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La casilla de la iglesia y la falacia de «Hacienda somos todos»

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Con la llegada de eso que los políticos llaman la "campaña de la renta" (esa etapa en la que el Estado nos recuerda que en poco tiempo tenemos que presentar nuestra declaración del IRPF para que le digamos al Estado si el año anterior le entregamos menos de lo que los políticos decidieron que les teníamos que dar o, por el contrario, nos van a devolver una parte de lo que sustrajeron de nuestros ingresos), vuelve otro clásico.

En los periódicos de izquierdas menudean columnas en las que distintos articulistas protestan contra la conocida como "casilla de la iglesia". Quienes se oponen a la misma no suelen mostrar rechazo a su existencia como tal. Lo que les molesta, o eso dicen, es que la cantidad que se destina a la iglesia católica si se marca, un 0,7% del total que pagamos del impuesto sobre la renta, se deja de destinar a otras cuestiones en vez de aumentar el monto total de lo que debemos entregar al Estado. Curiosamente, suelen "olvidar" que si se selecciona la alternativa existente, "otros fines sociales", ese 0,7% va a parar a toda una serie de ONG sin que tampoco se incremente la cantidad que terminamos entregando a la maquinaria recaudatoria oficial.

El argumento que suelen esgrimir es que, al no aumentarse lo que se paga, quien marca la "casilla de la iglesia" lo que está haciendo es decir a Hacienda que le entregue parte del "dinero de todos" a las autoridades católicas. El problema es que se trata de una gran falsedad, que no es otra que la falacia de que "Hacienda somos todos", según el eslogan propagandístico estatal de hace años que tanto éxito tuvo.

Lo que entregamos al pagar el Impuesto de la Renta sobre las Personas Físicas (IRPF) no es "dinero de todos", por mucho que alguien se crea eso de que las propiedades (monetarias y de otro tipo) del Estado son del conjunto de los ciudadanos. Es un dinero que es nuestro y que nos vemos obligados a entregar a los poderes públicos con independencia de que queramos o no. La otra opción es aceptar que todo lo que ganamos con nuestro esfuerzo es del Estado y que este nos permite generosamente quedarnos con algo. Y, por supuesto, esto es radicalmente absurdo.

Al permitirnos decidir entre dos posibilidades de uso de una ínfima parte de esa cantidad total, se nos tolera cierta capacidad de elección sobre dicha fracción del dinero que entregamos. De hecho, dicha capacidad es muy limitada, pues tan sólo se nos ofrecen dos opciones (con el agravante de que una de ellas, "otros fines sociales", es muy difusa).

Esta mínima capacidad de elección no es ninguna maravilla, pero es la máxima libertad que se nos otorga al hacer la declaración de la renta. Por lo tanto, bienvenida sea. Aunque, para ser sinceros, lo mejor es que no nos quitaran ese 0,7% y nos dejaran decidir si se lo queremos entregar a la Iglesia católica, a cualquier otra confesión, a una ONG concreta o a nadie. Pero hasta ahí no van a llegar.

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