Un conflicto militar se desarrolla en tres niveles de fronteras confusas, difíciles de establecer. El nivel táctico es el más intuitivo para el común de los ciudadanos y al que nos solemos referir en comentarios improvisados, generalmente referido al intercambio de fuego, aunque es mucho más amplio. El nivel operacional, que tiene mucho que ver con el logístico y el movimiento de las tropas, muchas veces se da por supuesto y, sin embargo, ciertas decisiones en este nivel pueden determinar el éxito o el fracaso de un choque violento, incluso antes de comenzar, al colocar los ejércitos en posiciones ventajosas o cortando el acceso a los suministros del enemigo. El tercero es la estrategia, a la que en muchos casos se añaden las decisiones políticas. El nivel estratégico-político establece de alguna manera el contexto en el que se van a desenvolver los otros niveles, establece los objetivos a conseguir para alcanzar el triunfo y, de alguna manera, las reglas que se imponen al conjunto. Para que exista una mayor probabilidad de victoria, las decisiones en los tres niveles deben ser coherentes y acertadas, o al menos, más coherentes y acertadas que las del enemigo.
Son esta complejidad y la incertidumbre del resultado las que invitan a los militares, al menos a los más formados, a no acudir al enfrentamiento de manera frecuente y, en todo caso, echar mano de la disuasión. Suele ser frecuente que los políticos tengan poca o nula experiencia militar, por lo que esta reflexión puede no ser realizada a tiempo. Teniendo en cuenta la rapidez con la que ambos bandos entraron en conflicto, no parece que esta preocupación hubiera tenido mucho peso en el cálculo político de los líderes de Norte y Sur.
Aunque a posteriori es fácil ver por qué se produjo la derrota del Sur y no la del Norte, había algunos aspectos que tendrían haber hecho a los políticos sudistas reflexionar, percatarse de que su plan de secesión era una locura política, pues podía convertirse, como así fue, en una pesadilla militar. Para que el Sur hubiera tenido la oportunidad de derrotar al Norte, se tenían que haber dado dos circunstancias, a saber: que su ejército hubiera conseguido una victoria rápida, en unas pocas batallas decisivas, y que su Gobierno hubiera obtenido un rápido reconocimiento internacional, en parte alentado por tales victorias. Ninguna de las dos se dio.
La planificación de un hecho caótico como es la guerra resulta harto complicada, y si el tiempo y los recursos son suficientes, suelen ponerse las cosas en su sitio. Pero lo anterior no implica que no tenga que haber planes de guerra y preparación para la misma, algo que el Sur no había hecho. No había realizado acopio de armas ni municiones, no tenía un ejército formado y preparado, sino una milicia con pocos o nulos conocimientos militares, no tenía objetivos estratégicos, sólo improvisación, voluntad política y apoyo popular. Y es que hay que reconocer que ambos bandos encontraron un más que entusiasta respaldo de sus ciudadanos, al menos los primeros años de conflicto, lo que es difícil de entender desde una sociedad como la nuestra.
Para que nos hagamos una idea de esta improvisación, quizá una de las decisiones más importantes fuese la elección de la capital de los Estados Confederados en Richmond (Virginia), a unos 160 kilómetros de la capital federal, Washington, lo que en términos militares de la época suponía sólo dos días de marcha. Ambas ciudades estaban protegidas por una densa red fluvial y una gran masa boscosa que las hacía fácilmente defendibles, pero a su vez, objetivos inevitables para ambos bandos. Una capital más alejada, situada en una de las dos Carolinas o incluso en Georgia, podría haber permitido una mayor flexibilidad en el manejo de los ejércitos y no habría condenado a ambos bandos a situar importantes ejércitos defendiendo y asaltando ambas ciudades, sobre todo para el Sur, en una situación demográfica desfavorable.
La planificación del Norte era tan improvisada como la del Sur. Sin embargo, presentaba una serie de factores que suavizaban estas carencias. Una capacidad financiera y logística para adquirir armas en el extranjero, una base demográfica con la que crear grandes ejércitos en caso de un conflicto prolongado, la capacidad industrial para satisfacer las demandas de dichos ejércitos, una marina de guerra que garantizaba el comercio propio y lo negaba al enemigo, una red de ferrocarriles que favorecía el movimiento de tropas y mercancías por su propio territorio y que facilitaba así el acceso al del enemigo, y un reconocimiento diplomático y político del que carecía el Sur.
