Los economistas austriacos, entre otros, enfatizan el carácter dinámico de los procesos económicos y la constancia del cambio en la información, conocimiento y circunstancias del mercado. La única constante en la realidad es el cambio, se dice.
Los acontecimientos más recientes relacionados con la crisis financiera y económica pueden analizarse con la idea del cambio o disrupción en la cabeza. Así, la actual coyuntura podría ser vista como un periodo de cambios sustanciales y rápidos (ruptura), algunos inesperados, y otros que pueden afectar de forma permanente en el largo plazo.
Se podrían distinguir tres niveles de cambio. En primer lugar, el cambio inesperado o disrupción (shock) que ha supuesto la gravedad e intensidad, o incluso la simple llegada, de la Gran Recesión. No importan tanto las “condiciones objetivas” que hacían de esto un suceso inevitable, tal y como advertían algunos economistas, sino cómo las percepciones y expectativas subjetivas de los agentes (familias, inversores, empresarios, policy-makers) se han visto sacudidas por la realidad. Por otro lado, también a buena parte de los expertos y analistas la crisis les cogió totalmente desprevenidos. Ahí tenemos el nefasto registro predictivo de la Reserva Federal norteamericana o del Fondo Monetario Internacional.
En segundo lugar, tal y como explica la teoría austriaca del ciclo económico, el periodo de crisis es la fase en la que deben liquidarse y depurarse los errores masivos en los que se ha incurrido en la fase de expansión, en forma de malas inversiones, exceso de endeudamiento, etc. Los reajustes masivos dan lugar a un proceso de “destrucción creativa”, donde la función empresarial debe tomar el papel protagonista para descubrir la información relevante y actuar en consecuencia en un contexto incierto. Los procesos microeconómicos que se llevan a cabo en este periodo pueden ser la manifestación más clara y evidente de la naturaleza dinámica, y en algunos casos disruptiva, del mercado. Los errores de inversión deben ser descubiertos y corregidos. Los recursos deben moverse lo más rápidamente posible de los usos anteriores a nuevos usos que se consideren más prometedores, según las preferencias de los consumidores. El concepto hayekiano de competencia como proceso dinámico de descubrimiento toma gran relevancia. Pero el éxito de estos procesos de ajuste depende crucialmente del marco institucional y las políticas gubernamentales.
Así, en tercer lugar, tenemos los sustanciales cambios en el terreno de las políticas y el marco regulatorio e institucional. En parte como un intento para evitar los dolorosos reajustes que se requieren, especialmente en términos de costes políticos, el gobierno y las autoridades monetarias se auto-convierten en salvadores de la economía de mercado y el sistema financiero. Pero es probable que en cierta manera, más que ayudar y solucionar los problemas, estas medidas obstaculicen el proceso de reajuste y distorsionen el medio en que debe desarrollarse la función empresarial: generando incertidumbre adicional (Robert Higgs), retrasando el ajuste de precios y de la estructura productiva (mercado inmobiliario en España), y distorsionando el sistema de precios, beneficios y pérdidas.
Por último, estos cambios, en concreto, las medidas gubernamentales sin precedentes en varios ámbitos, pueden generar efectos permanentes de largo plazo sobre la estructura institucional de las economías de mercado y su balance entre Estado y Mercado. Quizá más importante sean las reformas que se planean como reacción a la crisis, especialmente en el sistema financiero. También pueden vislumbrarse cambios de calado en el terreno ideológico y académico. No obstante, nos falta una suficiente perspectiva histórica sobre los acontecimientos recientes como para asegurar el signo de los cambios en esta materia.
Si bien los primeros compases de la crisis dieron lugar a una intensa oleada de intervencionismo global de los gobiernos –lo que encaja perfectamente con la teoría del crecimiento del poder del estado en la sociedad de Robert Higgs- y un desafortunado descrédito de los mercados libres, en la actualidad se está cuestionando la efectividad de esas primeras medidas (rescate indiscriminado de bancos, estímulos fiscales a base de deuda pública…). Además, se está actuando –de forma forzada- para poner las cuentas públicas en orden y reducir el peso del sector público.
Lo que parecía una deriva intervencionista de gran magnitud tras la crisis, se ha visto matizada por el poco margen de endeudamiento público, el fracaso de las políticas de estímulos públicos, y el riesgo de quiebras soberanas que pende como una espada de Damocles sobre algunos estados.
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