En los sistemas imperiales, donde coexisten sistemas religiosos o legales diferentes, no hay ningún problema, pero en los Estados nacionales supone una crisis.
Durante la pasada Nochevieja se perpetró en Colonia, en otras ciudades alemanas y, como luego se ha sabido, en otros países europeos, una serie de ataques de carácter violento contra mujeres, realizados por hombres de origen musulmán, entre ellos refugiados de las guerras de Siria e Irak, que incluyeron el robo, agresiones y delitos de carácter sexual, algunos de los cuales terminaron en violación. Estos actos repugnantes han tenido respuestas, en algún caso, asombrosas.
En primer lugar, al menos en la prensa española, se ha tardado varios días el poder ver en los titulares el origen de los agresores, quiero entender que para evitar que cierta islamofobia se siga propagando después de los ataques terroristas del Daesh en territorio francés; y quiero no entender que al centrar la acusación en la figura del hombre, eliminando su origen, se incida en ciertas ideas de algunos movimientos feministas que atribuyen al género masculino un carácter violento por su genética y no tanto por su educación o tradición.
Sin embargo, lo que más me ha asombrado es la reacción de la alcaldesa de Colonia, Henriette Reker, que, tras reprobar los actos, se apresuró a dudar de que los refugiados fueran los delincuentes y dio una serie de “consejos” a las mujeres ante la inminente fiesta del Carnaval. En concreto, aseguró que “siempre es una posibilidad mantener una cierta distancia, de más de un brazo. Y no acercarse mucho a personas extrañas o con quienes no se tiene una buena relación de confianza”. Además, recomendó mantenerse en grupo y no irse “con uno o con otro”, dejándose llevar por la euforia de la fiesta. El ministro de Justicia, Heiko Maas, recordó a la regidora que “las mujeres no son responsables, sino los autores”. Esta reacción muestra que la ideología de algunos políticos va más allá de la humana empatía por la víctima, además de su incapacidad para reconocer errores; en definitiva, muestra su soberbia.
Tras irse confirmando la autoría de refugiados y personas de religión -o al menos de tradición- musulmana, estos incidentes pueden englobarse en el contexto de la crisis de refugiados que experimenta Alemania en particular y Europa en general. Y son precisamente las consecuencias de esta crisis las que me llevan a pensar que estamos ante otra de mayor categoría que afecta a la misma esencia del Estado nacional.
Los actuales Estados nacionales, herederos de los sistemas políticos surgidos después de las guerras napoleónicas, se sustentan sobre la base de un territorio nacional, un sistema legal único para todos los ciudadanos (o al menos para la gran mayoría de ciudadanos, si es que las élites se pueden permitir otro más benigno) y una cultura unificadora en torno a una serie de ideales nacionales que permiten una sociedad homogénea, intentando evitar así conflictos ligados a la diferencia. Actualmente, existe un elemento más, el Estado de bienestar, que iguala aún más a los ciudadanos ante las instituciones estatales y les dota de una serie de servicios que en otras circunstancias daría el libre mercado, que convierte en derechos y que universaliza, en algunos casos sin importar sus costes y su viabilidad, derivando en populismo. Cualquier persona que venga del extranjero a estos Estados debe adaptarse a la ley y a la tradición nacional, aunque es cierto que muchos países hacen esfuerzos para que se puedan adaptar algunas de esas costumbres y normas. De alguna manera, lo nacional se internacionaliza.
Frente a los Estados nacionales, existe también una serie de instituciones e ideologías más internacionalistas, que pretenden ser universales o transnacionales. Algunos ejemplos podrían ser religiones como el Islam, el socialismo, la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, la Unión Europea o la idea occidental de que la democracia es aplicable a todos los pueblos de la Tierra y debe ser extendida. Todo ello puede entrar en conflicto, no sólo con los Estados nacionales, sino también entre sí, pero también puede ser asumido por las entidades estatales si esto les da cohesión.
Es en este batiburrillo de visiones y cosmovisiones donde se puede observar otra crisis más compleja: la que está soportando el Estado nacional, o al menos el europeo. La entrada masiva de personas en varios países europeos con sistemas morales distintos está generando una conflictividad que pone en evidencia sus limitaciones y debilidades.
