El incansable Steven Milloy ha publicado una jugosa lista con los diez casos más egregios de hipocresía ecologista del año. La encabeza, como no podía ser de otra forma, el telepredicador Al Gore y sus vuelos en jet privado –la forma de transporte que más CO2 emite con diferencia– para decirle al mundo que consuma menos porque el apocalipsis climático se acerca, y resalta que una de las razones para el brutal gasto energético de su hogar es la piscina climatizada, que cuesta calentar 500 dólares al mes.
Otro caso conocido es el del senador Ted Kennedy, que clama contra las centrales térmicas porque supuestamente producen calentamiento global, pero se opuso con éxito a que se instalaran unos cuantos molinos en Cape Cod que habrían arruinado sus vistas. Ahora que en Bali están planeando como arruinar nuestras economías para retrasar unos pocos años un calentamiento al que, de producirse, sería mucho más barato y efectivo adaptarse, sorprende que los burócratas y políticos allí reunidos hayan viajado en aviones y jets privados en lugar de usar videoconferencia. Quizá se empezaría uno a creerse que el cambio climático es una crisis cuando aquellos que quieren cambiar nuestras vidas para solucionarla empiecen a comportarse como si realmente existiera esa crisis.
Milloy habla también de los fundadores de Google, de Madonna, de James Hansen –que acusa a los científicos que están en desacuerdo con él de estar financiados por intereses privados cuando él recibe dinero de George Soros– o Arnold Schwatze… eso, al que podríamos sumar el de nuestro presidente Zapatero, que dice creerse todo lo que cuentan sobre el calentamiento y la subida de los mares pero se compra una casa en la playa, que se hundiría bajo las aguas si todo eso fuera cierto. Todos estos son indudablemente casos de incoherencia, de no hacer lo que predican. ¿Pero son realmente hipocresía? Sin duda, bajo la mala costumbre actual de tratar esa palabra como mero sinónimo de incoherencia, sí. Pero, como escribiera Jeff Jacoby hablando de un asunto completamente distinto, "hipocresía no es simplemente decir una cosa y hacer otra puntualmente. Es una forma de duplicidad. Un hipócrita es alguien que no cree en las opiniones morales que proclama y las viola en su propia vida de manera rutinaria."
Es decir, no es hipócrita quien cede a una tentación o tiene un momento de debilidad. Lo es quien afirma creer en algo y sus actos le contradicen de forma sistemática. Bajo esta óptica, podríamos hacer una criba en la lista de Milloy y distinguir entre los meramente incoherentes y los que de verdad son hipócritas. Es en ese momento cuando resalta aún más uno de los casos que cita, el de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, que después de crear un comité sobre calentamiento global e independencia energética puso al frente del mismo a un veterano activista antinuclear.
Digámoslo claro: si alguien le dice que el calentamiento global es el mayor desafío medioambiental del siglo XXI –o incluso le quita el adjetivo "medioambiental"–, que va a producir infinidad de hecatombes y que debemos actuar ya, pero al mismo tiempo se opone frontalmente a la energía nuclear, no cabe duda de que nos hallamos ante un hipócrita de marca mayor. Alguien que predica una cosa, pero no se la cree, pues si lo hiciera aceptaría la energía nuclear como mal menor, como ha hecho recientemente Gwyneth Cravens, antigua activista antinuclear que ha cambiado de opinión –ojo– cuando supo de la necesidad de que exista una electricidad de base y la imposibilidad que placas solares o molinos de viento pudieran proveerla. Bien está que se lo haya pensado dos veces, pero asusta que existan activistas con tal grado de ignorancia sobre los hechos más básicos referentes a aquello que quieren prohibir.
Cuando se miran así las cosas, sólo cabe concluir que ni Gore ni Zapatero ni el ecologista medio superan este sencillo test. Son, pues, unos hipócritas de tomo y lomo.
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