Para Hayek no hay razón para confiar en el Estado si no está atado a un patrón oro o similar.
Si a usted le dicen que tal o cual entidad se beneficia de un monopolio en un mercado determinado, probablemente su primera reacción sea negativa. Si acto seguido le mencionan que tal entidad es un Estado o un agente público, su reacción diferirá dependiendo si usted es de una ideología o de otra, sin embargo raramente se cuestiona, independientemente del posicionamiento ideológico, uno de los monopolios más perjudiciales que jamás ha existido: el monopolio estatal en la emisión de dinero. Es más, tal provisión monopolística de dinero es prácticamente universalmente vista como indispensable e incuestionable.
El origen del dinero, como ya sabemos, proviene del ensayo y error que durante siglos llevaron a cabo los participantes en sus transacciones e intercambios, prevaleciendo sobre el resto de bienes los metales preciosos y en especial el oro y la plata. El hecho que cuando se empezaba a calcular los intercambios en base al intercambio indirecto (a través de dinero) y no directo, existiese un solo tipo de dinero uniforme pudo ayudar de forma considerable a la comparativa de precios y, por tanto, al aumento de la competencia en los mercados. Además, el hecho de que ese metal tuviese la estampa de algún tipo de autoridad reconocida (el estado) otorgaba una seguridad de autenticidad que de otra forma hubiese sido realmente difícil de comprobar para el gran público. Sin entrar a valorar si esa función también la podría haber llevado un ente privado, así fue como la emisión de dinero fue siendo materia exclusiva e incuestionable de los diferentes gobiernos. Aunque aquí utilizamos el termino emitir, lo cierto es que la actividad se limitaba al monopolio de acuñar las monedas “de curso legal” de oro o plata, es decir, la función de los gobiernos no era tanto la de “producir” dinero sino la de certificar el peso y las cualidades de los materiales que universalmente habían servido como dinero. Es decir, las monedas de metal únicamente eran consideradas dinero si llevaban el sello de la autoridad apropiada.
Desafortunadamente los Estados descubrieron pronto que era una forma fácil de enriquecerse a costa de los ciudadanos ya que éstos no tenían otra alternativa al dinero que ellos emitían. Este enriquecimiento se llevaba a cabo especialmente mediante dos vías; por un lado mediante el señoreaje cargando por encima de los costes de producción, pero sobretodo, mediante la re-acuñación de moneda con menor cantidad de oro o plata expandiendo de esta forma la oferta monetaria de forma totalmente discrecional.
Así es como la función del estado en cuanto a la emisión de moneda había pasado de un mero “certificador” del peso y la pureza de las éstas a poder determinar deliberadamente la cantidad de dinero a emitir. Por esta razón, los estados se convirtieron en agentes totalmente inadecuados para esta tarea, especialmente tras observar como cada vez más y de forma más generalizada han abusado de su poder para defraudar a la gente, financiando sus propios déficits, generando inflaciones o devaluando su moneda.
El Nobel de Economía, Friedrich Hayek, escribió en 1976 “Denationalisation of money – the argument refined: an analysis of the theory and practice of concurrent currencies” donde realiza un profundo análisis de la teoría y la práctica de un mercado donde existe competencia entre distintas monedas. El autor austriaco comienza criticando el monopolio estatal en la emisión de dinero, considerando que ha sido un absoluto desastre desde que empezó a predominar el dinero metálico, pero especialmente perjudicial desde que la utilización del papel moneda llegó a ser de control político. Destaca los perniciosos incentivos de un dinero controlado en su oferta por una agencia cuyo fin debería ser beneficiar a los ciudadanos y no a los planes de los políticos y burócratas. El monopolio estatal tiene los mismos efectos que cualquier monopolio: estamos obligados a usar su producto aunque no sea satisfactorio y previene del descubrimiento de mejores métodos para satisfacer las necesidades de los consumidores. También destaca la alta inflación que ha supuesto históricamente este tipo de dinero, incluso apunta a que en ocasiones esa inflación ha sido ingeniada por los propios gobiernos en su propio beneficio y añade que, si el público comprendiera los costes que soporta en forma de inflación e inestabilidad por el hecho de utilizar un solo tipo de moneda en las transacciones y reflexionara sobre las ventajas de emplear varios, comprendería que esos costes son excesivos y se alzaría. Sostiene Hayek que es muy importante privar al estado de este privilegio ya que la posibilidad de que el déficit estatal sea financiado mediante la emisión de dinero ha sido uno de los pilares de la expansión del poder de éste, como muestra que actualmente supongan entorno el 50% de la economía de los países desarrollados.
También subraya que históricamente los economistas no han discutido suficientemente la competencia entre monedas y no se han cuestionado la creencia universal de que el monopolio del gobierno en la emisión monetaria es indispensable, como tampoco se ha debatido suficientemente sobre lo que sucedería si la emisión de dinero se realizara por empresas privadas que suministraran distintas divisas, compitiendo entre ellas. Entonces Hayek propone un sistema en el cual los bancos emiten de forma competitiva dinero privado con el objetivo de imponer bajo este sistema monetario una fuerte disciplina a las instituciones financieras, que les imposibilite la emisión de dinero que sea sustancialmente menos seguro y útil que el dinero de cualquier otro banco. Cualquier desviación sobre todo lo que sea un “buen” dinero será rápidamente desplazado por otros emisores. Tampoco veía ni necesario ni deseable que esa nueva moneda se viese atada a ningún patrón particular, sino que la misma competencia, gradualmente, mostrará la combinación de mercancías que la debe constituir en cualquier tiempo y lugar. Por otro lado, Hayek también veía de forma positiva que cualquier cambio por el lado de la demanda, ya fuese aumento o disminución, se viese compensado por el lado de la oferta con tal de dejar el poder adquisitivo inalterado.
El austríaco es de la opinión de que nunca hemos disfrutado de un buen dinero porque a la empresa privada no se le ha permitido proveer uno mejor, es claro su guiño a Adam Smith en “blessed indeed will be the day when it will no longer be from the benevolence of the government that we expect good money but from the regard of the Banks for their own interest […]” y termina resaltando la importancia de esta reforma de liberalización y desnacionalización de la emisión de dinero, desmarcándose de ser un mero tecnicismo financiero sino un “asunto crucial que puede marcar el destino de la civilización libre”.
En definitiva, para Friedrich Hayek no hay razón para confiar en el Estado si no está atado a un patrón oro o similar y, a su vez, no hay razón para dudar de empresas privadas que operando en un entorno competitivo y cuya supervivencia depende de ello, puedan mantener estable el valor del dinero que hayan emitido.
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¿Cómo se recaudarían
¿Cómo se recaudarían impuestos (aún siendo mínimos) si no hubiera una moneda de curso forzoso?