El Estado de bienestar no puede ser aplicado a todos los que viven en un mismo territorio durante todo el tiempo, salvo que el Estado esté dispuesto a asumir un progresivo empobrecimiento del conjunto de la población y el conflicto subsiguiente (los que se sienten exprimidos por el Estado, los que se sienten engañados, los que se sienten ultrajados…). Todo ello puede llegar a altos niveles de violencia, consecuencia de la ira y la frustración. En el caso que nos afecta, la entrada de refugiados y, en la última década, de millones de inmigrantes, ha sido seguida de su incorporación a los sistemas del Estado de bienestar, lo que ha generado la protesta de ciertos contribuyentes, algunos de los cuales han visto cómo “nacionales” dejaban de recibir estos servicios en favor de “extranjeros” y ha servido como guinda del pastel para que los grupos de extrema derecha consigan cada vez más representatividad en los parlamentos nacionales. Además, los refugiados e inmigrantes, incluidos sus descendientes, se han sentido apartados y alienados, conviviendo en zonas que terminan convirtiéndose en guetos, donde las ideologías extremistas, como el islamismo, buscan entre los descontentos que, a la postre, se encuentran tan frustrados como los nacionales. Los totalitarios de todo tipo buscan su base social en el fracaso del Estado.
La entrada masiva de personas con sistemas morales y éticos muy distintos a los que son mayoritarios en cada una de las sociedades reduce la homogenización de la sociedad y dificulta la convivencia, incrementándose los conflictos y la violencia, lo que obliga al Estado, en su calidad de garante de la paz y único legitimado a emplear la violencia, a elevar su grado de coacción, generando así una mayor sensación de caos, incluso de injusticia. En nuestro caso, el desprecio de los delincuentes hacia las mujeres, a las que consideran personas de segunda o incluso esclavos de la voluntad masculina, contrasta con los esfuerzos que se han llevado en Occidente para que mujeres y hombres tuvieran los mismos derechos y el mismo estatus.
La llegada de una gran cantidad de personas con tradiciones e ideas distintas de las que ya hay arraigadas en la sociedad conlleva dos caminos posibles: o estas ideas y costumbres, incluyendo su sistema religioso y/o legal, se incluyen de alguna manera en el existente, creando una nueva ley que se debe aplicar a todos, o bien se prohíbe si entra en conflicto con lo que hay. En los sistemas imperiales, donde es posible tratar de formas distintas a distintas personas por parte de la autoridad, esto no es ningún problema, pero en los Estados nacionales supone una crisis, pues no deja indiferente a nadie.
Cuando los que llegan lo hacen en bajo número o con interés en adaptarse, hay acuerdos rápidos y los cambios son lentos y asumidos por la gran mayoría, pero cuando los que llegan lo hacen masivamente, con la idea de no abandonar ni adaptar sus tradiciones y, en la medida de lo posible, con el ánimo de cambiar la sociedad en la que se implantan, los conflictos son de nuevo inevitables. Volviendo al tema que nos ocupa, los refugiados sirios, iraquíes o libios no pretenden cambiar su forma de vivir, sea la que sea, ya que suponen que su condición es temporal. Y cada vez parece más claro que los extremistas islámicos han aprovechado la situación de la guerra para meter en las sociedades europeas a personas con intenciones muy poco gratas.
1 Comentario
Cuando la alcaldesa de
Cuando la alcaldesa de Colonia no trata de aclarar a los musulmanes residentes en su ciudad que de ninguna manera se les va a permitir que vejen mujeres independientemente de cuales sean sus costumbres en sus prisa de origen, y a lo que se dedica es a aclarar a sus conciudadanas que han de comportarse como si estuviesen en un país musulmán. Entonces no se trata de una crisis de Estado-nación, es una crisis intelectual y ética, aunque lamentablemente no política.
Alemania es un estado, los alemanes una nación y Henriette una política. El tic tac que se escucha tiene que ver con su capacidad para seguir mirándose al espejo por las mañanas sin náuseas y sin miedo.