se han tragado el anzuelo lanzado por los gobiernos afectados: no solamente los de los países al borde de la quiebra, sino también los gobiernos que tienen en su haber deuda de estos países "enfermos".
Es tan escandaloso como pedirle a los alumnos que se califiquen a sí mismos o a los delincuentes que se impongan su propia pena.
Muy a tono con el signo de los tiempos que corren.
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