Una de las bases de la democracia consiste en el necesario sistema de contrapesos al poder del gobierno que asegure que cualquier tirano no puede llegar al gobierno y explotar a la población. Tan importante y necesario es, que su fallo lleva a los países democráticos a situaciones como la de Venezuela.
Son varias las instituciones que componen ese sistema de protección de las personas en las democracias entre las cuales destaca la existencia de una Constitución y un Tribunal Constitucional que refuerce su cumplimiento. Como ya avanzaran Buchanan y Brennan en La Razón de las Normas. Economía Política Constitucional (1985), la Constitución fija la frontera del poder estatal frente al individuo y define los límites de la autoridad política.
El análisis que proponen estos autores desde la Escuela de la Elección Pública requiere contemplar a los gestores políticos, a los gobernantes y a todos aquellos que trabajan en el sector público, como individuos movidos por las mismas necesidades que todos los demás. Y así, la búsqueda del propio interés se convierte en la clave para explicar el comportamiento de los políticos y servidores públicos y, además, para desbrozar los aspectos más relevantes del diseño y evolución de las Constituciones nacionales. De la misma forma que la búsqueda del propio interés para una persona generosa incluye el bien ajeno, y para una egoísta no, así también el interés propio de un político puede ser honroso o deshonroso. Todo es una cuestión de incentivos y expectativas.
Así las cosas, podemos preguntarnos por la Constitución Española, la pretendida reforma constitucional que sobrevuela nuestras cabezas, y las razones que empujan a los reformistas. Un somero vistazo al panorama político actual de nuestro país nos dibuja una realidad bastante triste. No voy a realizar un análisis exhaustivo de nuestra Carta Magna porque no soy quien y no es mi intención. Pero sí creo que es necesario poner encima de la mesa que lo que movía a los padres de la Constitución no era otra cosa más que la armonía y estabilidad de los diferentes grupos de presión que efervescían con el despuntar de la democracia, una vez muerto el dictador: sindicatos, prensa, partidos políticos, nacionalistas, la Iglesia… unos porque querían entrar en la arena política y otros porque temían ver recortado su peso, necesitaban de unas reglas de juego que compensara las tensiones. En ese sentido se entornaron, más que cerraron puertas, y se dejaron de lado cuestiones espinosas que en aquel momento eran inabordables.
Pero hete aquí que han pasado las décadas y se oyen voces cada vez más numerosas y más potentes reclamando una reforma constitucional. ¿Qué debemos tener en mente los ciudadanos?
En primer lugar, es necesario desoír los cantos de sirena de quienes pretenden que dichos cambios son por nuestro bien. Deberíamos haber aprendido que detrás de esas frases tan bienintencionadas hay un político que solamente busca su propio interés, igual que todos los demás. Si su propio interés es el bien de la comunidad o la victoria electoral es la clave.
¿Qué nos dice la realidad? Para averiguarlo podemos reflexionar acerca de la conducta de los mismos que reclaman esa reforma constitucional en la última década o en el último lustro. ¿Cuántos de nuestros gestores políticos han asumido la responsabilidad de sus decisiones políticas y económicas? ¿Cuántos de ellos han dimitido cuando su opción ha demostrado ser la peor? ¿Cuántos de ellos han puesto su inocencia por delante de su escaño? ¿Cuántos partidos políticos han mostrado tanta severidad con los casos de corrupción propios como la que muestran con los ajenos?
Las respuestas son muy claras y nos llevan a la conclusión de que, incluso si es necesaria una reforma constitucional, quienes pretenden liderarla no van a tener en su punto de mira a la sociedad sino sus propios intereses partidistas. Desolador. Este pesimismo se reafirma aún más si extendemos el análisis al Tribunal Constitucional.
¿Cómo se sale del embrollo? Para lograrlo, los ciudadanos deberíamos luchar para cambiar el perverso sistema de incentivos y recompensas políticas que sostienen el sistema político y que pagamos con nuestro trabajo. Sería un proceso lento porque la resistencia al cambio sería enorme, la prensa y medios afines al régimen tratarían de manipular la opinión pública y la sociedad civil debería querer ser líder de su propio destino. Y creo que nuestra sociedad civil está demasiado verde para eso. Preferimos la jaula y los grilletes. Una pena.
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