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La autocrítica del FMI

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En la última comparecencia con el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, dedicó una buena parte de la rueda de prensa a destacar un informe del Fondo Monetario Internacional en el que el organismo hace autocrítica por no haber sabido identificar la naturaleza y la magnitud de la crisis económica. Zapatero resaltaba que mil doscientos economistas, entre los mejores del mundo, no fueron suficientes para adelantar al mundo lo que se venía encima. ¿Cómo criticarle a él, todavía pendiente de las dos clases que le iba a dar Jordi Sevilla, por haber fallado miserablemente, como el organismo?

Más allá de las estrategias políticas, lo cierto es que el informe tiene importancia. Estudia el Desempeño del FMI en el período previo a la crisis financiera y económica y recoge numerosas muestras de cómo falló de forma sistemática. Se dice que un economista es una persona dedicada a predecir el pasado, o a explicar mañana por qué no ocurre hoy lo que dijo ayer. Quien lo dijese puede que pensara en el Fondo Monetario Internacional. Todas las explicaciones sobre su propios fallos son razonables. Los distintos departamentos no comparten informaciones y análisis y ello dificultó «vincular los fenómenos macroeconómicos con los financieros». Sus informes son autoreferenciados, y «rara vez se hizo referencia al trabajo de analistas externos que señalaban el aumento de los riesgos en los mercados financieros». Los economistas veían «fuertes desincentivos para ‘decirles la verdad a los poderosos’, especialmente en los grandes países». Cedieron a las presiones políticas de algunos gobiernos y cayeron en la autocensura.

Pero de los cuatro capítulos en que divide las razones que expone para su fracaso, el más importante es el primero: «Deficiencias analíticas». Y señala sobre todo dos. La primera es haber caído en el «pensamiento de grupo«, que consiste en ajustar el discurso a lo que se cree que es el consenso en el ámbito en que se mueve. Ello hace caer en falta de espíritu crítico. Y la segunda la constituyen, propiamente, las «limitaciones en los enfoques analíticos». Es decir, recurrir a ideas económicas erróneas.

Expresado de forma breve, el FMI reconoce que erró al creer que los sistemas financieros actuaban de forma eficiente y eran capaces de «redistribuir los riesgos entre los más preparados para asumirlos». Esta crítica, que es ya un lugar común, lleva a muchos, acaso también al FMI, a considerar que aquí se produce un fallo del mercado y que, en consecuencia, hay que subsanarlo con más, o al menos mejor, regulación. Sin duda, este reconocimiento es insuficiente. La crisis no se ha producido por una mala distribución de los riesgos, sino porque la producción se ha desviado, de forma masiva, hacia sectores productivos que no eran sostenibles. La crisis es, precisamente, el mecanismo del mercado que hace aflorar toda la gigantesca descoordinación entre producción y preferencias de las personas en cuanto a consumo y ahorro.

Lo cual nos lleva a una segunda autocrítica, la asunción de que no reconoció las relaciones entre el mundo financiero y el desempeño macroeconómico, así llamado. Porque el sistema financiero es el gozne entre las decisiones sobre liquidez y ahorro y el sistema productivo. Si hubiera una correspondencia entre las decisiones de los ahorradores y los préstamos concedidos por la banca, es decir, si quedasen ajustados los plazos de ahorro con los de inversión y préstamo, no se produciría este desorden generalizado y sistemático entre ambos, aunque aún cabrían graves descoordinaciones, por el papel de los bancos centrales, que son el eje de ese gozne. Esta idea, por cierto, fue recogida en un informe del propio Fondo Monetario Internacional. Luego sí, necesitamos una mejor regulación.

Hay toda una escuela, o al menos un conjunto de saberes e ideas económicos, que va más allá de los austríacos y que no sólo sirve para entender lo que ha ocurrido, sino que ha servido para prever la crisis, explicándose por el modo en que el sistema financiero, gravemente intervenido por los Estados, ha diseminado su semilla. Si es cierto que el FMI no ha mirado fuera para ganar en entendimiento sobre lo que estaba pasando, más lo es que ha arrinconado a esta tradición de pensamiento, con la que hubiese salido ganando de haberle prestado atención.

Ahora llega el momento de la reforma, para evitar al menos algunos de los motivos que han llevado al organismo a engañarse y engañar al mundo sobre la marcha de la economía global. Pero no podrá esquivarlos todos. Es un organismo público y está sometido a las servidumbres características de la gestión burocrática. Por eso lo mejor que puede hacer es cerrar.

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