La Guerra de Secesión americana invita a varias reflexiones: responder a por qué una guerra tan devastadora y destructora de riqueza y recursos pudo durar casi un lustro; cómo es posible que el Sur, tan limitado desde un principio por las circunstancias que no fueron analizadas correctamente por sus líderes, apoyara tan entusiásticamente su causa hasta el punto de hacerla personal. Cabe también preguntarse cómo una guerra entre ciudadanos que, hasta su inicio habían estado viviendo bajo una misma bandera, se convirtiera en uno de los conflictos más crueles de los que hasta ese momento se habían producido, donde los objetivos de los ejércitos ya no eran sólo los militares del enemigo, sino los civiles con sus ciudades y propiedades.
Por lo general, en el mundo liberal se asigna al Estado/Gobierno una capacidad casi mágica de engañar al ciudadano, de hacerle partícipe de sus objetivos, que son distintos de los suyos. Esto no es siempre así, yo diría que tampoco lo es a menudo y que, por lo general, las grandes políticas de Estado responden a intereses que, de alguna manera, puede compartir y comparte buena parte de la ciudadanía, sin necesidad de echar mano a la trampa. La causa independentista del Sur era real y fue asumida, bien de manera activa, bien de manera pasiva, por la gran mayoría de su población, de la misma manera que, para el Norte, la causa unionista y la legitimidad del Gobierno Federal era la correcta. Y por ellas debían luchar y lucharon unos y otros.
Debemos recordar que, en el momento del comienzo del conflicto, el ejército americano era uno de los más pequeños y menos formados del mundo. Apenas tenía experiencia, aunque había algún veterano superviviente de la guerra de 1812 y de la más reciente Guerra con México, donde sí habían luchado algunos de los principales oficiales que luego se enfrentarían entre sí en ambos bandos, como Grant y Lee.
A la llamada a filas acudieron miles de voluntarios los primeros meses de guerra, y lo hicieron gustosos y honrados de servir cada uno a su causa. Se calcula que, menos de un año después del inicio, el Norte tenía unos 700.000 hombres, entre voluntarios y milicianos, y el Sur, unos 400.000.
Es difícil sostener que fuera el engaño gubernamental el que había provocado estas movilizaciones masivas en ambos bandos, y tiene más lógica pensar que acudieron por una cuestión de honor, una cuestión de afinidad ideológica, una simple cuestión de patriotismo, entendido el mismo como afinidad por la sociedad a la que cada uno se sentía vinculado o, simplemente, porque percibieron que su estilo de vida estaba amenazado. De hecho, cuando las necesidades de hombres se hicieron mayores y se instauraron los servicios militares obligatorios, no hubo demasiados problemas de deserciones, aunque a ninguno de los dos bandos les gustara la medida. En el Sur, incluso se llegó a criticar la recluta obligatoria, pues devaluaba el esfuerzo y el compromiso de los voluntarios.
Pero eso no quiere decir que no hubiera movimientos antibelicistas en cada bando. Sin embargo, nunca llegaron a ser importantes y sólo resaltaban algo cuando el conflicto en sí se volvía en contra de cada uno de los bandos. Así, en el Norte cobraron importancia a finales de 1862, coincidiendo con una serie de derrotas que terminarían en Gettysburg, y en 1864, ya como consecuencia de la fatiga de la guerra. Sin embargo, el liderazgo de Lincoln, la normalidad administrativa y el apoyo popular nunca se vio socavado. Por su parte, el Sur sólo sufrió problemas en este sentido a finales de l864, cuando con un ejército en unas condiciones deplorables y, en muchos casos, cercanas a la inanición, los combatientes abandonaron las filas a una escala resaltable.
Los problemas de Davis venían principalmente de la tradición sureña de dar más peso a las necesidades de los Estados que a la del Gobierno central. Pese a que la lógica de un poder centralizado que dirigiera el esfuerzo de guerra era cada vez más evidente, los líderes estatales ponían muchos problemas al desplazamiento de sus tropas a Estados que no eran el suyo, provocando serios problemas estratégicos, operacionales y tácticos.
Cabe también preguntarse si el agotamiento financiero de un Gobierno es condición necesaria y suficiente para el fin de un conflicto. En el caso del Sur pronto se dieron las condiciones en las que, tanto financiera como militarmente, el resultado era la derrota. Pero el conjunto de la sociedad (políticos, militares y civiles) se las ingenió para conseguir recursos de todo tipo. Por ejemplo, el salitre necesario para hacer municiones se sacó de los excrementos animales que había en las granjas, incluso rascando las paredes de establos y otras infraestructuras. El mencionado reclutamiento obligatorio permitió mantener un número adecuado de militares y la actividad de la población civil suministró buena parte de las necesidades de sus ejércitos a costa de las suyas propias, y se hizo de una manera voluntaria. Por último, cuando el Norte terminó de tomar el Mississippi con la toma de Vicksburg y dividió el territorio sudista en dos zonas no conectadas entre sí, restando capacidad operacional y logística al Sur, las autoridades políticas y militares siguieron luchando aún unos años más. Incluso la marcha de Sherman por el territorio del Sur, perpetrando una serie de actos violentos sobre la población civil, no sólo no consiguió acabar con el apoyo de ésta a su Gobierno, sino que lo reafirmó.
Por último, volviendo al principio de este largo análisis de la Guerra de Secesión americana, cabe preguntarse cuál debería ser el papel de los políticos, pues la predicción del futuro no es precisamente lo suyo. Los terratenientes y los líderes del Sur consiguieron destruir en cinco años lo que sus predecesores tardaron en levantar varias décadas: la idea de un Sur más cercano a lo que ellos creían los ideales de los padres fundadores. Cabe pensar si una actitud menos violenta, una política menos agresiva, pero más segura de lo que se podía obtener por otros medios, habría conseguido que, hoy en día, existieran los Estados Confederados de América. Y es que si el cálculo económico es imposible, el cálculo político lo es aún más.
Este comentario es parte de una serie de artículos relativos a la imposibilidad del cálculo económico en la Guerra de Secesión Americana. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II y III.
Bibliografía
Dilorenzo, Thomas J., El verdadero Lincoln. Unión Editorial.
Ferguson, Niall, El triunfo del dinero. Debate.
Keegan, John, Inteligencia militar. Conocer al enemigo, de Napoleón a Al Qaeda. Editorial Turner.
Keegan, John, Secesión. La Guerra Civil americana. Editorial Turner.
Varios, Great battles of the Civil War. Marshall Edition.
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