Dentro de ocho meses, comer foie en California será ilegal. Según una ley firmada en 2004 por el gobernador republicano Arnold Schwarzenegger, no sólo criar animales para este fin estará penado, sino que incluso traer el producto de fuera de sus fronteras para consumirlo dentro estará perseguido por la legislación. Los argumentos utilizados son los clásicos en la defensa de los animales: es una crueldad lo que se hace con las ocas y nadie debe disfrutar a costa del sufrimiento de otro ser vivo.
La medida es sorprendente por su carácter liberticida y porque con argumentos similares se podría prohibir casi cualquier otro alimento de origen animal. Es evidente que vacas, cerdos, pollos o corderos sufren (si se puede utilizar este verbo humano para referirse a un animal) para proporcionarnos alimento y placer. Algunos dirán que es una exageración pensar que se va a ilegalizar el consumo de carnes y pescados, pero una vez que le abrimos la rendija a la intervención estatal, nadie es capaz de imaginar adónde llegará su intrusión.
En España, décadas de intervencionismo público nos habían habituado a aceptar con más o menos resignación cualquier tipo de legislación caprichosa que se le ocurriera al político de turno. Cualquier alcalde, presidente autonómico o ministro sólo tenía que encontrar una excusa (nuestra salud, el bienestar de nuestros hijos, nuestra seguridad…) para imponernos una nueva obligación y una nueva forma de control. Hasta hace poco, sólo el tiempo de ocio estaba casi por completo libre del asfixiante abrazo del Estado. Como esto era intolerable, las comunidades comenzaron a sacar normas que prohibían la compra de alcohol a determinadas horas (las leyes antibotellón) y luego el Gobierno decidió establecer por su cuenta dónde se podía fumar y dónde no. Poco falta para que se metan también en qué alimentos podemos o no comer.
Pensaba en todo esto el otro día cuando me encontré con la noticia de que el F. C. Barcelona había prohibido fumar en el Camp Nou. La asamblea de socios había decidido en votación que su estadio será a partir de ahora un lugar libre de humos. Por curiosidad, entré en algunos de los foros de internet asociados a la noticia y allí me encontré con profundas discusiones sobre la medida, sobre si se puede prohibir fumar al aire libre, sobre los beneficios que ha aportado en estos meses la ley antitabaco o sobre lo que molesta el humo de un puro durante un partido de fútbol.
Aunque en parte me lo esperaba, me pareció muy preocupante lo que encontré en estos foros. Los argumentos utilizados a favor y en contra de la decisión de los socios del Barça son prácticamente los mismos que se emplearon cuando entró en vigor la Ley Antitabaco hace casi un año. Casi todos los que se posicionaban a favor de la normativa estatal aplaudían también la medida de auspiciada por Sandro Rosell. Y al revés, los críticos de una también lo eran de la otra.
El problema es que una cosa y la otra no tienen nada que ver. La distancia que separa las dos medidas es mayor que los 9.660 kilómetros que hay entre Barcelona y Los Ángeles.
Yo no sé lo que habría hecho si hubiera sido socio del Barça. Por una parte me parece un poco exagerado prohibir fumar al aire libre; por otra, he sufrido la molestia de tener a un fumador de puros a mi lado a lo largo de las dos horas que dura un partido y no es agradable. Lo que sí que tengo claro es que no tengo nada que decir sobre una votación de los dueños del F. C. Barcelona acerca de lo que se puede o no se puede hacer en su estadio. Es como si prohibieran ir de amarillo porque da mala suerte o servir productos derivados del cerdo en sus bares. Cualquiera de las dos decisiones podría parecerme una estupidez o una concesión absurda a lo políticamente correcto, pero están en su derecho de fijar las normas que se aplican en su propiedad.
De hecho, pocos días después me encontré esta otra noticia. Algunos fumadores están pensando en impugnar el acuerdo de la asamblea azulgrana porque según una Ley autonómica "sólo el Parlament" está capacitado para prohibir fumar en espacios abiertos. Es el colmo: no sólo prohíben ellos, sino que prohíben a los demás que prohíban en su casa lo que les dé la gana. Los mismos que criticamos la Ley Antitabaco o la Ley Anti-Foie de California debemos defender el derecho del F. C Barcelona a impedir que se fume en su estadio. En realidad, el principio que subyace es el mismo: la defensa de la propiedad privada y de la autonomía del individuo a tomar decisiones sobre su vida.
Lo preocupante no es que el Estado se tome licencias que no le corresponden. Siempre lo hizo. Lo que nos debe aterrar es la condescendencia con que el ciudadano medio lo admite. Incluso aquellos que detestan la forma en la que se mata a las ocas o el olor del tabaco deberían estar en contra de estas leyes. Puede que ahora les gusten sus resultados, pero una vez que han dejado entrar al ogro del intervencionismo, les será muy difícil hacerlo salir.
Posdata: no es casual que esta Ley del Foie se haya aprobado en EEUU y que sea apoyada por demócratas y republicanos por igual. A muchos nos apasiona este país, su historia de libertades y la promesa de sus fundadores de construir "una ciudad sobre una colina" en la que los hombres libres pudieran vivir. Sin embargo, no debemos ignorar que de unos años a esta parte, casi todas las normas liberticidas han surgido allí y se han extendido después al resto del mundo (absurdos excesos de seguridad en los aeropuertos, antitabaco, cuotas, discriminación positiva…). Puede que sigan teniendo una economía más desregulada que la europea, que su mercado de trabajo sea más flexible y que sus ciudadanos sean más conscientes de este ataque a sus libertades. Pero no nos engañemos, el poder político norteamericano es tan asfixiante como el europeo y su afán controlador no deja atrás al de los burócratas del Viejo Continente.
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