La legitimidad del Estado y sus gobernantes no se basa principalmente en la represión, sino en la condescendencia de sus ciudadanos. Son ellos los que hacen que sea soberano, es decir, que sus decisiones sean "finales".
El sometimiento no es físico, sino psíquico. La estabilidad social depende del hecho de que los hombres se encuentren en una situación psíquica que los arraigue a una situación social concreta.
La esfera política puede influir y fomentar esta condescendencia consiguiendo que se perpetúe en el individuo adulto la situación psíquica que experimentó en la infancia cuando no podía sobrevivir sin su familia, y cuyos impulsos vitales se adhirieron primeramente a los objetos que le daban protección y satisfacción frente al desamparo: su madre y su padre.
La dependencia psíquica infantil que se promueve hace que el Estado se imponga en el inconsciente del individuo como una figura paterna. Lo cual lleva consigo una evidente adoración y veneración hacia las políticas estatales intervencionistas. Principalmente en todo lo relativo a los derechos positivos, es decir, los derechos que supuestamente tiene una persona a que se le cubran una serie de necesidades: salud, vivienda, trabajo, alimentación e incluso una renta fija mínima.
El individuo adulto espera que el Estado, cumpliendo con su función paterna, elimine la crueldad y la incertidumbre del destino, además de compensarlo por los sufrimientos, las frustraciones y las necesidades que acarrean una vida civilizada en común.
El extremo es el hedonista político (que diría Strauss), que llega incluso a reverenciar a los representantes políticos ya que los considera sabios y cree que desean su bien y su felicidad. Entiende que es un buen ciudadano porque cumple con todo lo estipulado por la élite política sin ningún espíritu crítico, creyendo que es lo apropiado y lo justo, de la misma forma que de niño acataba sin más las afirmaciones de su padre. Su docilidad consigue un premio o recompensa: el elogio de éstos. Además, esto refuerza a la clase política y a toda la maquinaria estatal, ya que la culpabilidad de sus acciones no recaerá en ellos, sino en los propios ciudadanos, que asumirán toda la responsabilidad.
El hombre necesita darse cuenta que esta situación desemboca en una eterna infancia, en donde lo único que busca el individuo adulto es evadirse de sus responsabilidades.
El objetivo del hombre adulto es deshacerse de estas cadenas políticas. Debe romper esa dinámica para ser verdaderamente libre; debe sustituir la dependencia por autonomía; debe cortar esos vínculos primarios porque impiden su desarrollo humano completo; debe realizar su individualidad y no subordinarse a un poder exterior a sí mismo; debe, en definitiva, creer que le es posible autogobernarse y tomar sus propias decisiones, en vez de estar ansioso de entregar su libertad.
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