A pesar de estas ventajas, sus efectos tardarían en hacerse determinantes, pues también el Sur presentaba las suyas. Éstas eran básicamente dos; por una parte, en el bando sudista se situaban los mejores generales tácticos y operacionales de la guerra, Robert E. Lee, Thomas "Stonewall" Jackson, J. E. B. Stuart, Nathan Bedford Forrest y Joseph E. Johnston. La labor de éstos y algunos otros oficiales durante los primeros años de la guerra fue fundamental. A diferencia de Lincoln, Jefferson Davis no tenía demasiadas dificultades a la hora de buscar militares que lideraran sus ejércitos. Mientras tanto, en Washington, congresistas, senadores y otros políticos revoloteaban en torno al presidente con la intención de conseguir gloria militar para adornar su carrera política. Fueron éstos y otros militares menos capacitados que los del Sur los que durante los primeros años de conflicto se convirtieron en carne de cañón para las tropas sureñas.
El otro factor que jugaba a favor del Sur era la enorme superficie y accidentada orografía del territorio confederado. Paradójicamente, Estados Unidos era en esa época un país relativamente desconocido. Para que nos hagamos una idea, la India estaba mejor cartografiada que los territorios americanos en aquella época. Los mapas eran un activo militar valioso que no debía caer en manos del enemigo. Como curiosidad, la biblioteca de planos que llevaba Ulysses S. Grant a la batalla y que había ido coleccionando como hobby, era más completa que la que tenía oficialmente el Gobierno Federal. De hecho, estas distancias fueron determinantes para que una victoria rápida, elemento esencial para el Sur, fuera imposible.
Así pues, ambos bandos se enfrentaban a la gran extensión del teatro de operaciones, de forma que los objetivos estratégicos, cuya toma podía haber determinado el fin de la guerra, estaban demasiado lejos para que tanto los ejércitos del Norte como los del Sur llegaran a ellos, pese a que intentaron una invasión física en varias ocasiones, enfrentándose a una pesadilla logística. Incluso para el Norte, el Sur tenía pocos objetivos que pudieran ser considerados verdaderamente estratégicos, dado el pequeño tamaño de sus ciudades y su escasa importancia relativa.
La Guerra de Secesión americana fue una guerra larga, una contienda en la que los soldados y oficiales aprendieron a hacer la guerra casi desde cero, pues tenían poca experiencia militar y desconocían en buena medida las estrategias y tácticas de los más experimentados ejércitos europeos. Ambos bandos aprendieron a costa de derramar sangre, y lo hicieron tan bien que adelantaron algunas de las situaciones a las que se enfrentarían los ejércitos europeos en la Gran Guerra medio siglo después. La guerra americana vivió la primera guerra de trincheras, se usaron por primera vez de manera efectiva submarinos y se construyeron y se enfrentaron entre sí los precursores de los acorazados, barcos que decidirían en las siguientes décadas y hasta la aparición de los portaviones, la guerra en el mar. Se inventaron las primeras minas terrestres, se usó el primer rifle de repetición, se hizo un uso extensivo del telégrafo, se utilizaron las líneas ferroviarias para transportar cantidades hasta ese momento desconocidas de tropas, mercancías y municiones, así como los globos cautivos para la observación, y por primera vez, los recursos industriales de uno de los bandos para mantener el esfuerzo de guerra. Además, en el Norte, se estandarizó la fabricación de uniformes y botas.
Y una guerra larga e innovadora suele ser una guerra cara. La financiación de la guerra y sus consecuencias es uno de los principales retos a los que se enfrentan los líderes durante el conflicto. Si éste es corto, por lo general no tiene un peso relevante, pero si el conflicto se alarga, la economía puede ser decisiva en su desarrollo y desenlace. Y esto es más evidente cuando lo prestado puede y debe ser devuelto, con sus respectivos intereses. Norte y Sur tuvieron distintos retos en distintos escenarios.
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