Para hablar de la Gran Depresión, que fue mayor de lo que algunos autores reconocen, Higgs acuñó la idea de la incertidumbre del régimen.
El premio Juan de Mariana 2015, Robert Higgs, “es un referente al que acudir si de lo que se trata es de entender la lógica con la que opera el Estado”, decía una de las píldoras de libertad del Instituto. Con Crisis y Leviatán expuso una teoría todo lo precisa y adherida a la realidad que permite la investigación histórica. Pero no es su única contribución de calado para entender la evolución del poder del Estado Federal en los Estados Unidos. Para hablar de la Gran Depresión, que fue mayor de lo que algunos autores reconocen, acuñó la idea de la incertidumbre del régimen. Una idea que podría tener que rescatarse dentro de pocos meses en España, en función de cómo se repartan los asientos del Congreso de los Diputados en las próximas elecciones.
En el número 4 del primer volumen de The Independent Review, Higgs escribió un artículo titulado «Regime Uncertainty: Why the Great Depression Lasted So Long and Why Prosperity Resumed after the War». Antes de fijarnos en esa incertidumbre, tenemos que prestar atención a la duración de la crisis. ¿Hasta dónde llegó la crisis? Hasta Pearl Harbor, es la respuesta habitual. Los Estados Unidos impusieron una economía de guerra en la que el Estado devoraba los recursos para convertirlos en una maquinaria de guerra extraordinaria, que produjo armas como nunca antes ninguna sociedad había hecho. Esa demanda esa lo que necesitaba el átono, cansado y agotado capitalismo estadounidense para despertar, como había enseñado menos de una década antes John M. Keynes, y sus discípulos en Gran Bretaña y los Estados Unidos recogían y perfilaban.
El economista e historiador no ve eso en los datos. No hubo una “prosperidad de guerra”. Para llegar a esta conclusión tiene que hacer un cuidado camino intelectual por el que, sucintamente, le vamos a acompañar. La estadounidense se ha convertido, en gran medida, en una economía socializada, por lo que el significado de las magnitudes macroeconómicas no es exactamente el mismo, y hay que reinterpretarlas en función del cambio en el régimen económico. ¿De qué vale seguir mirando la inflación si los precios están controlados para gran cantidad de bienes y servicios? ¿Cómo va a tener el mismo significado una baja tasa de paro si el Estado envía a 12 millones de potenciales trabajadores al frente, en parte por medio de la conscripción?
El PIB merece una atención especial. Higgs no lo trata en profundidad en su artículo sobre la incertidumbre institucional, pero sí en el artículo «Wartime Prosperity? A Reassessment of the U.S. Economy in the 1940s». En él recoge varias medidas de la evolución del PIB en aquellos años, y señala algunas dificultades conceptuales en la contabilización de la contribución neta a la producción. Cita a Kuznets, quien señala que hay que tener en cuenta “el propósito, valor y medida de la actividad económica”. En la contabilidad oficial se toma el gasto público, en particular “cualquier gasto del Estado en un bien o en un servicio producido actualmente”, como uno de los componentes del PIB. Pero si la producción es el acercamiento de los bienes al consumo, a la satisfacción directa de nuestras necesidades, para valorar adecuadamente ese gasto tendríamos que contabilizar el valor de mercado de esa contribución a nuestro bienestar. Pero no podemos hacer esa valoración. Murray N. Rothbard, muy crítico con la contabilización del gasto público en el PIB, dice en Man, Economy and State with Power and Market (p1293) “de hecho, dado que los servicios del gobierno no están probados en el mercado libre, no hay forma posible de medir la pretendida ‘contribución productiva’ del gobierno”. Higgs no sigue a Rothbard, pero sí dice que al contabilizar el PIB en los años de guerra Kaldor debería “eliminar todos los gastos de guerra”. Lo que sí señala Higgs es que resulta chocante hablar de prosperidad en unos años en los que el empleo privado cae de forma muy significativa.
Si esta medida de la producción resulta engañosa, nos tenemos que fijar en otras magnitudes para valorar cuándo termina la crisis que comenzó con el crash de 1929. Higgs elige la inversión privada. Sól hay que seguir los datos para observar que la “prosperidad de guerra” no es más que aparente, y que ésta tardará todavía unos años en llegar. Precisamente cuando se ha dado ya fin al New Deal, el gasto bélico público cae, y se retiran los controles introducidos en los 40′ para volver a la economía de mercado.
Así pues, ¿qué explica que durase tantos años la crisis económica? Benjamin Anderson o Gene Smiley, por ejemplo, han señalado a las medidas que parecen encaminadas a entorpecer la producción o el aumento de los impuestos. El cierre de la cooperación económica internacional, tras el arancel Hawley-Smoot, también está en las causas. Pero Higgs va un punto más allá. ¿Qué es esa incertidumbre sobre el régimen? La creencia, por parte de un importante número de empresarios, de que ese conjunto de medidas están introduciendo un cambio en el sistema político y económico de los Estados Unidos, y que la propiedad, protegida por las leyes, se ha quedado ahora a la intemperie frente al poder del Estado federal.
El autor reconoce que “la confianza de los empresarios es un concepto vago”, y por eso prefiere hablar de “la posibilidad de que los derechos de propiedad de los inversores sobre su capital y sus ingresos que genera queden mermados por la acción del gobierno”. Para probar que tal era el estado de ánimo de un número importante de inversores Higgs recurre a varias fuentes. Primero detalla someramente el aumento de los impuestos y de la regulación en aquellos años, y el cambio ideológico que afectó también a la actitud del Tribunal Supremo hacia la protección de la propiedad. Y luego sigue la evolución de la opinión gracias a las encuestas que se realizaron en aquellos años, y que ofrecen una visión consistente con la extensión de ese temor sobre el futuro del régimen político y económico.
Pero para situar este proceso en el momento histórico es necesario recoger que para Higgs “la insuficiencia en la inversión privada de 1935 a 1940 reflejaba la perversa incertidumbre” que cundía “entre los inversores sobre la seguridad de sus derechos de capital”, y que de 1941 a 1945 “el carácter menos hostil de la administración se expresó en las decisiones sobre cómo controlar la economía de guerra. En consecuencia, al ser reemplazada la inversión privada con la inversión directa del gobierno, los menores miedos de los inversores no pudieron dar lugar a una recuperación del gasto privado en inversión”.
El hecho de que la dramática caída en gasto público que siguió al fin de la II Guerra Mundial coincidiese con una verdadera recuperación, por un aumento de la inversión privada, capaz de absorber a millones de soldados desmovilizados y de iniciar esas décadas de prosperidad que asombraron al resto del mundo, no deja de ser significativo. Es un reto para los seguidores de Keynes.
1 Comentario
Por si alguien no tiene
Por si alguien no tiene acceso a «The Independent Review», yo por ejemplo, todas estas tesis de Higgs están recogidas en un libro titulado «Depression, War and Cold War» publicado por the Independent Institute y asequible a través de Amazon.es por 17,35 euros más gastos de envío.