Los españoles asistimos atónitos al espectáculo que nuestros políticos están dando, también ya en el ámbito internacional. Esta vez, en la pista central está el Partido Popular.
Transparencia y credibilidad
Y es en estos momentos en los que los políticos que no están bajo el foco piden transparencia. En realidad, los que protagonizan la noticia también la nombran, la reclaman, la ofrecen, la utilizan para guarecerse del inesperado chaparrón.
Pero la transparencia en política es como la gasa en el vestir: deja ver pero oculta lo que no se quiere mostrar. Si usted tiene ya una edad y quiere seguir luciendo palmito, la gasa es su aliada, los lunares, las arrugas, la flacidez, todo, queda tamizado por la ilusión transparente de la gasa.
Pero así es como nos han educado nuestros políticos. Desde los orígenes de la democracia. O antes. Probablemente las arbitrariedades y cacicadas propias de toda dictadura calaron en la sociedad más de lo que imaginamos. El uso privado de coches oficiales, las gestiones políticas desde el teléfono de la universidad, o la compra de ropa interior con dinero público por la entonces directora de Radio Televisión Española forman parte del anecdotario político español y, en muchos casos, de la vida cotidiana de un puñado de personas, oculta al común de los mortales.
Lo sorprendente es que los mismos cuyo dinero está siendo mal utilizado son los primeros en excusar ese comportamiento. No fue tanto dinero, en realidad. Comparado con lo que hizo Fulanito lo de esta chica se queda en nada. Son las pequeñas prebendas que tiene el poder. Su labor al frente de la institución fue muy buena, al fin y al cabo. Ese tipo de argumentos que están en los bares, en las tertulias, en la mentalidad española, son la gasa de nuestro traje político.
Y ahora, cuando nuestros bolsillos están maltrechos, cuando la cosa está fea de verdad, cuando la estructura de partidos está cuestionada, pedimos transparencia, exigimos que los políticos recuperen la credibilidad perdida, la que nunca nos hemos preocupado de reclamar seriamente como votantes.
La responsabilidad política del votante
No puedo evitar sonreír. Con tristeza, eso sí. Cuando hace nada los que decidimos abstenernos de ejercer nuestro derecho a voto y tanta gente bienintencionada nos acusaban de incumplir nuestro sagrado deber ciudadano, uno de los argumentos, aunque no el único, era éste. Yo no puedo votar a alguien cuya honestidad está cuestionada. Y está cuestionada la honradez de diferentes políticos de muchos partidos. En cada lista cerrada hay, indefectiblemente, un par de manzanas podridas. Como poco. Pues bien, entonces nada importaba, había que tener una visión amplia de la política, mirar la labor conjunta, el modelo que defendían, los avances, los cambios propuestos, el mal menor. El famoso mal menor que nos gobierna desde el principio.
Esta falta de exigencia para con nuestros políticos nos está pasando factura ahora y nos llevamos las manos a la cabeza. En mi opinión, es lo mínimo que nos merecemos. No hay más que preguntarse en qué quedaron los casos de corrupción de la historia de nuestra democracia. Cuántos políticos o cargos públicos devolvieron el dinero y, además, asumieron responsabilidades penales. Cuántos de ellos fueron castigados en sus propios partidos. Y no hablo de ser retirados de la primera línea pero ser compensados con un carguito aquí o allá. Hablo de repudio de verdad. Y, sin embargo, los españoles siguieron votando a esos mismos partidos sin exigir, como punto de partida, que todo estuviera verdaderamente claro. Los cargos públicos honestos, que los hay, se limitaron a dimitir por coherencia personal, probablemente frustrados y desilusionados. Nadie montó una campaña dentro de cada partido para deshacerse del fardo de abusones.
Cuando, con cierta ingenuidad, he preguntado a quienes han estado en contacto con la política y saben de lo que hablan, respecto a los sobres destinados a un periódico o a otro, la respuesta ha sido: “La prensa cobra desde siempre”. Es lo que me faltaba para terminar de avergonzarme del sistema político y de los medios españoles. No tengo la esperanza de que nadie del gremio dé un paso al frente. Pero ahí queda.
¿Por qué los políticos son corruptos?
Esta es la pregunta que respondía Jorge Valín en un artículo del 2011 publicado en la página del Instituto Juan de Mariana. La respuesta era inmediata. Porque pueden. Y así es. Comparando la tarea del empresario con la del político, Jorge Valín explica que el político no tiene que gustar a un mercado, basta con que tenga el favor corporativista de sus pares y de los lobbies. A eso hay que añadir la delgada línea que supone para un político la legalidad y la inexistente rendición de cuentas, más allá de la parodia pública interpretada por todos los actores para calmar los ánimos del pueblo.
Si a eso le añadimos la complicidad de las empresas (bancos incluidos) favorecidas por concesiones, subvenciones y beneficios que no vemos, llegamos a la definición del sistema en el que vivimos: el llamado crony capitalism. Es un término curiosamente ignorado en España, donde precisamente más campa por sus respetos esta perversión política de nuestros días.
En el caso de la feria de los sobres y las cuentas B del Partido Popular, aún hay personas inteligentes como Benito Arruñada que se preguntan, por ejemplo, si, ya que se puede determinar científicamente la fecha de las facturas de Bárcenas, no se debería haber determinado antes de ser publicadas. Esas cosas huelen fatal. Falta higiene en los partidos y en la prensa. Y ya se sabe que cuando falta la higiene aparece la podredumbre. Como dice Benito: “los países que logran un alto nivel de confianza no la basan en la bondad del individuo sino en que el incumplimiento se castiga”. Y así nos va.
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